sábado, 26 de enero de 2013

Marinetti sobre el cielo de Barcelona


Invito al lector a prestar atención a la fotografía que ilustra esta página, ya que pronto puede convertirse en una estampa decorativa. Las imágenes se consumen muy deprisa en el tiempo de la comunicación instantánea y esta foto, tomada a seis mil metros de altura, a las dos de la tarde del 17 de marzo de 1938, quizá la veremos reproducida varias veces durante los próximos meses, puesto que corresponde al más feroz de los bombardeos que sufrió la ciudad de Barcelona durante la Guerra Civil. Ataques aéreos de cuyo inicio se cumplen ahora 75 años. Hay que prestar atención a la foto, porque en ella hay algo que no cuadra.

Una bomba muy potente estalla en la retícula del Eixample. Un modernísimo ingenio militar perfora el nuevo orden urbano ideado por el ingeniero militar Ildefonso Cerdà (comandante de zapadores de la antigua Milicia Nacional). Eso es lo primero que no encaja: la brutal vibración del aire en una ciudad que ha aceptado la racionalidad del tiralíneas. Pero en el interior de esa primera anormalidad sigue habiendo algo raro. La columna de humo del centro de la imagen es mucho más alta que las otras, localizadas en el barrio del Raval. Los pilotos italianos regresaron a su base en Mallorca con la sensación de que algo muy extraño había ocurrido en Barcelona.

Los bombarderos Savoia-79 llevaban una cámara fija en la bodega, junto a los dispositivos de tiro, y la tripulación tenía orden de fotografiar todas las acciones ofensivas. Fotos muy nítidas, no en vano Italia fue el primer país del mundo en disponer de un censo catastral mediante fotografía aérea. Motores Alfa Romeo, sistemas ópticos de gran calidad, tres ametralladoras Breda y más de una tonelada de explosivos. El Savoia-Marchetti-79, conocido también como Sparvero (gavilán) o el Gobbo maledetto (el Maldito jorobado, por el abultamiento dorsal del puesto de ametralladora) era uno de los mejores aviones de guerra del momento. Futurismo. Aceleración. Apología de la mecánica. El poeta Marinetti: “Cantaremos los motores, las multitudes, la vibración nocturna de los arsenales, las fábricas, los puentes, los vapores aventureros, las locomotoras, el vuelo de los aeroplanos...”. Reveladas las fotos en Mallorca, la sorpresa de los mandos de la Aviación Legionaria fue mayúscula. Aquella explosión no era normal. Pronto supieron la verdad, pero la imagen de la gran columna de humo en Barcelona acabó en las portadas de algunos diarios europeos y norteamericanos, dando pie a una leyenda: los italianos estaban ensayando una superbomba. Una bomba de aire líquido, según las versiones más fantasiosas. La verdad. La azarosa verdad: una bomba impactó sobre un camión militar cargado de dinamita que circulaba por la Gran Via, a la altura de la calle Balmes. El ensayo era otro. Durante 41 horas, la aviación fascista lanzó 44 toneladas de explosivos sobre Barcelona, que mataron a cerca de mil personas. “Iniciar desde esta noche acción violenta sobre Barcelona con martilleo espaciado en el tiempo”. Así rezaba el telegrama enviado desde Roma por el general Giuseppe Valle, viceministro de la aviación militar, al general Vicenzo Velardi, jefe de la Aviación Legionaria con sede en Baleares. “Martellamento diluito nel tempo”. Ese era el ensayo. Un bombardeo parsimonioso e inacabable, una y otra vez, una y otra vez, que enloqueciese los sistemas de alarma y desbordasen a ambulancias y bomberos. Terrorismo. Las sirenas sonaron más de 250 veces y los barceloneses ya no sabían si empezaba o acababa el bombardeo. Una técnica probada por primera vez sobre una gran ciudad, de la que tomaron nota todos los países europeos que se sabían en vísperas de la segunda gran guerra. Tomaron apuntes los alemanes y los británicos. En aquellos momentos, Inglaterra ya estaba ideando la fabricación del bombardero Lancaster, futuro martillo de la RAF en la cuenca del Ruhr y máquina clave en la victoria final de los aliados. En el terrible bombardeo de Dresde, entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, británicos y norteamericanos siguieron en buena medida el patrón esbozado por la aviación de Benito Mussolini. Una espantosa tormenta de fuego de tres días, con gran profusión de bombas incendiarias de alta potencia, destruyó la ciudad y mató a más de 22.000 personas. Bombardeo en alfombra. Primeros antecedentes: Gernika, 1937; Barcelona, 1938.

