EL diálogo entre CiU y PSC siempre ha sido difícil, en buena medida porque las desconfianzas han sido altas históricamente y sus líderes han concebido a las dos formaciones como cuerpos antagónicos. Durante décadas, Jordi Pujol y Pasqual Maragall vivieron de la rivalidad a ambos lados de la plaza de Sant Jaume. Más tarde vinieron los dos tripartitos de Maragall y Montilla, que arrinconaron a CiU pese a haber ganado las elecciones. En el 2010, Artur Mas priorizó el acuerdo con el PP durante la legislatura catalana, aunque la investidura la había sacado adelante con los socialistas. Hay muchos ejemplos más pero lo cierto es que los acuerdos entre CiU y PSC siempre han formado parte más de un imaginario central existente en Catalunya que de una posibilidad real. En esta ocasión, la dificultad de la legislatura catalana que se iniciará en las próximas semanas ha propiciado, de nuevo, un eventual acercamiento que, una vez más, ha tenido poco recorrido. Un encuentro de 90 minutos ayer en el Palau de la Generalitat parece haber dejado definitivamente enterrado cualquier acuerdo para el arranque de la legislatura. Al menos, para la investidura de Mas, que el PSC ya ha anunciado que no votará. La complejidad de los resultados del 25-N, las múltiples lecturas que se pueden hacer de los mismos y la propia dinámica de la política van a obligar a los nacionalistas a actuar con más cintura en el Parlament. donde se votan diariamente leyes y mociones y se realizan interpelaciones, si el objetivo es una legislatura estable y duradera con un horizonte de cuatro años. Y, en este tiempo, se tendrán que alcanzar acuerdos políticos y sociales lo más amplios posible para luchar contra la crisis económica.
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