sábado, 24 de noviembre de 2012

Una vieja y nueva cuestión


La cuestión catalana es antigua. Se  remonta al siglo XVII, cuando surgieron en España las primeras tensiones políticas importantes entre centro y periferia. Y es también una cuestión muy moderna, muy actual: es una singular expresión ibérica de los miedos, temores, contradicciones y riesgos que se están acumulando en buena parte de Europa en la actual fase de recesión económica. Muchos españoles jóvenes están emigrando de España en busca de nuevos horizontes. Muchos catalanes quieren emigrar colectivamente. Han dado un primer paso psicológico –una parte significativa de la población catalana emocionalmente ya se considera fuera de España- que ahora pretenden transformar en proceso político e institucional. No lo tienen fácil. Cataluña es demasiado importante para España y la Unión Europea ya tiene muchos problemas acumulados sobre la mesa.

     Desde hace siglos, los catalanes tienen conciencia de nación, de vieja nación. Nación histórica y cultural articulada por un idioma, que llegó a extenderse por toda la fachada oriental de la Península Ibérica. Hubo en esta península tres movimientos de expulsión de los musulmanes, entre los siglos VIII y XV. La reconquista del oeste, la del centro y la del este. La del oeste hablaba portugués y fue la más rápida de todas. La del centro hablaba castellano y fue la que consiguió un mayor dominio territorial. La del este hablaba catalán y consiguió una interesante posición de fuerza en el Mediterráneo, hasta que Cristóbal Colón llegó a América y todo eje peninsular se desplazó hacia el Atlántico. Tres movimientos de reconquista, tres idiomas, una sola religión: la católica, y una superposición de reinos medievales que acabó cristalizando en dos estados modernos: Portugal y España. Cataluña pudo haber sido el tercer estado peninsular –lo fue durante un corte periodo de tiempo en 1641-, pero la historia y la geografía dijeron que no. En aquel tiempo, si Cataluña no estaba vinculada a España, acababa en manos de Francia. Ese es el origen político de la región mediterránea que podía haber sido la Holanda del sur, de haber llegado antes la Paz de Westfalia (1648). No es una etnia, no es una raza, no es una reliquia del pasado. Es un idioma con mayor amplitud demográfica que algunas de las lenguas oficiales de la Unión Europea. Es una cultura. Es la impronta de la Revolución Industrial. Es una economía basada en la pequeña y mediana empresa. Es la proximidad geográfica con la vieja Europa. Es el Mediterráneo. Y es una ciudad: Barcelona. Cataluña es algo más que Barcelona, pero sobre todo es Barcelona.

      Cataluña, 9% de la superficie de España. 16% de la población, 19% del Producto Interior Bruto. 25% de la producción industrial española. 29% de las exportaciones. Estas son las cifras actuales. Cataluña tiene tamaño suficiente para poder imaginarse a sí misma como un estado independiente, pero se halla en una situación sociopolítica muy complicada. Sin Cataluña, España se vería abocada a una crisis todavía mayor que la actual. El ministro español de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, lo definió de la siguiente manera en Barcelona hace un mes: “Sin Cataluña, España se vería obligada a abandonar el euro”. Otras personas van más allá: “Sin Cataluña, España dejaría de ser España y pasaría a ser otra cosa”. En términos económicos y políticos, Cataluña es “sistémica”. Si se va, España se convierte en Expaña. Ello ayuda a explicar la tensión política que se vive hoy en el país y la negativa española a seguir los pasos de Gran Bretaña con Escocia. Las autoridades españolas argumentan que la estructura constitucional de ambos países es distinta, de manera que las leyes británicas permiten realizar el referéndum escocés y las leyes españolas, no. Se tendría que reformar primerola Constituciónde 1978 y someter ese cambio –la posibilidad de una consulta sobre Cataluña- a referéndum de todos los españoles. Con toda seguridad la respuesta sería negativa. No, no y no.  Hay otras posibilidades, sin embargo. Se podría convocar una consulta no vinculante, para conocer la voluntad de fondo de la población catalana. El Gobierno español teme perder esa consulta. Las salidas no son fáciles. España regresa a su laberinto. (El laberinto español, ese es el título con que el historiador británico Gerald Brenan, miembro del Círculo de Bloomsbury, otorgó a la moderna historia de España).

     Por consiguiente, las elecciones regionales del próximo día 25 son algo así como una primera fase de la consulta. Son unas elecciones apasionantes, que han creado una gran expectación. Todo el mundo sabe que algo va a cambiar en España, pero nadie sabe exactamente qué. La doble crisis española –económica y territorial- pasa a ser un factor importante de la actualidad europea. En 1714, en la fase inmediatamente posterior al nuevo orden de Westfalia, la guerra de sucesión por el trono español enfrentó a todas las potencias europeas y puso en tensión a todo el continente. Cataluña estuvo entonces a favor de los Habsburgo (monarquía confederal) y perdió. En aquella ocasión, Inglaterra comenzó apoyando a los catalanes y después los abandonó. Pero ya sabemos que la historia nunca se repite.
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