sábado, 24 de noviembre de 2012

La vida después del desahucio


Un desahucio es un agujero negro que se abre bajo los pies de sus protagonistas, una sentencia que en la mayoría de los casos condena para a una existencia marcada por la carestía, a una vida improvisada, a un sobrevivir al día, siempre al momento, sin ningún horizonte ni más objetivo vital que volver a ver el amanecer. El drama no es sobrevenido.

La Vanguardia vuelve, en esta edición de domingo, la vista atrás para mirar adelante. ¿Qué fue de las personas sumidas en esta tragedia del desahucio que ya protagonizaron las páginas del Vivir del 24 de marzo del año pasado y del trece de agosto del presente? Este diario vuelve a sus vidas, marcadas por la ejecución de la hipoteca y por una crisis que destrozó todos sus planes.

Sus testimonios atestiguan cómo los impagos de sus hipotecas los precipitaron a un vacío vital. Su equilibrio psicológico, su autoestima, muchas veces incluso se han desmoronado sus matrimonios... Al mismo tiempo, esta gente parece empujada a perder su categoría real de ciudadano, su capacidad de sumar y aportar algo para una sociedad mejor. Jaime Carena y los suyos se aferran al piso que una vez fue suyo, esquivan un desahucio tras otro desde hace un año y medio. Antonio Zamora y sus hijas, así como la familia Cortés Valderrama, siguen viviendo de okupas, buscando un empleo que les saque de una vida cogida con pinzas. Y Pedro Panlador y su mujer lograron mudarse a un piso de alquiler, pero no saben cuánto tiempo podrán pagarlo. Las suyas, las de todos, son vidas en precario.

