lunes, 31 de diciembre de 2012

Los nuevos emigrantes

EN su mensaje de Navidad, el Rey hizo una referencia directa al "sacrificio de todos los españoles que dejan ahora nuestro país para conseguir mejores condiciones de vida para ellos y sus familias". Esta alusión equivalió a un reconocimiento en toda regla de que España vuelve a ser un país de emigrantes. No de inmigrantes, como ha sido durante los dos últimos decenios, al recibir a cientos de miles de latinoamericanos, norteafricanos o europeos; sino de emigrantes que dejan España, rumbo a EE.UU., el Reino Unido, Francia o Alemania, en pos del sustento que la crisis les ha negado en su país. 

Este reconocimiento es bienvenido, como cualquier otro que no enmascare la realidad. En particular, después de que Marina del Corral, secretaria de Estado de Inmigración y Emigración, pronunciara unas sonrojantes declaraciones, hace un mes, en las que atribuía la partida de decenas de miles de jóvenes españoles, víctimas del paro, a su "espíritu aventurero". Las dimensiones de la nueva emigración española son lo suficientemente grandes como para evitar cualquier análisis de tamaña frivolidad. Del 2008 al 2010, el primer trienio de la crisis, el número de emigrantes se mantuvo alrededor de los 25.000 anuales. Pero en el 2011 saltó a casi 38.000. Y en el 2012 podría situarse sobre los 50.000.

La historia -suele decirse- se repite. A grandes rasgos, eso puede ser cierto. Pero conviene distinguir los matices. El franquismo apreciaba mucho las remesas de divisas que remitían los emigrantes españoles, por lo general poco cualificados, y no tenía prisa por verlos regresar. Ahora es distinto. Ahora son titulados, y la Constitución insta al Estado a velar por su retorno. Como muy bien dijo el Rey, "la experiencia y la preparación \[de aquellos que hoy emigran] constituirán a su regreso un importantísimo efecto dinamizador de nuestra economía". Que así sea. Y cuanto antes, mejor.

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Incertidumbre y esperanza

XI Jinping se convirtió en el 2012 en el nuevo hombre fuerte de China, la gran potencia emergente cuya economía crecerá en el 2013 más del 8%. Durante un decenio, Xi Jinping regirá el destino de un país poderoso pero desequilibrado social y territorialmente, sujeto a los vaivenes económicos globales, enrolado en una carrera armamentista y en otra por la obtención de recursos naturales en varios continentes. Este nuevo liderazgo chino es un hecho clave en la escena internacional del 2012, aunque el signo y el alcance de las reformas de Xi, que asumirá la presidencia en marzo, son inciertos. 

Barack Obama logró el 6 de noviembre un segundo mandato presidencial en Estados Unidos, aupado por la tímida recuperación económica, sus políticas sociales y también, aunque involuntariamente, por un Partido Republicano más doctrinario que pragmático, de escasa sintonía con las decisivas minorías negra o hispana. Consciente de la pujanza china, Obama ha desplazado al Pacífico el eje principal de su política exterior. Allí deberá proteger -también templar- a aliados como Japón, cuyo flamante premier, el nacionalista conservador Shinzo Abe, atiza el litigio por las islas Senkaku, de soberanía japonesa pero ubicadas no muy lejos de Shanghai. Debido a estas y otras fricciones soplan vientos de guerra fría en el mar de China que podrían degenerar en conflictos globales.

Ahora bien, en el 2012 la más preocupante herida abierta del mundo ha sido la de Oriente Medio y el norte de África. El pulso entre Irán, que sigue con su programa atómico, e Israel ha durado todo el año y ha tenido su eco en episodios como el conflicto de Israel con la Gaza de Hamas. Pero la negativa de EE.UU., escarmentado por sus aventuras bélicas en Iraq y Afganistán, a desplegar tropas propias en otros escenarios remotos, así como su preferencia por las sanciones económicas, han relajado en parte la tensión.

Todo ello ha venido acompañado en el norte de África de cambios importantes. Las brechas originadas por la primavera árabe han evolucionado a distinto ritmo. La más profunda y sangrante ha sido la de Siria, país sumido en un conflicto que ha causado ya más de 40.000 muertos, la mayoría civiles. Y los intereses contrapuestos -de Rusia o del eje suní de Turquía, Arabia Saudí y demás- encierran gran potencial explosivo.

Al tiempo, otros países de la primavera árabe han ido a las urnas. En Libia triunfaron los laicos, pero las victorias de Mohamed Morsi en Egipto y de los islamistas moderados de Enahda en Túnez evidencian el arraigo de estas fuerzas en el área. Y eso nos aboca a una serie de test decisivos sobre la vocación democrática -o el celo teocrático- de los partidos islamistas.

La constante expansión de China, la reválida de las políticas económicas y sociales de Obama e incluso las transformaciones de todavía impredecible futuro registradas en Oriente Medio y el norte de África contrastan con el empantanado proceso de integración de la Unión Europea. El Viejo Continente se ha visto contra las cuerdas, azotado por la crisis económica, dividido entre las recetas de austeridad impuestas por los países del norte, que inspira la canciller alemana, Angela Merkel, y las de estímulo reclamadas por los países del sur, entre los que se cuenta España. Durante meses circularon profusamente los rumores de ruptura del euro, todavía no desvanecidos por completo. 

Lo cual no significa que todo hayan sido malas noticias. "Haremos lo necesario para salvar el euro, y será suficiente", aseguró en julio el italiano Mario Draghi. Su papel al frente del Banco Central Europeo ha sido decisivo, porque ha sabido comprender las exigencias del norte sin ignorar la capacidad real de maniobra del sur, emitiendo en momentos cruciales mensajes que han permitido conservar la esperanza.

Alentar una Europa fuerte y solidaria, capaz de desarrollar la democracia, sigue siendo un deseo extendido en el Viejo Continente, pese al euroescepticismo británico o la avidez de los mercados. Extendido y muy pertinente, en particular cuando vecinos de peso como Rusia han exhibido sin rubor su deriva autoritaria bajo la férula de Putin, que en el 2012 volvió a la presidencia.

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domingo, 30 de diciembre de 2012

