miércoles, 23 de enero de 2013

Preocupación al cuadrado

Como cada año, Edge.org, la prestigiosa web de divulgación y debate, arroja el guante con su pregunta del año: ¿qué debe preocuparnos? Desde su sitio en internet -cuya definición identitaria reza así: "Para alcanzar la orilla del conocimiento del mundo, busque las mentes más complejas y sofisticadas, reúnalas en una habitación, y haga que se cuestionen unas a otras las preguntas que se están formulando"- , la aristocracia del pensamiento, la ciencia, la filosofía o el arte hace inventario de las inquietudes de nuestro tiempo, planteando un buen surtido de nudos gordianos. Y no hay mayor sombra que la que queda aprisionada dentro del propio interrogante: nos preocupa la preocupación.

La comunidad vive hoy con la sensación de que sus días ya no son un lienzo en blanco para llenar, ni siquiera a golpe de competencia moral y epistemológica. Pero también siente la responsabilidad vigilada, como si alguien midiera sus pasos aguardando el momento del traspié. Una secuencia de actos fallidos y bloqueos mentales asola el paisaje. Y encima, la escasa moral azuzada por un reguero de corrupción bajo sobre dentro del partido que gobierna España.

El entrecejo fruncido como actitud frente al mundo trae consigo un florido coro de cantos de cisne cuando parece que no queda otra alternativa que un vuelco drástico. Lo describe Vicente Verdú, ese gran oteador de las circunstancias de nuestro tiempo, en su libro Apocalipsis now: "Como un cambio de piel ruinosa, la penuria va carcomiendo el tejido conjuntivo de la colectividad".

Hacer un autoexamen. Marcar la perspectiva necesaria para enumerar las preocupaciones y tomarse la molestia de argumentarlas. La idea socrática de que la vida no examinada no vale la pena ser vivida adquiere prestancia cuando el análisis, lejos de ser un ejercicio ocioso y pudiente, resulta imprescindible sobre todo si gran parte de la humanidad se ve condenada a empujar la cola de la supervivencia.

En Edge, Arianna Huffington se preocupa por el estrés, mientras que Steven Pinker teme los factores de riesgo de la guerra, Daniel Goleman enfoca sobre los puntos ciegos ante el peligro, y en la lista de miedos contemporáneos no faltan ni el cáncer ni el envejecimiento, el fracaso de la cooperación global, la conducta de la gente normal o nuestra dramática incapacidad para razonar sobre la incertidumbre. El nombre de la desesperanza lo pone el efecto dominó de la crisis, convertida en excusa para todo. Pero cualquier idea tiene su reverso; por ello, como verbaliza este elevado foro de quimeras, la despreocupación es una gran preocupación.

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