domingo, 27 de enero de 2013

Albión

LA monarquía británica tiene una solidez tan acreditada que lo mismo soporta que lady Di se empotre en un túnel de París como que su hijo menor, Henry, sea un cretino de proporciones siderales. El joven Enrique, tercero en la línea sucesoria, suponemos que muy a pesar de su incombustible abuela Isabel II, ha concluido su segunda campaña militar en Afganistán. Confiesa haber matado a algún que otro talibán desde su puesto de artillero de un helicóptero de ataque Apache. Fabricación estadounidense, por supuesto. Marca Boeing, por más señas. El niño ha rememorado que eso de lanzar misiles y ametrallar al personal le recordaba su afición por los videojuegos de la PlayStation. Adorable. No menos encantador es el primer ministro, David Cameron. La última travesura del líder conservador es amenazar con convocar un referéndum en el 2017 (¡cuánto ha de llover!) para sacar el único pie que su país tiene en la Unión Europea. La mejor réplica que ha recibido proviene del ministro de Exteriores francés, el socialista Laurent Fabius: “No puedes unirte a un club de fútbol y luego decir que quieres jugar a rugby”. Así son los euroescépticos británicos, un eufemismo que oculta un profundo antieuropeísmo muy propio de las soberbias isleñas. La convivencia entre los continentes y sus islotes fiscales siempre ha sido compleja. Máxime cuando unos se ven abocados a unirse y los otros creen ser de otro mundo por el simple hecho de estar rodeados de agua. Es la vieja creencia de los bucaneros reconvertidos en piratas financieros. Un solo dato: en la City anidan los mayores compradores de oro que los empobrecidos hispanos venden en las casas de empeño. Fundimos las joyitas en lingotes y los exportamos a la Pérfida Albión. Dicen que más de mil millones de euros cada año. Para llorar.

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