Las deudas de Alemania


Cansados ya de hablar de la deuda de Grecia, hablemos, por ejemplo, de la de Alemania, su "gran rescatadora" para beneficio de la ingeniería financiera y para tranquilidad de los mercados.
Para hablar de esta deuda, no hace falta recurrir a argumentos de carácter moral o cultural, que, pese a su solidez y su certeza, podrían ser tildados de retóricos por algunos cretinos; bastará con hablar de dinero; nada de sentimentalismos: real money.
¿Saben ustedes cuál es el país europeo que más rotundamente y con más éxito se ha negado de forma reiterada al pago de sus deudas? No es otro que Alemania. Y no se trata de deudas derivadas de la mera especulación financiera, sino de deudas derivadas de indemnizaciones de guerra: es decir, de deudas contraídas por haber invadido, destruido, saqueado y matado.
Tras el Tratado de Versalles (1919), la Alemania perdedora de la I Guerra Mundial fue condenada a pagar reparaciones de guerra a los aliados por valor de 226.000 millones de marcos de oro, una cifra imposible, fijada con el fin de castigar a la belicosa nación y de poner freno a una rápida recuperación que pudiera verse seguida de nuevas hostilidades. Entre 1924 y 1929, la república de Weimar se mantuvo casi exclusivamente de los préstamos recibidos de Estados Unidos (más de un billón de dólares), destinados en parte a sufragar las indemnizaciones señaladas. Pero la situación para Alemania se hacía insostenible, y el crack del 29, además de enormes pérdidas para los prestamistas, abrió la posibilidad a la renegociación de la deuda: así pues, en 1930 (Plan Young), esa ingente obligación de pago quedó formalmente reducida... a la mitad (112.000 millones). Entre 1931 y 1932, y dada la situación de la economía mundial, EE.UU. decide condonar las deudas de guerra a Francia y Reino Unido, quienes, a su vez, renuncian como acreedores a buena parte de la deuda alemana (Moratoria Hoover y Negociaciones de Lausanne). Resumiendo, en 1932, Alemania consiguió una reducción neta de más del 98% de las deudas a las que le obligaba haber puesto en marcha la I Guerra Mundial, y en 1939, cuando pone en marcha la segunda, la Alemania de Hitler suspende unilateralmente todos los pagos, incluido el de este 2%.
Acabada la II Guerra Mundial, la historia se repite: Alemania es condenada a pagar cuantiosísimas indemnizaciones de guerra, pero, en el célebre Tratado de Londres (1953), los EE.UU., deseosos de convertir a la nueva Alemania federal en un pilar de la OTAN frente al bloque soviético, consiguen "convencer" a 20 países –entre ellos Grecia– para que accedan a una condonación "de facto" de todas las deudas alemanas derivadas de la Gran Guerra. Sin embargo, este extraordinario tratamiento de favor –y las favorables políticas extranjeras para que el país "perdedor" recuperase pronto el superávit comercial– no fueron obstáculo para que Alemania siguiera reclamándole a una Grecia invadida, expoliada por sus tropas y con un millón de muertos... todas las deudas anteriores a la guerra desde 1881. No fue obstáculo para que, en 1964 -y con la ayuda de Georgios Papandreou (abuelo) y Kostas Mitsotakis–, Alemania consiguiera el reconocimiento de esas deudas por parte del gobierno griego, engrosadas además con una altísima prima de riesgo que hace que aún las estemos pagando. Y tampoco fue obstáculo para que, en 1990 –cuando la unificación de Alemania obligaba a revisar los términos del Tratado de Londres y a retomar el pago de las indemnizaciones congeladas en virtud del mismo–, la Alemania de Kohl se negase nuevamente a pagar la mayor parte de esa "vieja deuda" y países como Grecia siguieran sin encontrar justicia.
No nos engañemos con falsas lecciones de moral: el llamado "milagro" de la economía alemana se basa primordialmente en el impago reiterado de sus deudas por indemnizaciones de guerra. Y digo, primordialmente, porque deberíamos referir también, como cimientos del "milagro", la prosperidad adquirida por la explotación del trabajo forzado en 78 campos de concentración por colosos económicos como Krupp, Thyssen, Volkswagen o I.G. Farben. Padre este último de gigantescas multinacionales como Bayer, Agfa o Aventis, que siguen dando muestras de buenas prácticas en el mundo globalizado de hoy (como también Neuman, Siemens, SLC Germany GmbH, etc., por no hablar de la industria armamentística alemana, tan boyante entonces como ahora).
Más allá de las hipocresías, la pregunta es la misma de siempre: ¿quién debe a quién?


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antiago Niño-Becerra: "Hay comunidades autónomas que deben desaparecer


Barcelona. (Redacción). - El catedrático de Estructura Económica en la Universidad Ramón Llull de Barcelona, Santiago Niño-Becerra, ha explicado este lunes en 8 al día de 8TV que el Estado de las autonomías ya no es sostenible y que algunas de las comunidades tendrán que desaparecer.
Santiago Niño-Becerra hizo referencia al antiguo plan Ibarretxe como una buena solución para las CC.AA. y en particular para Catalunya. El catedrático destacó que las comunidades fueron dibujadas según criterios clientelares y no económicos, creando un país desequilibrado, por lo tanto algunas “no son sostenibles y deben desaparecer”.
“En España hay zonas económicamente potentes y otras que solo hacen de esponja”, zanjó el catedrático, que además auguró para el Estado la imposibilidad de crecer en el futuro. En cambio, si lo podrán hacer clúster y zonas especificas.
“Una Catalunya independiente desde el punto de vista económico podría funcionar”, dijo el profesor, que quiso destacar como en España hay comunidades, como Galicia, que pueden presumir de un superávit fiscal, porque otras, como Catalunya, pagan para los demás.
Santiago Niño Becerra prevé que la actual crisis económica seguirá durante cinco años más, manteniendo la economía en una línea de estancamiento hasta 2017, mientras que el crecimiento volverá solamente en 2019/2020. Sin embargo, “nunca volveremos a los niveles precedentes a 2008”, sentenció el catedrático barcelonés.
Según el profesor, llegarán más recortes, por ejemplos en las pensiones, y además aseguró que “los hombres de negro ya están aquí desde hace tiempo, ya que nada es gratis en este mundo”.
Con respecto al rescate de Bankia, Santiago Niño Becerra dijo que el Estado ha tenido que poner dinero, porque un banco no puede quebrar y que esta es precisamente “la mejor garantía para los depositantes”.
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Un viajero deambula durante tres días por El Prat tras perder un vuelo

Barcelona. (Europa Press).- La Policía Nacional ha localizado a un viajero rumano desaparecido después de que se pasara tres días deambulando por la T1 del Aeropuerto de El Prat de Barcelona sin comer nada, ya que perdió el vuelo de tránsito cuando iba a reunirse con su hija en Tenerife

Según han informado a Europa Press fuentes policiales, el viajero, I.N., de 56 años, tenía previsto un vuelo desde Targu Mures, en Rumanía, el 19 de diciembre, llegando a las 21.10 horas a El Prat para hacer la conexión con un vuelo hasta Santa Cruz de Tenerife, donde tenía que llegar a las 9.45 horas del día 20. La hija denunció la desaparición el 22 de diciembre en la Policía Nacional en Tenerife al no localizarle ni tener noticias de su paradero, y se pudo constatar que el hombre había llegado a El Prat pero que no había cogido el vuelo de enlace. 

La Policía Judicial del Aeropuerto recibió el aviso día 23 y realizó varias batidas por las terminales en busca del hombre con la descripción que había facilitado la hija, y finalmente dieron con él en la zona de facturación de la T1. El viajero explicó que había perdido el vuelo de tránsito y que estaba a la espera de que su hija contactara con él porque no tenía dinero y no sabía "qué hacer", y finalmente pudo coger un vuelo a Tenerife tras contactar con su hija y que le comprara un nuevo billete de avión.

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Si queremos, la crisis se acaba ahora"


No es ningún iluso, pero Leopoldo Abadía prefiere encarar los tiempos en que vivimos con optimismo. El mismo autor que hace cuatro años triunfó explicando de manera sencilla y con sentido común los motivos que desencadenaron esta crisis en el superventas La Crisis Ninja, ahora asegura que el declive económico que se ha saldado con la pérdida de miles de puestos de trabajo en España podría llegar pronto a su fin. “He empezado a ver, en la lejanía, esa luz al final del túnel. Y, como dije en algún artículo, esa luz no es un tren que viene de cara”, matiza en el libro El economista esperanzado. Manual de urgencia para salir de la crisis, gracias al cual ha sido galardonado con el XXIV Premio Espasa. Para Abadía, profesor del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) durante 31 años, la receta para empezar a crecer y a crear empleo parte de lo que llama “una revolución civil”, “la globalización de la decencia” y la materialización de “los Estados Unidos de Europa”.

- Usted explicó cuatro años atrás el origen de la actual situación económica en que nos encontramos, ¿ya ve luz a final del túnel?
- Lo que digo es que han pasado cincuenta años desde la creación del mercado común europeo y que estamos acercándonos al final de este largo proceso. Creo que vamos a más Europa, es decir, que de aquí a unos años cuando nos pregunten de dónde somos diremos: “Soy europeo de Francia, o de España…”, lo que tiene sus ventajas e inconvenientes.

