Otras veces les he hablado de Salt, ciudad pegada a Girona que tengo grabada en el corazón porque, en mis años de docencia, tuve el honor de formar parte del claustro del Instituto Salvador Espriu, centro modélico que, en los años ochenta y noventa del siglo pasado, consiguió convertirse en un verdadero ascensor social. Uno de mis mayores motivos de orgullo profesional, compartido con el resto de profesores, liderados por el matemático Carles Barceló (ahora en la UdG) y la bióloga Montserrat Manén, ya jubilada, fue conseguir que bastantes hijos de inmigrantes andaluces que habían residido en barracas o en albergues provisionales llegaran a la universidad. Por desgracia, el ascensor de la educación está profundamente averiado. No parece que el ministro Wert, con sus respuestas simples y contundentes a situaciones tremendamente complejas, consiga repararlo.
Pero hablemos de Salt. El otro día me invitaron a una peculiar celebración. Un recital de poesía que organiza Cáritas para recolectar fondos. Este año contaba con la colaboración de un grupo de teatro aficionado, L'Estil, formado por gente mayor, y del Centre per la Normalització Lingüística de la población, cuyos alumnos protagonizaron el recital. Se celebró en el Auditori de la antigua fábrica Coma Cros, un viejo edificio industrial que alberga el hotel de entidades, la biblioteca y el flamante teatro El Canal (continuación de la exitosa lógica del festival Temporada Alta que nació en Salt y ahora es ágora teatral del otoño europeo).
Entre el público, dominaba el color. El aceitunado de los árabes y el más claro, con toques de cereza, de los amazig; el profundo azabache de los gambianos y senegaleses; el casi azul de los hindúes; el rosáceo de los rumanos, el caoba de guaraníes y peruanos. Entre ellos, el pálido, rojizo o tostado de los catalanes de diversos orígenes. En el escenario, Laia y Helena trenzaban unas notas barrocas con sus clarinetes. Nazha recitó un poema anónimo en amazig, Demetrio en castellano del Perú a Vallejo, Mor en lengua wolof recitó al senegalés Diagne, Datta en hindi recitó a Kunwar Narain. Pronunciadas con feliz rotundidad, aquellas lenguas aparentemente exóticas pero habituales en las calles de Salt, tomaron el escenario.
Después, los veteranos actores de L'Estil recitaron unos clásicos catalanes: Maragall, Riba, Costa i Llobera, Foix. El programa regresó de nuevo a otras lenguas de Salt, sin abandonar la poesía catalana: en el árabe de Maha, el francés de Julia, el fula de Samba y el portugués de Mar sonaron los versos de Espriu, Carner, Manent y Sagarra. Finalmente, en un catalán con acento rumano, árabe, ruso y guaraní sonaron versos de poetas de aquellas tierras: Eminescu, Álvarez, Bayrakdar, Pushkin.
El resultado fue una mezcla perfecta, un maravilloso potage lingüístico, un sensacional patchwork de acentos, pensamientos, reflexiones y sentimientos. Como soñaba Espriu aquellas lenguas y aquellas personas de orígenes tan distintos confluían en un solo amor. Una comunidad está fructificando en Salt a pesar de los pesares. La mezcla de esta ciudad, que ahora sufre como pocas el látigo de la crisis, causa, naturalmente, problemas de convivencia que aparecen en los medios: una explosión de violencia, un choque entre vecinos. Rebajado el suflé de la agresividad, los medios desaparecen. Desconocen, por lo tanto, a la legión de héroes anónimos con que cuenta Salt: una sociedad civil de origen menestral que dedica toda su energía a paliar los problemas económicos de los más necesitados, a suavizar las tensiones, a tejer solidaridad. Una de estas heroínas es Montse Manén la bióloga de mi instituto. Desde que se jubiló, trabaja más horas que un reloj en Cáritas, con el resto de voluntarios: organizando roperos, distribuyendo alimentos, buscando alojamiento, acompañando a los ancianos solitarios, apadrinando abuelos, fomentando el aprendizaje y los hábitos sociales de los niños, asesorando a inmigrantes, fomentando talleres de confección y habilidades artesanas, orientando a los parados.
Otro de los héroes de Salt es menos anónimo. Salvador Sunyer, poeta y dependiente de farmacia, fue el primer profesor de catalán en la clandestinidad de la Girona franquista. Catalanista de profunda sensibilidad social, fue, entre otros cargos, el primer alcalde del recuperado municipio de Salt. A sus 88 años, sigue publicando libros y participa como un joven de las preocupaciones y anhelos de una población tan compleja como vitalista. Dirigió el recital.
Escuchando versos, tuve el privilegio de observar cómo se construye una comunidad contra viento y marea. Contemplé como se reúnen gentes de todas las culturas para superar la extrañeza, la incomprensión, el desarraigo. Constaté cómo la lengua catalana, en lugar de ser el problema que algunos describen biliosamente, es un mecanismo de reconocimiento mutuo y un formidable pegamento. Es fácil describir los problemas; y es lenta y heroica la construcción de soluciones. Es fácil hablar de solidaridad, en estos días navideños, y cumplir el expediente con un donativo. Las voces de Salt me demostraron que la verdadera solidaridad es un abrazo. No el abrazo deseable, espontáneo. Sino el abrazo imprevisto, difícil. Para fundar algo nuevo, es preciso abrazar a un extraño e intercambiar con el unos versos. Versos como el del guaraní Mario Rubén Álvarez: "Que llueva la palabra / y nos regale un día por estrenar / diluyendo el ardor del odio".
