domingo, 11 de noviembre de 2012

España, destino tercer mundo


Se han escrito muchos libros sobre
la crisis, y se han quedado
viejos antes incluso de que salieran
a la venta. El doble error: aplicarse
en un optimismo antropológico
basado en la idea de que la
historia siempre avanza y evaluar
la actual catástrofe financiera
y económica como si fuera una
crisis cíclica más. Los hechos y el
agravamiento de la situación están
desmontando ambas falacias.
. La confianza histórica en el
progreso de la humanidad, con
breves recesos, está instalada en
la conciencia colectiva. Y se ha
trasladado a la economía por
inercia. Nada más lejos de la realidad.
Como parte del llamado
mundo desarrollado, los españoles
hemos vivido entre 40 y 50
años de bienestar, una prosperidad
inédita desde el comienzo de
los tiempos. Ese periodo de riqueza
ha sido la excepción, y no la
regla como nos han hecho creer
y hemos aceptado por comodidad.
La clase media como cimiento
de esa bonanza es un invento reciente.
No tiene ni un siglo de
existencia. Y lo mismo puede decirse
de la mayor parte de los sistemas
de asistencia social —entre
ellos, el nuestro— que han permitido
la creación de esa especie a
medio camino entre ricos y pobres
en la que se basan las naciones
modernas y desarrolladas. Pero,
¿en qué tablas de la ley está
escrito que iba a durar siempre?
La clase media está en peligro de
extinción. Como a los dinosaurios,
que antes que ella dominaron
la Tierra, un meteorito la puede
barrer de muchas partes del
planeta donde se creía a salvo para
siempre, como es el caso de
España. Llámenle Gran Recesión,
Gran Depresión o Gran Cataclismo.
Lo de menos es el nombre,
pero desde luego no se puede decir
que sea una crisis más. Lo que
estamos viviendo sólo en sus albores
no tiene parangón histórico
alguno. Ni siquiera la Gran Depresión
de 1929 sirve de referencia.
Desgraciadamente, de aquel marasmo
se salió gracias a la Segunda
Guerra Mundial. No parece
previsible que un conflicto bélico
vaya a salvarnos ahora. Así que
nadie puede aventurar Cómo escaparemos
de ésta.
España está en el centro de
esa vorágine de depresión económica
sin salida que amenaza con
destruir todos los lazos sociales
que dan estabilidad a una nación
y el futuro de varias generaciones.
Aunque el detonante ha sido
el estallido de la burbuja inmobiliaria,
la verdadera causa de que
España haya caído en un pozo cuyo
fondo no hemos tocado y, peor
aún, no se perfile ninguna escapatoria,
es que no producimos ya
nada. En los últimos 30 años, hemos
asistido a un escrupuloso
proceso de desmontaje de toda
nuestra industria (y de la agricultura)
como paladines de la globalización.
Algo que todos los países
occidentales sufren, pero que
ninguno ha celebrado como el
nuestro. Todo lo que consumimos
viene de mercados exóticos,
de China, India, Bangladesh, Vietnam,
Egipto...
Hemos creado una sociedad
low cost (bajo coste), de todo a un
euro, productos baratos, vuelos
baratos, viajes baratos. Arropados
por la fortaleza de la moneda
única, y cumplido el sueño de firmar
una hipoteca por encima de
nuestras posibilidades, los españoles
nos hemos dedicado a viajar
por los rincones del mundo, a
comprarnos el último smartphone,
a llenar las autopistas de
4x4... Ese espejismo de nuevos ricos
sin ocupación alguna se ha
"España está
abocada a una
suspensión de
pagos y a una quita"
"Somos un país low
cost, con sueldos,
sanidad y
educación low cost"
esfumado, y ahora nos damos
cuenta de que nos estamos convirtiendo
en un país low cost, con
sueldos low cost, sanidad y educación
low cost, que camina indefectiblemente
hacia la penuria. Un
país de camareros, guardias de
seguridad, funcionarios y alhamíes
en paro, cuyas generaciones
futuras ya no van a viajar sino a
emigrar. Y no van a vivir peor que
sus padres, como ha acuñado el
eslogan. Con suerte, van a sobrevivir
como sus abuelos.
Los mercenarios del optimismo,
como yo les llamo porque trabajan
a sueldo de los que verdaderamente
mandan y han arruinado
al país, les han estado contando,
y aún hoy lo siguen haciendo
con total impunidad, que de ésta
también saldremos. Y claro que
vamos a salir, pero empobrecidos
hasta unos niveles que no se recuerdan
desde los años 50, con
varias generaciones perdidas, trabajo
escaso y mal pagado, y unos
jubilados que van a ver esfumarse
sus cotizaciones y sólo podrán
aspirar a pensiones mínimas de
caridad.
Pese a los mensajes tranquilizadores
de los políticos y los medios
de comunicación cómplices,
el sistema financiero español está
quebrado, con un nivel de endeudamiento
brutal, tanto público
como privado. Ni la Unión Europea,
ni el Fondo Monetario internacional,
ni el Banco Central
Europeo, ni Alemania pueden engullir
una deuda de 2,4 billones
de euros para salvarnos. España
como país está abocada a la suspensión
de pagos, y a una quita
sobre la astronómica deuda que
ha colocado en los mercados internacionales
en forma de letras,
bonos y obligaciones y que es imposible
devolver. Otros países lo
hicieron antes como Tailandia,
Rusia o Argentina.
El problema es que ninguno
de ellos estaba sometido a una
moneda común como el euro. Y
es que el siguiente e ineluctable
paso al default es la salida del euro
y la vuelta a la moneda nacional,
la peseta (o como

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