- ¿Y en qué se basa para llegar a esa conclusión?
- En estos momentos la unión monetaria ya existe, ¡y es que hasta pensamos en euros! Por lo que respecta a la unión fiscal, en estos momentos los presupuestos nos los aprueban en Bruselas; ahora estamos yendo hacia la unión bancaria, que avanza a trancas y barrancas porque los bancos están mal. En este sentido se está hablando de la creación del supervisor bancario único, de un fondo único de garantía de depósitos en Europa. También vamos hacia una unión política.
- ¿Por qué hay tantas reticencias a los eurobonos en la Unión Europa?
- Ahora cuando España pide dinero prestado, avala España, lo mismo ocurre cuando pide dinero prestado Alemania, pero como de ellos se fían más que de nosotros, a nosotros nos exigen un 4% más de interés, que es la prima de riesgo. En cambio, si hubieran eurobonos, cuando España pidiera dinero prestado, avalaría Europa, con lo cual lógicamente nos saldría más barato.
- Pero…
- A Angela Merkel no le gusta porque a Alemania le saldría más caro. Por eso entiendo que los países “buenos” exijan que nos portemos bien si queremos eurobonos, y eso quiere decir reducir el déficit, lo cual comporta ajustes, como la subida de impuestos y la bajada de salarios. Por este motivo la gente piensa que Europa la está perjudicando.

- Pero los recortes parece que no están mejorando tampoco la situación económica.
- Es que aún falta la mitad de la receta. En España no hay más que un problema, que son los 5,7 millones de parados que hay, según la Encuesta de Población Activa (EPA). Estoy plenamente convencido de que el empleo sólo lo crean las empresas, por eso todo lo que se haga para ayudarlas es poco. Cuando hablan de una reforma, ya sea laboral o fiscal, digo: “Si ayuda a crear empleo, me parece maravilloso; y si no ayuda, me parece una pérdida de tiempo”.

- El problema es que ayude a destruirlo. 
- La reforma laboral me parece que es secundaria, ya que la importante es la financiera porque los bancos algún día tienen que volver a empezar a hacer de bancos (…) Los bancos se han dedicado a hacer locuras, vendiendo unos productos que no entendía nadie – ni ellos- y queriendo hacer negocio en el sector inmobiliario. ¿Y ahora qué pasa? Pues que no tienen dinero para prestarnos cuando vamos a pedir 3.000 euros porque dicen que “tienen que asumir riesgos”.

- Y, según usted, ¿cómo podría volver a circular el crédito para las empresas?
- En una conferencia que di en un banco dije que se tenían que cerrar todas las oficinas bancarias, echar a toda la gente a la calle y contratar a un señor. Y en un despacho cutre, el más barato que encontraran, con una silla, una mesa, un teléfono y un ordenador, que llegara a las diez de la mañana, llamara a Frankfurt y dijera: “Mandarme 10.000 millones de euros al 0,75% de interés”. A continuación, bajara a desayunar, leyera el periódico tranquilamente, subiera una hora más tarde, mirara en el ordenador para ver si han abonado la cantidad, llamara a Madrid y dijera: “Os mando 10.000 millones”. Sólo con esa operación se hubiera ganado del 0,75% al 6% de interés, la prima de riesgo.

- Usted quiere ganarse a pulso la antipatía de los empleados de banca.
- En una reunión que estuve en un banco dije “que habría que echar a todos” y no les hizo ninguna gracia (ríe). Quiero decir, llevando las cosas a un extremo, si estos señores no hacen de banco, para qué quieren ese dinero. El Banco Central Europeo, como he dicho, presta el dinero al 0,75% a los bancos.

- Que, a su vez, lo prestan al Estado español al precio de la prima de riesgo. 
- Claro, y cuanto más suba la prima de riesgo, mejor. Pero hay una cosa peor todavía: que el Banco Central Europeo pone a disposición de la banca una hucha que se llama “facilidad de depósito”, en la que antes se remuneraba depósitos a menos del 0,75% de interés y los bancos preferían perder dinero que sacarlo de allí. Pero Mario Draghi, en vez de fabricar más dinero, lo que ha hecho es remunerar ese dinero al 0% de interés, pero aún así los bancos prefieren tenerlo guardado ahí.
- ¿Y cuánto dinero puede haber en ese depósito?
- Hasta hace muy poco en esa hucha había 800.000 millones de euros, ¡imagínese que ese dinero se inyectara a los negocios! Por eso digo que si queremos, la crisis se acaba ahora.

- ¿Y qué opina de los recortes impuestos desde la Troika? 
- Me parece que la austeridad es buena. Una familia que ingresa 100 y gasta 700 va mal. El año pasado en España hubo un déficit de 91.344 millones de euros.

- ¿En España se vivió por encima de las posibilidades económicas?
- Claro. Hay amigos míos que me lo niegan, pero les digo “también has vivido por encima de tus posibilidades porque, por ejemplo, has cogido un AVE que no tendría que haberse construido porque no era rentable o has cogido una línea aérea que la Generalitat intentó salvar inyectando 538 millones de euros aún a sabiendas que no había solución".

- ¿La culpa de la crisis se tiene que repartir a partes entre la ciudadanía?
- No, el cien por cien de la responsabilidad es de las entidades financieras y también de los políticos. Y, luego, nosotros hemos tenido culpa, pero no. Si a mí me dicen en un banco le ofrezco una hipoteca de 100 millones por una casa valorada en 70 millones, pues yo me lo creo y honradamente creo que podré devolverlo.

- ¿Usted también ha estirado más el brazo que la manga?
- Hace 30 años me llamó un día un banco para ofrecerme una tarjeta VISA Oro y fui al banco y me la dieron en una cartera de piel con un límite de millón y medio de pesetas. Como tengo tantos hijos –12- , iba gastando, gastando, gastando, hasta que un día no podía pagar el recibo mensual y, al tercer mes de la demora, me quedé sin tarjeta de crédito. Gracias a Dios me permitieron seguir pagando a plazos, pero tuve que aplicar la austeridad, que significa gastar con la cabeza.

- Pero la austeridad favorece poco al consumo.
- La regla es perfecta si la combinamos con el crecimiento que tiene que producirse porque los bancos empiezan a hacer de blancos.
- Esto es poco popular.
- Ya lo sé. Y voy a decir algo todavía menos popular: hay que canonizar a la señora Merkel en vida (ríe). Estamos hablando siempre de austeridad contra crecimiento y no es verdad, es “austeridad y crecimiento”. Y ahí está todo, no hay más, y por eso estoy optimista porque igual algún día esto va a empezar a funcionar.

- ¿Entiende la indignación creciente de los ciudadanos hacia los recortes, la ley hipotecaria y la corrupción?
- Creo que en esta crisis lo menos importante es lo económico, es una crisis de falta de decencia. Aquí hay sinvergüenzas de cárcel a punta pala en lo financiero, político y en lo social, aunque no haya ninguno en la cárcel. El sinvergüenza hace dos daños: uno, el directo, y otro, que es el peor, es que desmoraliza a la gente, que llega a pensar que para triunfar hay que ser sinvergüenza, lo que rebaja el nivel moral de un país.
- Y nos empuja a la mediocridad.
- A no comprometerte a nada, a falsear, y esta es la crisis más difícil de arreglar. Por eso digo en el libro que hace falta una globalización de la decencia. Al final, si en un pueblo hay muchos indecentes, se dice que “el pueblo es indecente” y no es así: cada uno de los ciudadanos del pueblo es indecente.

- Usted también aboga por una revolución civil.
- Que consiste en mirarnos al espejo y decir: “yo soy indecente y tendré que cambiar”. Y eso es muy gordo, muy largo y muy difícil de conseguir, y hay que repetirlo mil veces para que la gente se entere de que tal como vamos no se puede salir adelante. Cualquier problema técnico se arregla con soluciones técnicas, pero si el que impone la austeridad es un sinvergüenza, saldrá mal.

- Parece lógico. 
- Cuando me dicen “hay que cambiar de sistema”, pregunto: “¿Me garantizas que en el próximo no habrá ni un sólo sinvergüenza?” Pues si no me lo garantizan, cambiemos para perder el tiempo.