La contribución de la aviación italiana a la victoria de Franco no se limitó, sin embargo, a la desmoralización de la población. Se realizaron también ataques de notable precisión sobre objetivos civiles y militares en toda la costa mediterránea, previamente documentados por los servicios de información. Planos y anotaciones muy detalladas de los objetivos. La fábrica Cros de Badalona, por ejemplo, pieza clave de la industria de guerra colectivizada por la Generalitat. En la Cros, junto a la desembocadura del río Besòs, se efectuaba la nitración del tolueno para la posterior elaboración de trilita y se experimentaba con sulfuro de carbono para la fabricación de lanzallamas. La aviación italiana disponía de planos muy precisos de la fábrica, seguramente alimentados por ingenieros de la Cros fieles al gobierno de Burgos.

El historiador Joan Villarroya, principal experto sobre los bombardeos durante la Guerra Civil española, halló hace unos años una documentación preciosa en el Archivo Histórico de la Aeronáutica Militar Italiana, con sede en Roma. (La Vanguardia, 16 diciembre 2001). Cada bombardeo, una ficha y una foto. Una minuciosa contabilidad. Futurismo. Mussolini envió 764 aviones a España, de los que 216 fueron baja, la mitad por accidente. Lanzaron 11.189 toneladas de explosivos en 4.782 acciones de guerra. Lograron que sus proyectiles impactasen en 710 aviones republicanos. Perdieron a 174 hombres. A todos los integrantes de la Aviación Legionaria les fue asignado un nombre falso, según consta en un elenco del citado archivo militar. Y las enseñas del Reino de Italia fueron borradas de los fuselajes, para mantener la ficción del pacto de no intervención, que Francia e Inglaterra se empeñaban a mantener al pie de la letra, sabiendo que la República iba a ser derrotada. Mussolini ayudó a Franco –tomando posesión de la isla de Mallorca–, probó la eficacia de su maquinaria militar, experimentó nuevas tácticas y ajustó equilibrios con Hitler, que el 12 de marzo 1938 llevaba a cabo la anexión de Austria, antigua dueña de buena parte de la Italia septentrional. Cuatro días después del Anschluss austriaco, en Roma se decidió el bombardeo intensivo de Barcelona.
Mussolini no murió en la cama, como es bien sabido. No está de más recordarlo cuando se plantean acciones judiciales a setenta y cinco años de distancia. El dictador italiano murió en circunstancias que hoy erizarían los pelos del garantismo progresista. La línea Baltasar Garzón pondría el grito en el cielo. Mussolini fue detenido el 27 de abril de 1945 en un puesto de control partisano de la localidad de Dongo (nombre que nos remite a La Cartuja de Parma de Stendhal), cuando intentaba huir a Suiza vestido de soldado alemán en el interior de un convoy en retirada. Le acompañaba su amante, Claretta Petacci. Informada de la detención, la dirección del Comité de Liberación Nacional en Milán decidió ejecutar la pena de muerte que había acordado semanas atrás. Los partisanos temían que Mussolini se entregase al servicio secreto británico y que después de un juicio internacional previamente pactado con Winston Churchill fuese reciclado para el nuevo curso de la historia de Italia. Estaba en juego el orden de la posguerra. Monarquía o república en un país agotado y troceado; una parte en manos de los aliados y las tropas regulares del mariscal Badoglio; otra (parte del centro-norte), controlada por las milicias partisanas, con fuerte influencia comunista. Tres hombres decidieron la muerte de Mussolini: Sandro Pertini (Partido Socialista), Luigi Longo (Partido Comunista) y Leo Valiani (Partido de Acción). El nombre de Pertini resultará familiar a los españoles que siguieron con pasión el Mundial de Fútbol de 1982. Gran amigo del rey Juan Carlos, Pertini era el anciano presidente de la República que amenizó con su simpática gestualidad el palco del Camp Nou. La squadra azzurra ganó el Mundial y Barcelona comenzó a ponerse de moda como destino turístico en Italia.

