lunes, 24 de diciembre de 2012

El 'caganer' y los poetas pobres

Estos días, las iglesias de Roma invitan a visitar el pesebre. Cada una tiene el suyo. Dicen que el de Santa Maria Maggiore es el presepio más antiguo. Pero también la montañosa Umbría reclama el honor fundacional: es la patria de Francisco de Asís, que el año 1223 creó el primer pesebre. Los napolitanos también reclaman un lugar preeminente: sus figuras son las más imitadas y reconocidas. Catalunya quizás no puede aportar una tradición tan brillante, aunque aquí la popularidad del pesebre es también antiquísima. Las figuras del escultor Ramon Amadeu (1745-1821), refugiado en Olot durante la guerra del francés, son una maravilla.

Pero la gran aportación catalana al belenismo es la figura del caganer: con los glúteos perfectamente visibles y la ensaimada marrón que acredita el trabajo. Al parecer, el invento tiene unos 200 años y, originalmente, tuvo la simbólica función de expresar el deseo de una buena cosecha. El caganer triunfa con la máscara de los personajes del año y ocupa un papel estelar en la Navidad actual. Es el único icono de los viejos tiempos que resiste la presión de la Navidad anglosajona. 

No sorprende que el caganer sea famoso entre los niños. Su extravagancia es llamativa. Pero no deja de maravillarnos que, con el paso de los años, sea el único personaje del pesebre que haya reforzado el prestigio. En su pura indiferencia fisiológica, el caganer es el contrapunto de una Navidad que pocos años atrás era de consumo babilónico y ahora es una pausa consoladora en la tremenda crisis que no cesa. Ni siquiera Nietzsche, el filósofo que proclamó la muerte de Dios, podía haber imaginado para Jesús de Nazaret una sombra tan despectiva. Y sintomática: caídos todos los símbolos de lo sagrado, ya sólo queda un humor visceral.

Otro tópico muy persistente, presenta la Navidad como la perversión consumista de unos valores caritativos. Es un tópico que, traspasando la vivencia religiosa, adquiere dimensión cívica. Desde siempre, desde Francisco de Asís, por ejemplo, existen manifestaciones de este tópico. Pero uno de los textos catalanes más citados es de un poeta anarquizante, Joan Salvat-Papasseit. Escrito en 1921, describe la víspera de Navidad. El poeta capta la animación de la calle y piensa en el asado del día siguiente. Comiendo, él y su familia olvidarán a los pobres. A la hora del postre, sin embargo, Jesús "después de mirarnos, arrancará a llorar".

Muchos años después, este tópico lírico se ha convertido en un clásico chantaje publicitario. Un montón de organizaciones solidarias lo practican para fomentar la mala conciencia de los consumidores occidentales: ayer compulsivos, hoy frenados por la crisis. Entre comilona y comilona, mientras dura la fiebre de los regalos (que la crisis ha rebajado), los ojos tristes de un niño famélico imploran nuestra solidaridad desde el televisor. 

El pesebre de hoy es una familia sin techo. La desolación del niño del anuncio tiene gran impacto y fomenta una fuerte corriente de solidaridad que, sin embargo, no borra la contradicción de unas fiestas tan moralistas como consumistas. Quizá sólo Francisco de Asís, el inventor del pesebre, resolvió esta contradicción. Un día se encaró a su padre, que era un rico comerciante, se quitó la ropa de pijo medieval y se fue desnudo, por la calle, dispuesto no a compartir sus ropas de rico con los pobres, sino al contrario: dispuesto a pedir a los pobres si querían compartir con él la pobreza.

Pero la radical decisión de Francisco de Asís sólo tienta a los insensatos o a los visionarios. Y no a los que querrían compaginar equilibrio moral y comodidad material. Sin embargo, como si finalmente Salvat-Papasseit no fuera tan ingenuo como parece, desde su anarquismo místico nos propone un matiz sutil. Hablando de cómo, comiendo el gallo de Navidad, él y los suyos se olvidarán de los pobres, matiza: "¡Siendo tan pobres nosotros!". La clave ética de la Navidad radica quizás en este verso. Más que buenas y contradictorias intenciones, la tradición de Navidad propone mirarse al espejo. Quien se observa a fondo en el espejo descubre la pobreza propia. Descubre que el diálogo con los demás no se puede hacer desde arriba. Desde arriba se hace caridad, paternalismo solidario. El mito de Navidad (que habla de un Dios que se hace hombre pobre) viene a decir a la gente de hoy en día: la pobreza nos iguala. "Todavía trabajas y quizás aún puedes consumir, pero tu perfume y tu cava no te hacen menos frágil que los sintecho". La pobreza nos iguala en el sentido que resume el poeta Rilke: "La pobreza es como una gran luz en el fondo del corazón".

Paradójicamente, sin embargo, este concepto de la pobreza nos distingue de nuevo. Entendida así, es una compañera ardiente y temible: la pobreza es la más antigua nobleza del mundo. Es el poder y la libertad de los que nada necesitan.

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