- Usted defiende la creación de “unos Estados Unidos de Europa”, pero estamos inmersos en una crisis del euro, en que cada vez hay más detractores de la moneda única…
- España debe unos 900 mil millones de euros, y aunque nos vayamos del euro tendremos que pagarlo, ¿en qué?, ¿en pesetas? Multiplícalo. Creo que el proceso europeo es irreversible.

- ¿Y qué ocurriría si se decidiera no devolver la deuda?
- Suspensión de pagos, con lo cual al día siguiente cuando necesitases 100 euros, no te los prestaría nadie. Volveríamos a la autarquía. Habríamos inventado Franco, para eso no sé si valía la pena tanto lío (ríe). Hombre, quizá tendríamos que ir a China y decirles: “Si nos traéis un millón de turistas, os haremos un buen precio, y si son dos millones, mejor aún”…Suponiendo que otro país no les hiciera una oferta mejor.

- En el libro dice que “la economía se ha convertido, probablemente, en el arma más prodigiosa creada por el ser humano”. Explíquese.
- Lo que digo es que la economía, que era un arma muy fuerte, con la globalización se ha vuelto un arma terrible. A veces me preguntan: "¿Esta crisis es peor que la del 29’?", y yo contesto: “¿Cuánta gente de San Quirico o de otro pueblo español tenía acciones de la bolsa de Nueva York? Nadie, ¿y cuántos tienen hipoteca hoy? Todos”. Pues es peor esta crisis porque de repente la economía se ha mezclado y nos pegan bofetadas por todas partes sin saber de dónde nos vienen.

- O sea, ¿la globalización nos ha hecho más vulnerables?
- Nos ha hecho distintos, es decir, que nos tiene que hacer más inteligentes para saber de dónde pueden venir las bofetadas. También es cierto que ahora a Nueva York va cualquiera y antes sólo iban los ricos, también puedes buscar empleo por todo el mundo entrando en Internet.

- ¿Pero muchos jóvenes bien formados están emigrando?
- Eso no es emigrar. Vivimos en una aldea global, término inventado por Marshall McLuhan, y ahora nuestros barrios se llaman Shangai y Washington. Por eso el que va a trabajar a Indonesia ya no emigra, sino que se marcha a otro barrio. Igual que cuando vine de Zaragoza a vivir a Barcelona hace muchos años, me fui a otro sitio dentro de mi nación. La diferencia es que ahora ya no somos de pueblo.

- ¿Cuándo prevé que empiece la recuperación económica?
- Este mismo diciembre si conseguimos que esos 800.000 millones de euros de los bancos europeos salgan mañana a la calle. Además, otra cosa que ayudaría es que España elaborara para el 30 de junio de 2013 un presupuesto base “0” de todas las administraciones públicas, que no se hiciera en base al anterior presupuesto, sino en hacer un cálculo de cuánta gente hace falta para tirar adelante, por ejemplo, una autonomía como La Rioja. Tenemos 10.000 empresas públicas, igual sobraría la mitad de la gente.

- Pero también de esa forma aumentaría la tasa de desempleo.
- Sí, pero prefiero pagarles el paro dos años que pagar un sueldo “falso” toda la vida.


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Los silencios de Rajoy

EL presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, goza de la rara virtud política de que, a veces, se le entiende más por sus silencios o ambigüedades que por sus palabras. En el balance del primer año de su mandato, realizado ayer en la Moncloa, exhibió esta particularidad en dos de los tres temas centrales que abordó. Tanto en lo que se refiere a la evolución de la crisis económica como en la reforma de las pensiones se mostró poco claro y no explicó el futuro más inmediato, si no fue para advertir que el primer semestre del 2013 seguirá siendo muy duro. En cambio, en la cuestión catalana volvió a mostrarse dialogante, incluso dijo estar dispuesto a reforzar los aspectos diferenciales, aunque taxativo en que el límite es la Constitución.

El balance del año transcurrido no daba para más que para referirse a la pésima herencia recibida y afirmar que si no se hubieran aplicado las reformas que el Gobierno ha puesto en marcha, la situación se habría vuelto "insostenible", con un déficit, dijo, superior al 11%. Rajoy apenas se refirió al rescate de la economía que la troika tiene preparado, una auténtica espada de Damocles, ni tampoco a las acciones para acelerar el crecimiento, que no llega por ninguna parte. Y si se refirió al paro, fue sólo para asegurar que no está dispuesto a llegar a los seis millones de desempleados. Hubo algunas alusiones a los funcionarios y pensionistas por haber sido quienes han soportado la mayor carga de la austeridad impuesta. Y pidió a los españoles comprensión y solidaridad, aceptando que ha tenido que aplicar decisiones que no estaban en su programa, como las subidas de impuestos, si bien afirmó que, por ahora, no piensa subir el IVA.

Respecto a la otra gran cuestión abordada por Mariano Rajoy, la reforma de las pensiones, una de las condiciones de la troika y que ayer aprobó el Consejo de Ministros en la línea que ya había programado el PSOE, tampoco fue demasiado explícito. Simplemente anunció que piensa llevar esta reforma al Pacto de Toledo, que reúne a los partidos políticos y a las patronales y sindicatos, para establecer consensos, dejando una puerta abierta a una negociación. 

Más concreto fue el presidente Rajoy al abordar la cuestión catalana y prometió no abonar la política de tensión sobre este tema, agravado por los llamados "informes policiales". Aunque insistió en que el "marco de la Constitución" es el límite, se mostró dispuesto a tener en cuenta los hechos diferenciales y a hablar de financiación, aunque rechazó de plano una posible flexibilización del déficit, como apuntó anteayer el conseller de Economia de la Generalitat, Andreu Mas-Colell. "Las autonomías no pueden gastar más de lo que ingresan. Tenemos que tomárnoslo en serio", dijo. También afirmó estar dispuesto a reunirse con Artur Mas "cuando él me lo pida". Le exigió, eso sí, "lealtad recíproca" para "recomponer consensos".

Es decir, de lo dicho, de lo insinuado y de lo silenciado, se puede concluir que el presidente del Gobierno tiende la mano hacia el nacionalismo catalán para negociar, en el marco de la Constitución, una mejora del sistema de financiación y recomponer el hecho diferencial catalán, pero en el tema de la consulta el dique es la Carta Magna. Sobre el futuro económico apenas dejó traslucir una leve esperanza de algunos síntomas de recuperación, pero el rescate de la troika sigue siendo una negra amenaza.

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Los Veintisiete se enzarzan por el poder en la cúpula del supervisor bancario


Esperar soluciones ejecutivas de las cumbres de la UE es como arrojar piedras a un pozo profundo: la respuesta llega, pero solo con mucha demora y apagada. Esa historia mil veces repetida pareció cambiar en junio. Los líderes de la UE aprobaron entonces medidas anticrisis urgentes y propuestas de largo aliento para reparar los agujeros del euro. La estrella era y es la unión bancaria: el BCE como supervisor único de todos los bancos del euro, con un calendario ambicioso y la posibilidad de recapitalizar directamente las entidades con problemas (incluso con efectos retroactivos, para alivio de España e Irlanda) con objeto de romper el círculo vicioso entre crisis financiera y de deuda. Alemania salió de esa cita como gran perdedora respecto a la alianza entre Italia, Francia y España. Fue un espejismo: Berlín reinterpretó en septiembre la letra y la música de ese pacto. Y este miércoles, en la reunión de ministros de Finanzas de la UE —el Ecofin—, impuso definitivamente la ley del más fuerte.
Pese a que el Ecofin seguía discutiendo al cierre de esta edición un acuerdo político de mínimos que despeje el camino a la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que arranca hoy, la unión bancaria se hará tal y como quiere Alemania: la respuesta final, una vez más, llega con demora respecto al calendario inicial y con menos brillo, con menos ambición para convertirse en el punto de inflexión que necesita Europa para salir de las arenas movedizas de la crisis.
Sigue siendo un paso adelante. Pero la complacencia ha vuelto a la Unión una vez desaparecida la sensación de urgencia, a pesar de la crisis italiana, y los ministros estaban cerca de firmar un compromiso político algo deslucido respecto a las perspectivas iniciales, dispuestos a dejar para más adelante los detalles espinosos, que pueden aplazar notablemente la puesta en marcha efectiva del supervisor.
La unión bancaria viene cargada de tecnicismos, pero en realidad se trata de lo de siempre: quién tiene el poder. Alemania ha convencido a los demás de que el BCE solo supervisará los bancos nacionalizados y los más grandes —con activos por encima de los 30.000 millones, probablemente—, para dejar los demás en manos de los supervisores nacionales. A pesar de que en principio se pensaba que el supervisor único podía tener potestad para controlar, en un momento dado, cualquier entidad en dificultades, Alemania bloqueó esa opción: eso deja fuera de la órbita del BCE a los bancos de los länder, cargados hasta las cejas de basura tóxica y que se mantendrán bajo la vigilancia del Bundesbank.
La unión bancaria está cargada de tecnicismos, pero importa el poder
Alemania impone también una solución descafeinada para el fondo de garantía común (consistirá, simplemente, en homogeneizar los fondos nacionales) y un retraso considerable para el fondo de resolución bancaria (un mecanismo para cerrar bancos si es necesario), que en algún momento pudo ser una forma de mutualizar los problemas del euro por la puerta de atrás. Y en casi todo lo demás consigue retrasar el calendario, contra la opinión de Italia, Francia y sobre todo de España, el país más expuesto por el flanco financiero.

