lunes, 31 de diciembre de 2012

Incertidumbre y esperanza

XI Jinping se convirtió en el 2012 en el nuevo hombre fuerte de China, la gran potencia emergente cuya economía crecerá en el 2013 más del 8%. Durante un decenio, Xi Jinping regirá el destino de un país poderoso pero desequilibrado social y territorialmente, sujeto a los vaivenes económicos globales, enrolado en una carrera armamentista y en otra por la obtención de recursos naturales en varios continentes. Este nuevo liderazgo chino es un hecho clave en la escena internacional del 2012, aunque el signo y el alcance de las reformas de Xi, que asumirá la presidencia en marzo, son inciertos. 

Barack Obama logró el 6 de noviembre un segundo mandato presidencial en Estados Unidos, aupado por la tímida recuperación económica, sus políticas sociales y también, aunque involuntariamente, por un Partido Republicano más doctrinario que pragmático, de escasa sintonía con las decisivas minorías negra o hispana. Consciente de la pujanza china, Obama ha desplazado al Pacífico el eje principal de su política exterior. Allí deberá proteger -también templar- a aliados como Japón, cuyo flamante premier, el nacionalista conservador Shinzo Abe, atiza el litigio por las islas Senkaku, de soberanía japonesa pero ubicadas no muy lejos de Shanghai. Debido a estas y otras fricciones soplan vientos de guerra fría en el mar de China que podrían degenerar en conflictos globales.

Ahora bien, en el 2012 la más preocupante herida abierta del mundo ha sido la de Oriente Medio y el norte de África. El pulso entre Irán, que sigue con su programa atómico, e Israel ha durado todo el año y ha tenido su eco en episodios como el conflicto de Israel con la Gaza de Hamas. Pero la negativa de EE.UU., escarmentado por sus aventuras bélicas en Iraq y Afganistán, a desplegar tropas propias en otros escenarios remotos, así como su preferencia por las sanciones económicas, han relajado en parte la tensión.

Todo ello ha venido acompañado en el norte de África de cambios importantes. Las brechas originadas por la primavera árabe han evolucionado a distinto ritmo. La más profunda y sangrante ha sido la de Siria, país sumido en un conflicto que ha causado ya más de 40.000 muertos, la mayoría civiles. Y los intereses contrapuestos -de Rusia o del eje suní de Turquía, Arabia Saudí y demás- encierran gran potencial explosivo.

Al tiempo, otros países de la primavera árabe han ido a las urnas. En Libia triunfaron los laicos, pero las victorias de Mohamed Morsi en Egipto y de los islamistas moderados de Enahda en Túnez evidencian el arraigo de estas fuerzas en el área. Y eso nos aboca a una serie de test decisivos sobre la vocación democrática -o el celo teocrático- de los partidos islamistas.

La constante expansión de China, la reválida de las políticas económicas y sociales de Obama e incluso las transformaciones de todavía impredecible futuro registradas en Oriente Medio y el norte de África contrastan con el empantanado proceso de integración de la Unión Europea. El Viejo Continente se ha visto contra las cuerdas, azotado por la crisis económica, dividido entre las recetas de austeridad impuestas por los países del norte, que inspira la canciller alemana, Angela Merkel, y las de estímulo reclamadas por los países del sur, entre los que se cuenta España. Durante meses circularon profusamente los rumores de ruptura del euro, todavía no desvanecidos por completo. 

Lo cual no significa que todo hayan sido malas noticias. "Haremos lo necesario para salvar el euro, y será suficiente", aseguró en julio el italiano Mario Draghi. Su papel al frente del Banco Central Europeo ha sido decisivo, porque ha sabido comprender las exigencias del norte sin ignorar la capacidad real de maniobra del sur, emitiendo en momentos cruciales mensajes que han permitido conservar la esperanza.

Alentar una Europa fuerte y solidaria, capaz de desarrollar la democracia, sigue siendo un deseo extendido en el Viejo Continente, pese al euroescepticismo británico o la avidez de los mercados. Extendido y muy pertinente, en particular cuando vecinos de peso como Rusia han exhibido sin rubor su deriva autoritaria bajo la férula de Putin, que en el 2012 volvió a la presidencia.

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