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lunes, 17 de diciembre de 2012
Las voces de SaltO Las voces de Saltveces les he hablado de Salt, ciudad pegada a Girona que tengo grabada en el corazón porque, en mis años de docencia, tuve el honor de formar parte del claustro del Instituto Salvador Espriu, centro modélico que, en los años ochenta y noventa del siglo pasado, consiguió convertirse en un verdadero ascensor social. Uno de mis mayores motivos de orgullo profesional, compartido con el resto de profesores, liderados por el matemático Carles Barceló (ahora en la UdG) y la bióloga Montserrat Manén, ya jubilada, fue conseguir que bastantes hijos de inmigrantes andaluces que habían residido en barracas o en albergues provisionales llegaran a la universidad. Por desgracia, el ascensor de la educación está profundamente averiado. No parece que el ministro Wert, con sus respuestas simples y contundentes a situaciones tremendamente complejas, consiga repararlo. Pero hablemos de Salt. El otro día me invitaron a una peculiar celebración. Un recital de poesía que organiza Cáritas para recolectar fondos. Este año contaba con la colaboración de un grupo de teatro aficionado, L'Estil, formado por gente mayor, y del Centre per la Normalització Lingüística de la población, cuyos alumnos protagonizaron el recital. Se celebró en el Auditori de la antigua fábrica Coma Cros, un viejo edificio industrial que alberga el hotel de entidades, la biblioteca y el flamante teatro El Canal (continuación de la exitosa lógica del festival Temporada Alta que nació en Salt y ahora es ágora teatral del otoño europeo). Entre el público, dominaba el color. El aceitunado de los árabes y el más claro, con toques de cereza, de los amazig; el profundo azabache de los gambianos y senegaleses; el casi azul de los hindúes; el rosáceo de los rumanos, el caoba de guaraníes y peruanos. Entre ellos, el pálido, rojizo o tostado de los catalanes de diversos orígenes. En el escenario, Laia y Helena trenzaban unas notas barrocas con sus clarinetes. Nazha recitó un poema anónimo en amazig, Demetrio en castellano del Perú a Vallejo, Mor en lengua wolof recitó al senegalés Diagne, Datta en hindi recitó a Kunwar Narain. Pronunciadas con feliz rotundidad, aquellas lenguas aparentemente exóticas pero habituales en las calles de Salt, tomaron el escenario. Después, los veteranos actores de L'Estil recitaron unos clásicos catalanes: Maragall, Riba, Costa i Llobera, Foix. El programa regresó de nuevo a otras lenguas de Salt, sin abandonar la poesía catalana: en el árabe de Maha, el francés de Julia, el fula de Samba y el portugués de Mar sonaron los versos de Espriu, Carner, Manent y Sagarra. Finalmente, en un catalán con acento rumano, árabe, ruso y guaraní sonaron versos de poetas de aquellas tierras: Eminescu, Álvarez, Bayrakdar, Pushkin. El resultado fue una mezcla perfecta, un maravilloso potage lingüístico, un sensacional patchwork de acentos, pensamientos, reflexiones y sentimientos. Como soñaba Espriu aquellas lenguas y aquellas personas de orígenes tan distintos confluían en un solo amor. Una comunidad está fructificando en Salt a pesar de los pesares. La mezcla de esta ciudad, que ahora sufre como pocas el látigo de la crisis, causa, naturalmente, problemas de convivencia que aparecen en los medios: una explosión de violencia, un choque entre vecinos. Rebajado el suflé de la agresividad, los medios desaparecen. Desconocen, por lo tanto, a la legión de héroes anónimos con que cuenta Salt: una sociedad civil de origen menestral que dedica toda su energía a paliar los problemas económicos de los más necesitados, a suavizar las tensiones, a tejer solidaridad. Una de estas heroínas es Montse Manén la bióloga de mi instituto. Desde que se jubiló, trabaja más horas que un reloj en Cáritas, con el resto de voluntarios: organizando roperos, distribuyendo alimentos, buscando alojamiento, acompañando a los ancianos solitarios, apadrinando abuelos, fomentando el aprendizaje y los hábitos sociales de los niños, asesorando a inmigrantes, fomentando talleres de confección y habilidades artesanas, orientando a los parados. Otro de los héroes de Salt es menos anónimo. Salvador Sunyer, poeta y dependiente de farmacia, fue el primer profesor de catalán en la clandestinidad de la Girona franquista. Catalanista de profunda sensibilidad social, fue, entre otros cargos, el primer alcalde del recuperado municipio de Salt. A sus 88 años, sigue publicando libros y participa como un joven de las preocupaciones y anhelos de una población tan compleja como vitalista. Dirigió el recital. Escuchando versos, tuve el privilegio de observar cómo se construye una comunidad contra viento y marea. Contemplé como se reúnen gentes de todas las culturas para superar la extrañeza, la incomprensión, el desarraigo. Constaté cómo la lengua catalana, en lugar de ser el problema que algunos describen biliosamente, es un mecanismo de reconocimiento mutuo y un formidable pegamento. Es fácil describir los problemas; y es lenta y heroica la construcción de soluciones. Es fácil hablar de solidaridad, en estos días navideños, y cumplir el expediente con un donativo. Las voces de Salt me demostraron que la verdadera solidaridad es un abrazo. No el abrazo deseable, espontáneo. Sino el abrazo imprevisto, difícil. Para fundar algo nuevo, es preciso abrazar a un extraño e intercambiar con el unos versos. V
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