La cúpula, el gran escollo

La gran polémica fue por la cúpula del supervisor único. Y ahí, una vez más, Schäuble consiguió lo que se proponía: levantar una muralla entre las labores de política monetaria del BCE —en manos de su consejo de gobierno— y las labores de supervisión para garantizar la sacrosanta independencia del Eurobanco. Queda por decidir quién se sienta en el nuevo consejo de la parte del BCE que se encargará de la supervisión. La idea es que esa cúpula no sea tan numerosa como la del consejo del BCE (23 sillas), pero eso significaría dejar sin presencia a algunos países. Ahí hay dos posibilidades: que todos los países del euro roten, o que haya sillas aseguradas para los más grandes (Alemania, Francia, Italia y puede que España) y el resto vayan rotando. El ministro español, Luis de Guindos, defendió que la presencia en ese consejo debe estar en función del peso del sector bancario de cada país, una tesis parecida a la de Alemania. Pero está por ver qué se decide finalmente. A falta de consenso, Berlín sugiere dejar ese punto para más adelante.
Schäuble habló poco, pero en una sola frase resumió lo que se puede esperar del Ecofin, quizá de toda la cumbre: “En los tres últimos años hemos creado demasiadas veces expectativas que no podemos cumplir”, dijo, empeñado en rebajar la expectación que ha levantado la unión bancaria como potencial solución para el euro. Berlín repite una y otra vez que en la eurozona debe haber solidaridad, pero sobre todo solidez; que antes de hacer una propuesta debe quedar claro quién va a pagarla. Quien paga, manda. Y el dinero, en este momento, está al este del Rin.
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Alemania impone su visión para una unión bancaria de mínimos


“Acuerdo histórico” y “luz al final del túnel” son dos sintagmas que deberían estar terminantemente prohibidos en la alta política europea a juzgar por los acontecimientos de los tres últimos años. Los ministros de Economía y Finanzas de los Veintisiete, reunidos en un maratoniano Ecofin en Bruselas, han acordado in extremis esta madrugada la creación del supervisor bancario único, que cede poderes de control sobre los bancos a Fráncfort, la sede del cada vez más poderoso Banco Central Europeo (BCE). Y sí, inevitablemente ha habido quien ha saludado las conclusiones del Ecofin con el inevitable “acuerdo histórico” que supone una luz al final del túnel: el comisario europeo Michel Barnier. Se trata de un paso adelante, probablemente el más fácil por aquello de que el diablo está en los detalles y la Unión tiene siempre la habilidad de dejar los diabólicos detalles para más adelante, pero con varios lastres; con el freno de mano puesto. Básicamente, han triunfado rotundamente las tesis alemanas: demoras respecto al calendario inicial y mucha, mucha menos ambición de la que se suponía tras el acuerdo de los jefes de Estado y de Gobierno en la cumbre de junio. Pero un buen primer paso al cabo. Este es un sucinto resumen, una comparativa entre las expectativas que alumbraron los líderes en la decisiva cumbre de junio y lo que han reinterpretado los ministros de Finanzas, bajo la batuta del alemán Wolfgang Schäuble, a lo largo de 14 noctívagas horas en Bruselas. Pero el mejor resumen de lo sucedido lo ha hecho esta mañana la canciller Angela Merkel en dos tiempos. Primer golpe: “No se puede sobrestimar la importancia de este acuerdo”. Segundo y definitivo: “Hemos logrado asegurar las peticiones fundamentales de Alemania”.
150 bancos, quizá 200 de 6.000: gana Alemania por goleada. La Comisión Europea, Francia, Italia y España querían que el supervisor único controlara todos los bancos de la eurozona, unas 6.000 entidades. Alemania se ha opuesto con fiereza para mantener bajo la órbita del Bundesbank a sus cajas locales (sparkassen) y regionales (landesbanken), que albergan en sus entrañas toneladas de basura tóxica. Finalmente, el BCE supervisará solo a los bancos con activos superiores a 30.000 millones de euros o equivalente al 20% del PIB de un país —los denominados sistémicos: porque pueden llevarse por delante todo el sistema, en teoría—, además de los nacionalizados. Serán entre 150 y 200, según las estimaciones de los analistas y según fuentes francesas, entre los que podría haber seis alemanes. Cada país deberá tener al menos tres bancos en esa lista. El ministro Luis de Guindos defendió que fueran todos los bancos, y no 200, los supervisados por el BCE, pero luego destacó que “ese no era el tema básico” para España. En fin: victoria rotunda para Alemania, pese a que el ministro de Finanzas francés, Pierre Moscovici, ha hablado de “un trabajo bien equilibrado”.
Lo más importante es que aún no queda claro bajo qué circunstancias el BCE podrá usurpar a los supervisores nacionales el control de una entidad que no pertenezca a esa lista de 150 o 200. Alemania rechaza esa posibilidad. En teoría, el BCE puede intervenir en esas entidades más pequeñas, bajo un procedimiento tasado sobre el que aún hay que trabajar. Fuentes alemanas citadas por el diario alemán Die Weltaseguran que solo será posible en casos “razonables”. Otras fuentes hablan de esa posibilidad “bajo particulares circunstancias”, que nadie es capaz de aclarar a día de hoy. En todo caso, esos detalles se discutirán a nivel técnico pero son fundamentales para discernir si la unión bancaria es lo suficientemente ambiciosa o no. Hay más dudas: Wolfgang Munchau, director del think tank Eurointelligence, señala que los bancos podrían utilizar la habitual ingeniería financiera para alojar parte de su activo fuera del balance y sortear así la supervisión del BCE, y señala que el listón final, esos 30.000 millones de euros, deja fuera a buena parte de los bancos que han provocado la crisis financiera actual. “En general, hay aún sobre la mesa algún asunto espinoso”, resume Julian Callow, economista jefe de Barclays.
Plazos: marzo de 2014 y posibilidad de inyecciones de capital de emergencia. Victoria ajustada de Berlín. El nuevo supervisor debería estar listo el 1 de marzo de 2014: más tarde de lo que se preveía. Pero antes de lo que quería Alemania, que aun así se guarda un as en la manga: uno de los aspectos claves de la unión bancaria es la recapitalización directa de entidades con problemas por parte del fondo de rescate europeo, que solo podrá activarse cuando el supervisor único funcione a velocidad de crucero, una velocidad que el acuerdo no define pero que se parecerá, según los expertos, a la que desee Berlín en su día. El Parlamento Europeo deberá sancionar ese pacto antes de febrero del año que viene. Hasta marzo de 2014, el fondo de rescate permanente (MEDE) podría activar la capitalización de bancos con el acuerdo del BCE: nueva concesión de Alemania que puede ser muy importante para los países con problemas por ese flanco, como España. Ese cajón de sastre deja abierta la posibilidad de interpretar que la recapitalización directa de bancos (que en ningún caso será retroactiva por deseo expreso de Merkel) puede llegar mucho antes de lo esperado, usando los recursos propios del Mede, que ascienden a medio billón de euros. Al respecto, Schäuble habló poco ayer pero dejó una sentencia interesante: “Durante los tres últimos años nos hemos especializado en crear expectativas que después no podemos cumplir”. Alemania insiste en que hay que leer exhaustivamente lo que dicen los acuerdos. Y su interpretación, en lo que va de crisis, se acaba correspondiendo con lo que quiere Berlín.
Fórmula de organización: Alemania 2 - Reino Unido 1 - ¿España 0? La estructura de gobierno ha sido uno de los aspectos más controvertidos de los primeros y balbuceantes pasos de la unión bancaria. Alemania quería un cuerpo de supervisión diferenciado de las labores de política monetaria del BCE para garantizar la sacrosanta independencia del Eurobanco: lo ha conseguido. Los Diecisiete se sentarán en el supervisor, aunque el consejo de gobierno del BCE ejercerá como árbitro final cuando haya desavenencias, y habrá un comité más reducido y rotatorio. Está por ver si al final algunas de las sillas de ese reducido comité serán fijas para los grandes países: Alemania así lo quiere; España también, pero no está claro que pueda conseguirlo, en lo que sería un nuevo fiasco tras el fallido intento de conservar un asiento en el consejo ejecutivo del BCE, que a día de hoy posee la mesa de reuniones más importante de Europa. Otro de los escollos era la Autoridad Bancaria Europea (EBA, por sus siglas en inglés), de la que emana la regulación que luego deberá aplicar el supervisor bancario. Londres ha impuesto ahí su poderío: la EBA sigue a cargo de la armonización de la regulación financiera al nivel de la UE a Veintisiete, pero con garantías para los países que no pertenecen al euro (como querían Reino Unido, Suecia y República Checa): hará falta una mayoría cualificada para tomar decisiones.
Las decepciones. No habrá recapitalización directa propiamente dicha al menos hasta 2014. En ningún caso será retroactiva, como aseguraron el vicepresidente de la Comisión Olli Rehn y el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, tras la cumbre de junio, lo cual hace muy difícil acabar de un plumazo con el círculo vicioso entre crisis financiera y crisis de deuda soberana: los problemas de los bancos acaban en la panza de los países, como demuestra el fuerte incremento de la deuda española tras las últimas ayudas a las entidades nacionalizadas. Y apenas hay rastro de los dos elementos más ambiciosos esbozados en junio: nada de un fondo de garantía común (solo se habla de homogeneizar los sistemas nacionales), y nada de nada acerca del fondo de resolución que debería servir para cerrar bancos si fuera necesario, una idea que en su día llevó algunos analistas a decir que esa podía ser la puerta trasera por la que empezara la mutualización de la deuda europea. Eso, al más puro estilo del método europeo, se deja para más adelante ante las reticencias de los países acreedores, con Alemania a la cabeza. Los anglosajones llaman a eso kick the can down the road; la traducción castiza es patada a seguir, moneda de uso corriente en este tipo de acuerdos “históricos” tras los que algunos vislumbran las primeras luces al final del túnel.
España y su credibilidad bancaria: más del 90% del sector estará bajo la órbita del BCE. El Ministerio de Economía considera que en torno a 15 entidades financieras españolas pasarán a estar bajo supervisión directa del BCE y las cifras apuntan a que serán 16. En realidad, ya lo están muchas de ellas, tras el rescate financiero, que da el BCE enormes poderes con respecto al sector bancario. Guindos ha hecho esta mañana una valoración pragmática del pacto: “Para España lo importante era que hubiera acuerdo, un acuerdo razonable, y eso se logró anoche”. Ángel Berges y Emilio Ontiveros, de Analistas Financieros Internacionales, tienen una visión más crítica: “No es difícil convenir que la unión bancaria llega tarde para España, que inicialmente había apostado por que permitiera recibir directamente la ayuda del fondo de rescate sin aumentar la deuda pública”. El supervisor único puede ayudar a recuperar la confianza en el sector bancario español tras la crisis de credibilidad reciente. Pero el hecho de que más del 90% pase a estar bajo el BCE y el resto al Banco de España “puede provocar graves distorsiones a favor de las entidades supervisadas por el BCE, en base a su mayor credibilidad”, apuntan Berges y Ontiveros.
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Los socios europeos se dividen por el segundo rescate a España