Arruinados, en muchos casos arrastrando una deuda que nunca podrán saldar, convertidos en demandantes crónicos de las ayudas sociales. A efectos prácticos, los desahuciados quedan inhabilitados para volver a pedir un préstamo, alquilar una vivienda, abrir un negocio, tener una nómina... Ninguno de estos casos tiene grandes esperanzas en volver a su vida anterior. El desahuciado pasa a vivir bajo la amenaza del embargo de todo lo que pueda tener, a convertirse en un moroso, el último estigma de la sociedad contemporánea: una luz roja que se enciende en unos archivos financieros que frustra todo intento de volver a la normalidad. Nadie se fía de un moroso. Se abre el camino de la irregularidad, la patada en la puerta, la okupación... Es un problema que se extiende por todos los estratos de la sociedad. Ninguno de los aquí entrevistados hubiera imaginado unos años atrás que pudiera acabar así. Un lustro de crisismás de 400.000 desahucios. Al menos tres suicidios. La más dura y cruel realidad está poniendo de manifiesto las deficiencias de los modos que regulan las ejecuciones hipotecarias. La sociedad es ahora un clamor. Las asociaciones ciudadanas son cada vez más fuertes. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca se reproduce por todas las ciudades, cada vez con más apoyos: ayer, en Barcelona, se reunieron con numerosos abogados para trazar nuevas estrategias legales. Los jueces se suman al clamor. Ahora, Gobierno y PSOE mueven ficha mientras bancos y cajas acumulan miles de viviendas. ¿La solución llegará tarde?
JAIME CARENA 44 años, le reclaman más de 200.000 euros
“Perdí la cuenta de mis desahucios”
Hace un año el ecuatoriano Jaime Carena explicaba en estas mismas páginas, todo lleno de angustia, que las pesadillas lo asaltaban todas las noches, que se veía con sus cuatro hijos y su nieto en la calle deambulando por Villa Desahucio… Villa Desahucio es el sobrenombre por el que ahora se conoce al barcelonés barrio de Ciutat Meridiana. “Aquí habrán desahuciado a más de 350 familias, al menos que se sepa. A muchas les da tanta vergüenza que prefieren no hacerlo público”, dice. Su historia es la de tantos albañiles que vieron cómo sus vidas explotaban junto a la burbuja inmobiliaria.
Ahora lo único que ha mejorado del relato de Jaime es su estado de ánimo. Ahora ha pasado de la desesperación a la indignación, ahora está convencido de que su lucha es la de muchos, de que nadie, dice, puede acabar en la calle con una deuda impagable. “Ahora no estoy deprimido. Ahora sé que no soy culpable de lo que está pasando. Perdí la propiedad del piso, y creo que han intentando desahuciarme cinco veces. Pero si le soy sincero he perdido la cuenta. Tendría que mirar los papeles. Tengo muchos papeles. No paran de llegar. Ya ni los miro… Vivimos con las maletas hechas. Cogemos lo que nos hace falta y luego lo volvemos a guardar”.
El ecuatoriano agrega que los dos primeros intentos de desalojo fueron frenados “en los despachos”, y otros dos gracias a la presencia de la PAH y la asociación de vecinos. “Luego, este verano, el banco me dijo que estudiarían un posible alquiler social, que mirarían mi deuda, que es de más de doscientos mil euros… Y a los pocos días trataron de hacerme un desahucio exprés. Sólo puedo resistir”.
Jaime añade que desde hace pocos meses tiene de nuevo empleo, otra vez en la construcción, “pero cobrando muchos menos, unas semanas sí, otras no, de subcontrata en subcontrata… Pero no me sirve de mucho. Si trato de alquilar un apartamento aparezco como moroso y la agencia se niega darme nada. No tengo más remedio que aguantar aquí. Si me echan me condenan a ser un okupa. No tendría otro remedio que pegar una patada en una puerta”.
FAMILIA CORTÉS VALDERRAMA Vive de la renta de emancipación
“Vivimos aguantando; ahora somos una piña”Hace ya casi un año que los treintañeros Antonio Cortés y Ana Valderrama, y sus hijas Ariadna y Jennifer, de siete y diez años, perdieron su vivienda. Ahora todos los miembros de la familia, orgullosos de resistir unidos los envites de la crisis, ocupan un piso propiedad de una caja de ahorros en Terrassa. Aprenden a vivir al día, improvisando, sin hacer grandes planes… “Continuamos viviendo de una renta básica de emancipación –explica Ana–, de una ayuda de unos 640 euros al mes que nos consigue la asistente social”. Antonio trabajaba en la construcción, su mujer lo hacía en una empresa de limpieza. “Si hace unos años me hubieran dicho que acabaría así no me lo habría creído. Lo más angustioso ahora es pensar que te pueden quitar la ayuda en cualquier momento. Eso te estremece”.
“Pero la verdad es que cada vez lo llevamos mejor –prosigue la pareja–. Aquí en el piso estamos bien. Mientras que no salga el juicio y nos echen… Encima le debemos dinero al banco, y no lo pagamos, no podemos. Y yo sé que eso me perseguirá toda mi vida. Pero en cierto modo estamos empezando a asumirlo. Hemos sufrido mucho. Hemos tenido peleas, reproches. Pero ahora somos una piña. Además, la elección está clara: o pagamos al banco o le damos de comer a las niñas”. Y es que probablemente la principal diferencia entre la última vez que sus palabras aparecieron en La Vanguardia y el día de hoy es la creciente resignación que esconden su voces. “No sé si algún día las cosas volverán a ser como antes, si acaso podremos volver a tomarnos juntos un perrito caliente en un frankfurt sin pensar que estamos despilfarrando, como una familia normal. De todas formas los problemas de esta sociedad son muy graves. Su solución no depende únicamente de que yo salga a buscar trabajo todos los días, que lo hago…”.
