sábado, 29 de diciembre de 2012

Fatídico 2012

En el clásico resumen del año, hay poco margen para la originalidad: crisis. Estamos inmersos en una crisis profunda, descontrolada y total.

Y no me refiero sólo a la económica, que ya es una situación extrema que sacude la vida de las personas de forma implacable. Pero si la crisis económica ha sido voraz, no lo han sido menos el resto de crisis que acompañan esta tormenta perfecta en cuyo epicentro sobrevive España. El 2012 ha sido el año más horribilis desde que llegó la democracia, y nada permite pensar que las cosas mejorarán de forma sustancial. No sólo porque son crisis agudas, sino también porque quienes deberían atajarlas se empecinan en repetir los errores con tesón.

Primera crisis, la económica. El 2012 ha cavado más hondo y más negro en los bolsillos de los ciudadanos, y a la suma indecente de millones de parados se ha añadido la suma de millones de personas con trabajo pero con apuros crecientes para sobrevivir. Y mientras los números rojos se grababan a fuego en las vidas de las gentes, los líderes políticos que debían encontrar alguna salida repetían el esquema del fracaso: incumplir promesas, improvisar soluciones y apretar el gaznate de los ciudadanos para intentar cuadrar unos números imposibles. El lema, Bankia mediante, ha sido simple: salvar el dinero, sin salvar a la gente. Lo cierto es que la crisis económica no sólo no parece controlada sino que ha demostrado hasta qué punto los que tenían que salvar la economía eran unos aprendices de brujos que ni sabían qué hacer, ni tenían idea de por dónde empezar. Y de la crisis económica a la anímica, no en vano allí donde no hay dinero no puede haber muchas alegrías. En este sentido el 2012 es el año del desánimo colectivo (a excepción de la inyección de ilusión en Catalunya con la consulta), el desprestigio de la política y el aumento del populismo. Y de la anímica a la crisis democrática, servida de la mano de unos medios de comunicación que han usado los resortes del Estado como su coto privado y lo han hecho con la impunidad que da un Gobierno que ha aplaudido y no ha frenado el abuso. El daño que todo ello ha hecho a la credibilidad de la democracia española es ingente y probablemente insalvable. Porque irá a peor. Y ello desemboca en la última crisis, la territorial, quizá la más llamativa y profunda. Sin duda el 2012 es el año de Catalunya, porque ha empezado la cuenta atrás. Pero la crisis no se produce sólo por el órdago catalán, sino también por la incapacidad española de debatir, negociar y resolver sus problemas endémicos.

Catalunya ha hablado y España se ha tapado los oídos, y el resto es conocido. Lo que ocurra en el 2013 está aún por ver, aunque es de prever que la crisis global se agudizará en todos sus flancos. Pero en fin, a pesar de todo, feliz año nuevo. Como dijo Churchill, "soy optimista porque no parece muy útil ser otra cosa".

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