miércoles, 30 de enero de 2013

Corrupción y populismos

Ayer se cumplieron 80 años de la designación de Hitler como canciller de Alemania.El presidente Paul von Hindenburg le entregó el poder después de una serie de elecciones parlamentarias y de intrigas en el Bundestag. El mes de marzo el propio Hitler hizo aprobar una ley que le daba poderes absolutos, que ejerció durante doce años que fueron los más negros de la historia de Alemania y de Europa.

Los dos sistemas totalitarios del siglo XX, el nazismo y el comunismo estalinista, nacieron por causas muy diversas y complejas. La crisis económica y la aparición de las masas como sujeto político democrático pillaron por sorpresa a los partidos y a las clases dirigentes establecidas, que perdieron el control político de la situación. 

La política y los políticos que condujeron bárbara e inútilmente a la Gran Guerra fueron acusados de ser los protagonistas de la crisis y de los desencuentros entre las distintas fuerzas sociales. Posiblemente eran los signos de los tiempos que iban a convertir el siglo pasado en un escalofriante panorama en el que la banalidad del mal y la muerte se apoderaron de amplios sectores de las sociedades europeas.

Surgió de nuevo el populismo, un movimiento que aparece siempre que la política y los políticos se apartan de los ciudadanos desengañados o airados, que se agrupan detrás de un líder que utiliza la demagogia para proclamarse salvador. El populismo se sitúa al lado del pueblo y en contra de las élites dirigentes, a las que tacha de corruptas, ineptas y egoístas.

Los populismos pueden correr detrás de un líder de derecha extrema pero también siguen a visionarios de la izquierda radical. Hay ejemplos de estos dos tipos de populismo en la historia del pasado siglo y en nuestros días. Al otro lado del populismo se ha situado una práctica mucho más sutil, la plutocracia, que es la que ejercen los que controlan las fuentes de riqueza, ya sean financieras o de recursos naturales.

Ninguna de estas fórmulas es aceptable si se aspira a vivir en una sociedad libre, próspera y respetuosa. El riesgo de caer en estos extremos se da siempre que políticos principales, no todos, por supuesto, se saltan las leyes a la torera, se entregan a prácticas corruptas y gobiernan desde la opacidad en acciones que necesitan una transparencia total. Los ciudadanos deben hacer caso de los políticos, que gobiernan con leyes aprobadas por mayorías democráticas.

Pero los políticos no pueden ignorar las leyes. Por eso la corrupción política es un fenómeno que si queda impune acaba por corromper a toda la sociedad, anula la libertad y frena el progreso. La corrupción no desaparecerá. Pero cuando se descubre hay que aplicar la ley, con todas las garantías posibles, pero con rapidez y sentido preciso de la justicia. Si en tiempos de crisis no se cortan estos abusos, los populismos se acercan. Cuidado.

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