jueves, 20 de diciembre de 2012

Mundos a medio acabar

Dicen que hoy, según los mayas, el mundo se acaba. Espero que sea después de poder saludar a Montse de Cal Batadet, que me ha guardado el pollo para el día de Navidad y debo recogerlo, sin falta, antes del mediodía. Uno de los placeres de la vida es charlar con la gente que ama su trabajo y resiste detrás del mostrador. Amigos, no sufran mucho: el fin del mundo, como la lotería, siempre le toca a otro. Además, al parecer, los mayas no se referían literalmente a una gran explosión del planeta, sino a una transformación a gran escala que nos dejaría a todos más cambiaditos que la mítica Cher después de cada una de sus intervenciones de cirugía estética. Es decir, que sólo es una metáfora: el mundo no se termina, sino que entramos en una nueva etapa. Lo siento, tampoco estas fiestas se salvarán de compartir mesa con aquel primo tan pesado que consigue que, cuando sirven la carn d'olla, envidien la suerte de un reo de la Inquisición.

Más que el fin del mundo, lo que me inquieta son los mundos a medio terminar o a medio hacer. En catalán, tenemos una expresión que define muy bien eso: fet i deixat estar. Los mundos fets i deixats estar proliferan como una epidemia. Puede ser dejadez, incompetencia, frivolidad, mala sombra o un poco de todo. Tengo un amigo alemán que encargó una puerta de hierro para su casa de aquí y acabó histérico con las maneras del industrial indígena que debía realizar el trabajo. Costó un montón que la puerta encajara. No hace falta decir que el concepto que el alemán se hizo de la productividad local no nos serviría ni para participar en el festival de Eurovisión como mercenarios de una república vagamente exsoviética.

A nuestro alrededor, hay demasiados mundos a medio acabar. En los negocios, la política, la cultura y en muchas actividades abundan las tareas a medio hacer. Claro está que también hay gente excelente que trabaja muy bien, tanto en el sector público como en el privado. Pero la tendencia a construir mundos a medias nos domina. Tomemos un caso típico de nuestra esfera oficial: legislamos mucho pero, después, a la hora de aplicar las leyes, el relajamiento es sensacional. Nos podemos consolar pensando que hay sociedades donde esta irresponsabilidad y dejadez es superior. También hay mundos que se hunden o que nunca acaban de nacer. 

De chaval, me fascinaban los mundos perdidos y ahora -con permiso de los mayas y del profesor D'Arbó- me preocupa la incapacidad que tenemos de entender que el fin del mundo llega cada vez que no hacemos todo lo posible para que el mundo funcione y lo haga correctamente. Ahora bien, quizás exagero un poco: tengan en cuenta que soy usuario de Renfe y, para mí, el mundo se acaba (a menudo) cuando se rompe cualquier catenaria.

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