Un salvoconducto con la firma de Pertini, Longo y Valiani permitió a un comando de tres hombres sortear todos los controles, llegar hasta Dongo, a orillas del lago de Como, para hacerse cargo del prisionero Mussolini y su acompañante. Les metieron en un coche y después de varias curvas les ordenaron bajar. El partisano comunista Walter Aulesio, comandante Valerio, empuñaba un fusil ametrallador. Ordenó a Clara Pettacci que se apartara. El arma se encasquilló. Ella se abrazó a Mussolini para protegerle. Y una ráfaga los mató a los dos. A la mañana siguiente, ambos cadáveres aparecían colgados boca abajo en el poste de una gasolinera de la plaza de Loreto de Milán, donde meses atrás los fascistas habían fusilado a quince partisanos. La gente se ensañó con los cuerpos. Ningún dictador europeo del siglo XX ha tenido un final tan cruento. Hitler se suicidó en el búnker de Berlín y ordenó que quemasen su cuerpo. Salazar y Franco murieron en la cama. Nicolae Ceaucescu y su mujer fueron fusilados en 1989 tras un juicio fantasmal. La televisión rumana les exhibió como si fuesen vampiros.
Política, política, política. Churchill se quedó sin reciclado y un año después de la ejecución de Mussolini, todos los fascistas eran amnistiados. Sorpresas de la Italia lampedusiana. ¿Una astuta maquinación del joven Giulio Andreotti? ¿Una oscura maniobra del Vaticano? No. Un decreto del ministro de Justicia del Gobierno provisional, Palmiro Togliatti, líder del Partido Comunista Italiano y activo protagonista en la guerra de España como delegado del Komintern. Buen conocedor de Barcelona y políglota, se enorgullecía de hablar catalán. Los comunistas habían tenido acceso a los archivos de la Ovra, la policía política del fascismo (tomada como modelo por Heinrich Himmler para constituir la Gestapo) y conocían bien todas las ramificaciones del régimen caído. Una depuración en toda regla podía llevar ante los tribunales a millares y millares de personas. Política, política, política. Togliatti decidió conceder una segunda biografía a más de la mitad del país, la república ganó el referéndum de 1947 y el PCI se convirtió en el mayor partido comunista de Occidente. El perdón es siempre una fuente de poder. Los supervivientes de la Aviación Legionaria –si queda alguno, debe de tener cerca de cien años– llevan más de medio siglo amnistiados por la Italia antifascista.

Hace 75 años, la pesadilla de Marinetti se apoderó del cielo de Barcelona. Llega el momento del recuerdo. En 1978, la transición aconsejaba no hablar mucho de bombas. En los ochenta se preparaban los Juegos Olímpicos. En los noventa se recogían las plusvalías. En 2003 se inauguró un discreto monumento en Gran Via/Balmes. Y ahora parece que sólo interesan las bombas de 1714. Victus.


Leer más: http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20130127/54362438680/enric-juliana-marinetti-sobre-el-cielo-de-barcelona.html#ixzz2J9QP6VPc
Síguenos en: https://twitter.com/@LaVanguardia | http://facebook.com/LaVanguardia

No hay comentarios:

Publicar un comentario