Alemania, Holanda y Finlandia dan muestras de no tener ganas de que España pida un rescate: no quieren rascarse el bolsillo ni dar explicaciones a electorados poco receptivos. Es más, hay claros indicios de que Berlín y sus aliados impondrán duras condiciones si el Gobierno de Rajoy sale de la zona gris en la que se ha atrincherado y solicita una ayuda que parece inevitable. En torno al Rin está la línea roja que divide a los socios más reacios de los que presionan en dirección contraria: Italia y Francia quieren desesperadamente un cortafuegos, al igual que las instituciones europeas. En ningún país eso obedece al interés general de la eurozona: “Europa es aún poco más que la suma de sus Estados miembros en un momento en el que debería ser exactamente lo contrario”, resumen fuentes del Eurogrupo.
Finlandia celebrará elecciones locales en octubre, y un rescate daría alas a los Verdaderos Finlandeses, un partido extremista que dio la campanada en las municipales de 2008. Berlín no quiere una situación de estrés como la del pasado septiembre, con toda la presión sobre su Constitucional: prefiere demorar una nueva petición, y en todo caso agrupar las nuevas ayudas —los socios darán algo más de flexibilidad a Grecia, y Chipre y Eslovenia podrían solicitar rescates— en una sola comparecencia ante el Bundestag para evitar el desgaste. La Comisión aseguró a España condiciones suaves como anzuelo, pero “la renovada dureza mostrada por Berlín indica que Madrid ya puede ir olvidando esas promesas”, apuntan fuentes europeas. Rajoy también tiene elecciones autonómicas por delante, y le queda algo de margen: aún tiene acceso al mercado, y si el resultado combinado de los Presupuestos y las pruebas a la banca es satisfactorio entre los inversores “puede abrirse un pasadizo para hacer funambulismo durante un tiempo”, afirman fuentes europeas.
Esa estrategia puede salir mal por las más diversas causas. La recesión española se agrava. El desplome de los ingresos públicos augura un agujero en el déficit. Las sensaciones acerca del Presupuesto y las pruebas a la banca son ambivalentes. Cualquier accidente —Grecia— pondría la prima de riesgo española por las nubes. Entre los analistas apenas hay dudas: “Es mejor pedir ayuda con viento favorable”, resume Daniel Gros, del Centro de Estudios de Política Europea. “España solo puede ir a peor. Es realmente torpe resistirse”, añade Charles Wyplosz, del Graduate Institute. El profesor Paul de Grauwe entiende que Rajoy quiera negociar, “pero eso no es posible en esta Europa”. Solo el historiador Barry Eichengreen discrepa. “¿Cómo no va a intentar Rajoy limitar los daños?” Pero avisa: “Es posible que las condiciones iniciales no sean duras, y que en la primera revisión lleguen recortes para pensionistas, funcionarios y parados: el paquete completo habitual. La tragedia de Europa es que sus líderes siguen queriendo ver salpicar la sangre”.
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Los expertos advierten que el rescate total de España es cada vez más probable


