sábado, 24 de noviembre de 2012

Barcelona, Catalunya, Madrid


Las calles de Barcelona han vivido muchas jornadas históricas persiguiendo quimeras, utopías, esperanzas… La manifestación del 11-S, que puso al independentismo en el menú político, se sumÓ a una larga lista de acciones populares en las últimas décadas por la democracia, los derechos sociales, la paz, contra el terrorismo, contra los recortes, por el autogobierno y la afirmación nacional de Catalunya. La Diada y la posterior convocatoria electoral invitan a reflexionar sobre los distintos papeles de Barcelona, pensando en un nuevo y aún impreciso escenario. Su condición de capital y motor de Catalunya es inseparable de la de centro de una gran aglomeración urbana que supera el reducido término municipal. También es más que la segunda ciudad de España; ha sido y es en muchos aspectos, capital peninsular de la modernidad. Hoy es una ciudad global que a pesar del desgaste de la crisis mira a Europa.
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Información publicada en lapágina 20 de la sección deOpinión de la edición impresa del día 22 de noviembre de 2012VER ARCHIVO (.PDF)
LA CATALUNYA moderna no se concibe sin el empuje económico y social de una gran Barcelona que irrumpió en el siglo XIX, cuando la industria no exportaba sino que precisaba del proteccionismo español. Barcelona proporcionó a la lengua y la cultura catalanas la masa crítica de población para afirmarse y crecer. Sin la metrópolis, el catalán podría ser hoy una curiosidad sociológica y tampoco habría catalanismo. Pero el desarrollo fue posible gracias a una inmigración que dejó profunda huella. Podría decirse que Barcelona es hoy ciudad de culturas e identidades compartidas y no excluyentes, de mestizaje creativo, como una Nueva York mediterránea pero sin la potencia del inglés. Un rasgo determinante de Barcelona es su vida propia respecto del conjunto catalán y a España. Barcelona es Barcelona y la peculiar y antigua relación de la parte con el todo no siempre ha sido fácil. Puede, en el fondo, que la capital sea demasiado grande para un país tan pequeño: casi la mitad de los catalanes viven en el área metropolitana y tres cuartas partes en la región metropolitana. Tras 30 años de alcaldes socialistas, el nacionalismo tiene el gobierno de la ciudad y comparte el del área. Sin duda, desde el poder se entiende mejor que Barcelona es un activo y no una dificultad. La proyección más allá del entorno inmediato es una necesidad y una oportunidad para Barcelona (y su tejido productivo) que tiene una marca valorada internacionalmente.
Otra característica es una rivalidad con Madrid que supera tópicos y competencia futbolística. A pesar de su importancia económica y estratégica -sin recurrir a los habituales datos sobre producción, exportaciones o talento-, Barcelona no ha sido tratada como merece por el poder central, salvedad hecha del derribo de las murallas en 1854 y el apoyo a los Juegos de 1992. El franquismo consagró el arbitrario crecimiento de Madrid en detrimento de Barcelona garantizando la concentración del poder y la toma de decisiones, algo que siguió existiendo en democracia a pesar de los logros del Estado de las autonomías. No se trata solo de aeropuertos, autopistas, accesos y ferrocarriles, sino también de cultura o del incumplimiento de los compromisos sobre los costes de capitalidad de Barcelona. La última cuestión a considerar es central, nada menos que la ciudadanía. Debemos reconocer la complejidad de la sociedad barcelonesa, su diversidad de orígenes, valores, intereses, opciones políticas, identificación cultural y sentimental -con más grises que blanco y negro- y cotidianas preocupaciones. La crisis arroja en el área metropolitana un balance de 200.000 parados (17%, dos puntos menos en la ciudad) y recortes en servicios públicos y prestaciones del Estado del bienestar. Una seria amenaza a la ciudad inclusiva que tantos esfuerzos había efectuado en urbanismo, educación, cultura, vida colectiva, cohesión social y convivencia.
LA CRISIS afecta con intensidad a los barrios periféricos surgidos con la masiva llegada de la vieja inmigración española, aunque no únicamente; también genera un nuevo radicalismo transversal con el telón de fondo del extendido convencimiento de que se paga más de lo que se recibe. La toma de decisiones sobre el futuro colectivo catalán no solo necesita un marco convencidamente democrático -donde el debate se considere una virtud y no una flaqueza- sino también el compromiso y la voluntad común de mantener la unidad civil -una sola ciudadanía, un solo pueblo- como un bien irrenunciable. En Barcelona y su área eso será auténticamente patriótico. Frente a la lógica de los estados, las ciudades han sido ámbitos de entendimiento. Probablemente el mejor servicio que Barcelona pueda prestar a Catalunya es seguir siendo tal como es: cosmopolita, tolerante, orgullosa, culta, solidaria,
FUentes    http://www.elperiodico.com

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