jueves, 24 de enero de 2013

El espíritu de superación


Hasta hace unos días tenía en el despacho una papelera de plástico Fniss, de Ikea, de color negro, de 29 centímetros de boca. Es un modelo de papelera que no es de rejilla sino compacto. Es sencilla, sin pretensiones, estéticamente aceptable y barata: 1,99 euros. La compré hace tres años, creo recordar.

Antes tenía otra, de tamaño parecido, que se rompió. También era de plástico, pero gris, con la pared de rejilla. La compré hace cosa de veinticinco años, no recuerdo en qué papelería. Las papeleras de rejilla, sean de plástico o metálicas, permiten ver el interior: las bolas de papel, los sobres desgarrados, los clips inservibles, los restos de lápiz que caen de la maquinilla cuando les haces punta... ¿Por qué antes -treinta años atrás, pongamos- se prefería que se viese lo que había dentro? Calculo que tiene que ver el hecho de que las papeleras de rejilla recuerdan a las cestas de baloncesto. A mucha gente le gusta coger la hoja de papel, hacer una bola y, como si fuese LeBron James, lanzarla a ver si encesta. En las papeleras de rejilla ves claramente el impacto de la bola sobre las bolas precedentes que se acumulan en el fondo. Con las papeleras compactas eso no pasa: la pared lo tapa. Por eso, a pesar de ser más sólidas, encontraron reticencias cuando empezaron a aparecer. Evidentemente, sabes si la bola ha entrado o no porque, si no hubiese entrado, la verías en el suelo, como señal de tu fracaso, pero no es lo mismo.

Yo no era muy bueno encestando bolas de papel. De cada cinco que tiraba, cuatro iban fuera. Claro que tenía la papelera Fniss (y la anterior, la de plástico gris) en un rincón del despacho, a unos tres metros, y esa distancia influía. De forma que un día decidí ponerla más cerca. Para no tenerla exactamente al lado (me habría parecido que hacía trampa) la coloqué a medio camino del lugar donde estaba antes y el lugar donde me siento. Cada vez que levantaba la vista del ordenador y la veía, ahí en medio, cogía una hoja de papel, hacía una bola y la lanzaba, a ver si iba dentro. Pero pasaron las semanas y, como a esa distancia no había mejorado mucho (de cada cinco que tiraba, tres iban fuera), decidí acercar un poco más la papelera. Aquí la cosa mejoró: de cada cinco, ya sólo dos iban fuera. Pero aún me parecía que encestaba poco. Como, por dignidad, no podía acercar más la papelera, hace unos días me fui a Vinçon y compré una nueva, bastante más grande. La puse a la misma distancia. Esta es una Schwartz de 38 centímetros de boca. De hecho son contenedores, pero la gente los utiliza como papeleras y en los despachos de los diseñadores y de los arquitectos quedan la mar de modernas. Ahora, de cada cinco lanzamientos acierto cuatro. Es evidente que, para llegar a la excelencia, aún tengo que practicar, pero no se puede negar que los resultados han mejorado bastante.
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