martes, 4 de diciembre de 2012

El entusiasmo vomitivo

Los mamíferos humanos experimentamos muchos tipos de entusiasmo y no todos son contagiosos. Si nos atenemos al origen etimológico, el entusiasmo (sinónimo de éxtasis) se relaciona con otras palabras griegas que remiten a la divinidad (théos). La adhesión más fervorosa siempre es fruto del entusiasmo, pero este impulso luminoso puede provenir de una serie de razones o resultar tan inexplicable que parezca de inspiración divina. Por eso conviene analizar la procedencia de los entusiasmos colectivos a partir de los individuos. ¿Han tenido ocasión de ver el último anuncio de los almacenes Leroy Merlin? Sale una pobre reportera plantada en medio del aparcamiento de esta gran superficie. Intenta entrevistar a un presunto comprador en un entorno de gran nerviosismo. La reportera también está inquieta. Pone cara de La guerra de los mundos y retiene con preguntas absurdas a su entrevistado hasta que llegan unos camiones que anuncian las ofertas de la gran superficie. El interlocutor, preso de un entusiasmo casi cardíaco por la posibilidad de comprar alguno de esos productos, la deja con el micro en la boca y se larga corriendo. El dramatismo de tres al cuarto que respira todo se fundamenta en la absurda convención del comprador privilegiado. Alguien a quien las circunstancias otorgan el privilegio de llegar antes que los otros y, por tanto, hacer unas compras fabulosas a precios inmejorables. Da igual que esta convención no resista ni cinco segundos de análisis. La nueva fiebre del oro en versión bricolaje da pie a un burdo intento de complicidad con el espectador: "¿Lo ves? ¡Tú también puedes! ¡Tú no eres tonto! ¡Puedes llegar a tiempo!". Es el mismo resorte que intentan activar los ideólogos de algunos anuncios radiofónicos que comparten este tono entusiasta. Un anuncio de coches, por ejemplo, con un locutor profesional que en teoría está grabando el anuncio. De repente, abandona el estudio al constatar las espectaculares condiciones económicas que constan en el anuncio que le hacen leer. La secuencia es ridícula: una primera lectura, se lo hacen repetir, se da cuenta de las condiciones que está radiando y, a media lectura, abandona texto y estudio de grabación, para no quedarse sin el coche anunciado. Un entusiasmo francamente vomitivo.

Esta crítica se centraría en los creadores de estos anuncios de no ser porque, antes, algunas marcas han conseguido suscitar una adhesión irracional más vomitiva aún. ¿Alguien que lo haya experimentado me puede explicar qué le impulsó a hacer una cola de horas ante una tienda Apple para poder comprar un dispositivo electrónico el día que salía al mercado?

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