miércoles, 23 de enero de 2013

En el charco y en el cieno


Los grandes partidos siguen empeñados en ignorar las grietas que se abren bajo el actual sistema político

Hay un principio que dice que, para que haya corrupción, debe haber un corruptor que corrompe. Y luego hay otro que reza así: "Quien indica un buen camino, pero queda él mismo en el charco y el cieno, carece de sentido y de sabiduría". Esta sentencia está extraída de ese gran manual de autoayuda que es La nave de los necios, de Sebastián Brant (1457-1521)

Un corrupto famoso que ya lo era mientras predicaba la virtud se acaba de confesar en televisión. Su caso es de libro: hacía trampas para obtener una ventaja definitiva sobre sus competidores y embolsarse así el máximo beneficio. En su día fue sometido a auditorías internas y externas -quien se refugia en estas últimas es porque sabe que su credibilidad está corrompida, lo que es una aceptación de aquello de que se le acusa-, pero éstas dieron por buena su conducta. También era paradigmática su manera de corromper: quienes estaban bajo sus órdenes debían comportarse, como él, de manera moral y legalmente reprobable, porque de lo contrario no merecían acompañarle. Pasado un tiempo, el corrupto que lideraba la organización se apartó de primera línea. Dejó entonces de ser pieza necesaria del negocio y cayeron sobre él como chacales quienes antes perdonaban sus pecados.

El caso de Lance Armstrong debe ser uno de esos a los que se refiere la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, cuando dice que la corrupción política es un reflejo de la que se manifiesta en otros sectores de la sociedad. Tiene razón en eso; no habría que caer nunca en el error de considerar a los políticos como alienígenas con una tendencia intrínseca al delito. La tentación de apoderarse de lo ajeno no entiende de profesiones ni de clases sociales. La lástima es que Botella eligiera tan mal el ejemplo: esas 30.000 familias que habrían seguido cobrando la dependencia tras la muerte del familiar al que cuidaban. Como si no sospecháramos que muchas de ellas hicieron grandes esfuerzos durante años para atender a esa persona y que sólo ahora habían empezado a percibir una ayuda que era, además, muy inferior a la prometida. Las señaladas por la alcaldesa son las mismas familias que asisten con estupor al espectáculo de un Gobierno que destina cantidades ingentes de dinero público a tapar la negligencia del regulador y los desmanes de banqueros a quienes, para colmo, se premia con dorados retiros. Como si no sospecháramos también que un Gobierno contra las cuerdas es capaz hasta de hinchar las cifras de los muertos dependientes.

Los grandes partidos implicados ahora en casos de corrupción lo pueden negar todo y seguramente se saldrán con la suya. A corto plazo no pasará gran cosa. El terremoto que se está gestando en el subsuelo del sistema -conviene leer los resultados de las últimas elecciones catalanas más allá de la cuestión identitaria para intuir los cambios que se avecinan en la política- aún tardará un tiempo en desencadenarse. Pero el destino ineludible de algunos es acabar llorando en un plató.

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