“La credibilidad financiera de España es cercana a cero. La credibilidad fiscal es cero. La credibilidad política es cero. Los inversores han sentenciado a España. El Gobierno ha perdido el tiempo en estos últimos meses; ha dilapidado el crédito que le concedía su mayoría absoluta; ha perdido parte de la confianza de las instituciones europeas y toda la de los mercados con una sucesión de errores, muchos de ellos por una pésima estrategia de comunicación, que ahora trata de subsanar sin éxito. ¿Demasiado tarde? No se pueden decir este tipo de cosas en público, pero sin un cambio de actitud están ustedes abocados a un rescate completo”.
Varios entrecomillados de ese estilo, sin posibilidad de atribuir por lo delicado de la situación, salen de media docena de encuentros en Bruselas con fuentes europeas —diplomáticos, funcionarios de distinto rango y de diversas instituciones— en la última semana, la del rescate de la banca, la de la intervención parcial que no calmó a los mercados, que deja a España a unas pocas jugadas del jaque mate que en muchos sentidos sería un rescate completo.
España está en una situación límite; Europa entera lo está por el tamaño de la economía española y su venenosa capacidad de arrastre. Ni el recortazo de 65.000 millones ni la decisión del Eurogrupo de respaldar el rescate bancario han evitado el batacazo en Bolsa, el enésimo máximo de la prima de riesgo, la constatación de que nadie se fía de España, inmersa en una recesión que se prolongará hasta 2014. Para pagar las deudas hay que crecer: eso es lo que más preocupa a los famosos mercados. Eso y que cada novedad es más preocupante que la anterior, con varias autonomías a punto de pedir el rescate a un Estado que a su vez ha sido rescatado. El abuso del anonimato que piden todos y cada uno de los altos funcionarios consultados, es hasta cierto punto comprensible: los socios europeos acaban de tirar un salvavidas de hasta 100.000 millones a la banca. Pero la realidad va tan deprisa que medio Bruselas se pregunta ya si hace falta algo más.
Altos funcionarios europeos advierten que la credibilidad de España está bajo mínimos
“El mercado barrunta un segundo rescate, incluso una suspensión de pagos, y ya está pensando cómo hacer dinero con eso. Los inversores se han ido para no volver; al menos durante un tiempo. ¿Vamos a una intervención completa? De seguir por ese camino, posiblemente sí. Pero España, si arrastra a Italia, es un problema mayúsculo: nadie con dos dedos de frente puede dejar de pensar en las graves consecuencias que eso traería”, indica una alta fuente europea, que se agarra a la posibilidad de una varita mágica de última hora —la del BCE— que no acaba de aparecer.
Las autoridades comunitarias piden tiempo para que se vea cómo funciona el rescate de la banca, cómo avanzan las reformas, cómo se aplica el Gobierno con la tijera. Pero el tiempo escasea. Ante el bloqueo institucional, este diario pregunta a media docena de expertos de primer nivel. Economistas con capacidad de influencia en cenáculos políticos. La conclusión es la misma: la posibilidad de un rescate total de España es cada vez mayor.
“Veo pocas posibilidades de que España se libre”, asegura Ken Rogoff, profesor de Harvard y execonomista jefe del FMI. “España va a seguir con graves problemas de crecimiento y de paro hasta que se produzca un desendeudamiento masivo. Eso puede conseguirse con dolorosas reformas estructurales, especialmente en el mercado de trabajo. También con una inflación sostenida en países como Alemania, algo que puede descartarse dado el grado de obsesión del BCE. Y con reestructuraciones y quitas importantes en la deuda, el mejor enfoque pero políticamente el más difícil. Lo más probable, es que eso se haga con más de una década de crecimiento anémico y alto desempleo, combinado en mayor o menor medida con las recetas anteriores”, dice Rogoff, que vaticina una suerte de depresión social (si no lo es ya que el paro roce el 25%).
"Es poco probable que España se libre del rescate total", vaticina Kenneth Rogoff
El Nobel Joe Stiglitz hablaba hace unos días de algo parecido. Pero explicaba que la forma de hacer menos dolorosa esa píldora es levantar el pie en las metas de déficit. “Alemania sigue endureciendo la disciplina fiscal en lugar de hacer algo por promover el crecimiento. Ya se ha visto en tres casos [Grecia, Portugal e Irlanda] que eso es contraproducente. En el caso español, que el Gobierno rescate a los bancos y los bancos rescaten al Gobierno es además algo que ni está funcionando ni puede funcionar”, reiteró a Reuters. Wolfgang Münchau, que dirige el think tank bruselense Eurointelligence, asegura que las medidas de austeridad en plena depresión “son una auténtica locura, prolongarán y profundizarán la recesión, incluso elevarán el déficit por su efecto contractivo. Es asombroso que los Gobiernos sigan repitiendo errores cometidos hace décadas”. Con esos mimbres, no hay mucho margen: “España ya no es plenamente soberana, porque el Gobierno ya no puede financiarse. Sí, espero una intervención completa”, añade rotundo Martin Wolf, comentarista económico de cabecera del Financial Times.
Desde California y tras un efímero paso por España e Italia en las últimas semanas, el historiador económico Barry Eichengreen es extremadamente duro tanto con el Gobierno como con las instituciones europeas. “El nuevo paquete fiscal, al igual que sus predecesores, no va a funcionar. Y la inyección de dinero de los fondos de rescate europeos en los bancos no será suficiente. Crecen a diario las posibilidades de que España tenga que pedir una intervención de la troika en toda regla. Eso es atribuible en parte a errores propios, pero sobre todo al fracaso sin paliativos de la estrategia europea anticrisis", critica. James K. Galbraith, hijo del mítico John K. Galbraith, apunta que el liderazgo europeo “tiene como prioridad preservar el sistema bancario y el euro, como si eso fuera un fin en sí mismo, en lugar de activar el crecimiento para dar alguna posibilidad a los millones de parados españoles”. “Para cambiar esa realidad, el Gobierno de España debería ser atrevido y perspicaz. ¿Tienen ustedes un Gobierno así?”, inquiere.
De Grawe: "En agosto podríamos ver lo que hasta ahora nos parecía impensable"
Paul De Grauwe, investigador de la London School of Economics, vaticina una intervención completa en otoño, ante los vencimientos de 27.000 millones que el Tesoro —que tiene colchón para aguantar hasta entonces— debe refinanciar. “Si los mercados vuelven a tener un acceso de pánico las cosas se pueden precipitar y en agosto podríamos ver lo que hasta hace poco parecía impensable”, afirma. “Las crisis se toman mucho tiempo a veces en aparecer, pero de vez en cuando se precipitan en una sola noche: Europa está haciendo todo lo que está en su mano para adelantar el reloj. Con la imposición de duras condiciones repite los errores de Grecia y compañía. Con el dogmatismo de Berlín y su cabezonería en que esta es una crisis de chicos buenos (el Norte) y chicos malos (el Sur), ha sembrado una peligrosa semilla: Alemania, Francia, incluso Bélgica se financian más barato ahora que al inicio de la crisis. Incluso a tipos negativos. El mismo mercado que cometió errores de bulto en el pasado inflige un castigo desproporcionado a España e Italia mientras el BCE sigue de brazos cruzados”.
“Esto es una guerra”, decía hace unos días el primer ministro italiano, Mario Monti. También De Grauwe cierra su discurso con una referencia bélica: “Antes de las guerras mundiales nadie pensaba que en último término los países pudieran tomar ciertas decisiones que se revelaron gravísimas. Ahora la cascada de errores, puede llevar a otro tipo de conflicto. España es una economía enorme. Italia lo es aún más, y corre serio peligro. Aún hay posibilidades de detener una fractura del euro de consecuencias imprevisibles: quizá una depresión. Pero ni en Bruselas ni en Berlín parece haber una sensación de urgencia como la que hay en Washington. Y lo más peligroso es que Europa se está metiendo en una trampa: obliga a los países rescatados a someterse a remedios durísimos; a cambio los ciudadanos ni siquiera vislumbran una ligera mejoría. Ese prolongado sufrimiento solo puede provocar desencanto, desafección”, acaba.
Los responsables europeos saben que tienen ante sí un tablero de ajedrez con dos escenarios probables. Una de las salidas del callejón es hacer algo más por Grecia —la crisis va a volver por ese flanco más pronto que tarde— y establecer el paraguas adecuado para proteger a España e Italia: más solidaridad, lo que equivale a más Europa (unión política, unión bancaria), porque nadie, y, menos aún Alemania, va a dar ayudas sin extremar el control. La otra dirección, más aventurada, es permitir la salida de Grecia y replantearse qué países deben formar parte del euro. Cualquier cosa es posible a estas alturas. Pero solo cuando la marea llegue a Francia y Alemania, a través de una recesión o una crisis bancaria, podrá verse qué ruta prefiere Europa, empeñada en usar la crisis como método de gobierno.
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Ajuste moral y ajuste imperial