“Vivimos aguantando, resistiendo. Las niñas comen todos los días, y van al colegio, aunque no tengan libros y tengan que hacerles fotocopias. Y las llevamos a las protestas contra los desahucios y se lo explicamos todo. Les contamos lo que está pasando en este país. Que no las engañen. Y si algún día nos quitan la ayuda, pues haremos lo que tengamos que hacer para que ellas no sufran, ¿entiende?”.
PEDRO PANLADOR 40 años, con 150 euros para acabar el mes
“Un desahucio deja un dolor irreparable”
Un mes acampado frente a una oficina de Bankia para conseguir una victoria amarga; la dación en pago. Son libres ya no le deben nada a nadie, pero qué desconsuelo. La impotencia que siente Pedro Panlador, de 40 años, resuena en cada una de las palabras con las que relata su suerte en estos últimos meses. La Vanguardia habló con él el pasado mes de agosto. Ahora ya no vive en su casa. La dejó hace unos días. Ahora es el banco el propietario de aquellas cuatro paredes en las que pusieron el trabajo de años y la ilusión. Un amargo final. “Mi mujer y yo estamos de alquiler en un piso muy pequeño. Tienen una sola habitación y pagamos 450 euros al mes”. Para pasar lo que queda de mes tan sólo le quedan 150 euros. A pesar de todo, se considera un privilegiado porque su mujer tiene trabajo.
Este colombiano llegó a Barcelona hace diez años con contrato. Lleva años desempleado. No encuentra nada y se desespera. Suerte tiene de haber contactado con la Plataforma por la Hipoteca. “Me han permitido tener fe que saldría adelante, de que hay luz al final del túnel”.
Pedro trabajaba como encargado en una empresa de automoción que hace unos años cerró. Pronto empezaron a producirse los problemas con el banco. No podían pagar la hipoteca de 250.000 euros. Las mensualidades se convirtieron en una carga demasiado pesada para la economía de este matrimonio. “Primero llegó la subasta del piso, por lo que pasé a deber al banco 140.000 euros. Ni aunque trabajara toda la vida podría pagar esta cantidad. Luego llegaron las amenazas de desahucio y el miedo a no poder dormir al día siguiente bajo un techo. Una pesadilla que ha durado muchos años. “El desahucio deja secuelas y un dolor irreparable”, dice ahora.
Se siente aliviado pero con el miedo de empezar de cero sin contar con nada. No sabe hasta cuándo podrá seguir pagando el alquiler del piso en el que vive ahora. Hubiera preferido, y así se lo hizo saber el banco, un alquiler social por su casa. También han solicitado una vivienda protegida, pero por el momento no han tenido mucho éxito. Por eso, en agosto, cuando aún no tenían claro que les concediesen la dación en pago, Pedro y su mujer se plantearon volver a su país. “Imagínese que usted se va a un país a buscarse un porvenir y se queda en bancarrota. Catorce años trabajando para nada”, se lamenta, indignado.
ANTONIO ZAMORA 47 años, lleva cuatro meses de okupa
“Quiero volver a ser ciudadano normal”Antonio Zamora, de 47 años, logró cuatro meses atrás una victoria pírrica: la dación en pago. A pesar de perder su vivienda, logró librarse de una deuda de por vida. Desde entonces okupa junto a sus dos hijas adolescentes un piso en Sabadell, un piso otrora embargado por una caja de ahorros y desde hacía años deshabitado… Así se dibuja el círculo vicioso de esta sociedad. Este verano explicaba en las páginas de La Vanguardia que acababa de encontrar trabajo como camarero, que empezaba a ver la luz, que confiaba en acceder a una vivienda protegida… “Pero acabó la temporada y vuelvo a estar en el paro. El empleo sólo me duró tres meses”, lamenta ahora.
Antonio trabajó durante más de veinte años en una empresa de cables, nunca le sobraron demasiadas cosas pero jamás le faltaron las importantes. Hasta que las cosas empezaron a ir mal. “Con la indemnización monté un frankfurt que no funcionó, todo se desmoronó, incluido mi matrimonio, no aguantamos la presión... Todo esto esta destrozando miles de parejas, miles de familias. No hablamos sólo de pisos y deudas. De repente me vi solo, con mis hijas, hecho polvo, teniendo que salir adelante… Si no hubiera sido por ellas, me hubiera hundido”.
“Ahora no tengo ningún ingreso salvo las ayudas de la familia. Busco trabajo de lo que sea. De cualquier cosa. Sin trabajo no puedo optar a un piso social. Mientras tanto estoy de okupa. Podría haber mandado a mis hijas con parientes, a una a un lado y otra a otro. Pero sólo nos teníamos a nosotros. No quise disolver la familia. Yo no soporto ser okupa. Lo odio. Me estresa. Yo quiero pagar como todo el mundo. Quiero volver a ser un ciudadano normal. A mí aquí nadie me ha dicho nada, pero no soporto ser el que vive de prestado”.
Antonio nunca imaginó que podría sufrir tanto, ni que podría aguantarlo. “Todo esto está marcando un antes y un después en mi vida. Cuando las cosas me iban bien, cuando trabajaba en la empresa, me dedicaba a la mío, básicamente me miraba el ombligo. Ahora trato de echar una mano en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en todo lo que puedo, intento apoyar a los que vienen pidiendo ayuda. Veo en sus ojos el sufrimiento que yo sentí años atrás, cuando todo empezó a torcerse… Antes yo no tenía conciencia social. Ahora creo que tenemos que hacer algo, que no podemos permitir tanto sufrimiento…”


Leer más: http://www.lavanguardia.com/vida/20121111/54355078866/vida-despues-desahucio.html#ixzz2DA72J8VB
Síguenos en: https://twitter.com/@LaVanguardia | http://facebook.com/LaVanguardia

No hay comentarios:

Publicar un comentario