miércoles, 23 de enero de 2013

La gran ventolera

We, the people" (nosotros, el pueblo). Significativo discurso de Obama ante la multitud washingtoniana que llenaba la avenida bordeada por las instituciones culturales de la Smithsonian, en dirección a la imponente estatua de Lincoln. Al reelegido presidente estadounidense le consta que no sólo el Tea Party hará todo lo posible para entorpecer la labor de los demócratas.

Pocas veces los republicanos, en una situación tan tensa y grave de la política mundial, contenida aún por vías diplomáticas, se han negado al consenso que parece demandar la actual problemática. A los seguidores de Romney, impulsados por los demás partidarios de Bush, no les satisface el rumbo de la política exterior que patrocinan los demócratas. De haber vencido a Obama en las recientes elecciones, posiblemente ya estarían implicados en alguno de los conflictos abiertos en Medio Oriente. La cautela de Obama no va con ellos. 

Pero, justamente Obama, político antielitista, talentudo orador, se dirige a las masas de asalariados y a las empobrecidas clases medias, al margen de los privilegiados "happy few", e insiste en su "we, the people" (nosotros, el pueblo) y en el categórico "together" (juntos) reveladores de crecidas desigualdades que la crisis abrió también dentro de la primera de las superpotencias. Cabe la esperanza de que, finalmente, los europeos sepan elegir la vía de la razón unitaria y democrática. Única solución al problema de supervivencia del Viejo Continente, en contra de corrientes radicales, ultranacionalistas, predispuestas a volver a gobiernos autocráticos, de antiliberales. No faltan los que se preparan cara a tales eventos, temerosos de que todo ese orden liberatorio se lo lleve una de esas tormentosas ventoleras que nos llegan estos días desde cumbres glaciales. 

Los encuentros entre austeros y honestos dirigentes francogermanos no son puro exhibicionismo. A Merkel y Hollande les impulsa un comprensible instinto de conservación. Franceses y alemanes, vacunados contra específicas o aleatorias dolencias o apetencias de poder, no ignoran estar implicados, en primer término, en el compromiso de acuerdo sobre la única vía de entendimiento que resta a los europeos civilizados. La alternativa no es otra que caer en las redes del vecino más poderoso y predispuesto a lanzarse al asalto. 

El riesgo del fracaso no es sólo para la pareja de protagonistas de primera línea que, tras tantas bárbaras guerras civiles intraeuropeas, forman franceses y alemanes. Siguen los demás, grandes o pequeños. Todos ellos, más interdependientes que nunca. Eso lo entienden los jóvenes, aclimatados y educados en los escenarios transfronterizos, recubiertos ya de la pátina del europeísmo de la nueva era. Se acepta y se adopta, a menos que se rechace la buenaventura.

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