La zona euro ha entrado en recesión por segunda vez en esta crisis. No se trata de una segunda vuelta de la crisis financiera internacional, aunque esta fuera un eficaz detonante inicial, sino de una recesión autoinfligida. Tiene que ver con los desequilibrios internos acumulados, con las carencias institucionales de la eurozona, pero sobre todo con la forma en que se está gestionando la crisis en la zona euro, en la que influyen tanto criterios morales como actitudes imperiales.
La zona euro en su conjunto no tiene un problema de competitividad internacional, si lo medimos por el indicador más revelador que es el saldo de la balanza por cuenta corriente. Sin embargo, las pérdidas de competitividad y el exceso de gasto de algunos países, España entre ellos, se han traducido en elevados déficits por cuenta corriente y en la acumulación de deuda externa, que tienen su contrapartida en los superávits y en la posición acreedora de otros.
Han sido exhaustivamente analizados los factores que han permitido la acumulación de desequilibrios tan acusados: una política monetaria muy expansiva, más adecuada a las necesidades de algunas economías centrales que al momento económico que vivían bastantes de las economías periféricas de la eurozona, una innovación financiera y una relajación de la gestión de riesgos que potenció la liquidez del sistema, asegurando la financiación del endeudamiento con bajas primas de riesgo del deudor y nula prima de riesgo de ruptura del euro. A ello se añadió una política económica en esas economías periféricas dedicada a surfear relajadamente por el ciclo expansivo, cuando no procíclicamente, con escasa atención a los desequilibrios fiscales, al déficit exterior y a las pérdidas de competitividad que tal situación reflejaba, porque su financiación era simplemente fácil y barata. Al fin y al cabo, ¿cuánto rédito político se puede obtener del “arrepentíos porque el día del juicio se acerca”? Los aguafiestas no suelen hacer carrera, y siempre es posible argumentar que un cambio de paradigma inutiliza las señales de alerta del pasado.
Todos los países europeos no pueden ser austeros al mismo tiempo
La crisis financiera internacional, al secar y renacionalizar los circuitos financieros, acabó con cualquier expectativa de aterrizaje suave, provocando una crisis particularmente acusada en las economías con elevado endeudamiento, ya fuera público, privado o mixto.
La salida de la crisis exige que los países endeudados gasten menos y mejoren su competitividad con reformas que reduzcan costes, mejoren la productividad y aumenten su crecimiento potencial, y esto es inevitablemente doloroso. Pero la eficacia de esta política se reduce y su coste —medido en actividad económica y empleo— se dispara si no se reparten los esfuerzos del ajuste entre acreedores y deudores, y si no se acompaña de una política económica europea que utilice el margen de maniobra de los países acreedores para impulsar el crecimiento. La economía tiene sus paradojas. La austeridad es una virtud individual, especialmente recomendable para los muy pródigos, pero no es, desde luego, una virtud colectiva. En una gran economía con superávit exterior como la europea, en la que la capacidad para elevar el superávit con el resto del mundo es limitada, sobre todo con una política monetaria que conduce a un euro fuerte, todos los países no pueden ser austeros al mismo tiempo, ni corregir los déficits exteriores de unos sin hacer lo mismo con los superávits de otros, a riesgo de generar una recesión económica en el conjunto y una depresión en los países endeudados, como está sucediendo. La pregunta que mucha gente se hace es por qué se está imponiendo una estrategia de gestión de la crisis que ha conducido a la recesión y puede condenar a la eurozona, y por extensión al conjunto de Europa, a un largo periodo de bajo crecimiento que amenaza la estabilidad europea. Una explicación, que llamaremos del ajuste moral, atiende a criterios teológicos; y otra, que llamaremos ajuste imperial, al deseo de imponer un reparto muy desequilibrado de los costes del ajuste entre deudores y acreedores.
Según el enfoque del ajuste moral, el ahorro siempre es virtuoso y el deudor siempre es culpable. No es casualidad que en alemán la deuda(Vershuldung) es casi idéntica a culpa (Vershulden). El deudor(Schuldner) es culpable (Schuldige) y el dolor del castigo es inherente a la expiación, y freno a la reincidencia. La recuperación de la salud moral puede justificar un daño generalizado como el que se está infligiendo a toda Europa, como el padre que impone a toda la familia no ir de vacaciones para castigar a un mal estudiante. No hay hueco para el debate sobre el reparto de responsabilidades entre el deudor que ha gastado en exceso, de forma ineficiente, y a crédito, y el acreedor que financia despreocupadamente ese gasto porque de él se deriva el crecimiento de su economía. Este ajuste moral se justifica adicionalmente cuando no solo hay que expiar las deudas, sino, como se acusa a Grecia, otros pecados como el engaño y el incumplimiento de las normas comunes.
El ajuste imperial tiene más que ver con la defensa de intereses que con principios morales de cualquier tipo. Se trata de influir en el reparto de las responsabilidades y los costes de la corrección tanto de los desequilibrios internos como de las debilidades institucionales de la zona euro. La contribución de los acreedores al ajuste se puede producir por varias vías: primero, algo más de inflación, que alivia la carga de los endeudados, incentiva a gastar a los desendeudados, aumenta la eficacia de la política monetaria al permitir tipos de interés reales bajos e incluso negativos, y atenúa el impacto contractivo de la devaluación interna que los países deudores necesitan para recuperar competitividad; segundo, con una estrategia de estímulo al crecimiento apoyada en los países con margen de maniobra para ello, que son los acreedores, que aumente la demanda de bienes y servicios de los países deudores; o, tercero, con una quita y/o refinanciación de la deuda a un coste razonable para permitir un ajuste progresivo que evite una espiral depresiva en los países periféricos. Adicionalmente, una política monetaria más agresiva contribuiría a una depreciación del euro que fortalecería la demanda del resto del mundo.
¿No surgirá una Alemania demasiado grande para la estabilidad de Europa?
En ninguna de esas direcciones se ha avanzado a un ritmo suficiente. Y así, mientras los países acreedores se benefician de una financiación barata y de una alta remuneración de sus préstamos a las economías periféricas, con un mercado débil pero protegido por el euro contra la revaluación de su moneda nacional, y con una inflación incluso por debajo del 2% que preserva el valor de sus préstamos, los países deudores afrontan su ajuste en un entorno económico recesivo, en una unión monetaria que no respalda su deuda soberana, con un sistema financiero fragmentado por países que frena su refinanciación y con una desesperantemente lenta corrección de las debilidades institucionales del euro que hace que su prima de riesgo se vea adicionalmente penalizada por las dudas sobre la irreversibilidad de la moneda única.
No se trata de dejar de pagar las deudas, ni de eludir la consolidación fiscal y las reformas estructurales. Se trata de hacerlo en un contexto europeo de mayor crecimiento, algo más de inflación, y de recuperación de los flujos financieros en Europa haciendo incuestionable la irreversibilidad del euro.
Me pregunto, con preocupación, si la gestión de esta crisis no terminará resucitando en muchos europeos la conciencia de estar asistiendo a la versión actualizada de un mismo problema de los últimos 150 años: una Alemania demasiado grande para la estabilidad de Europa.
Luis Atienza Serna ha sido presidente de Red Eléctrica de España.
fuentes http://elpais.com