a vicepresidenta se curó en salud y advirtió que ella no ponía la mano en el fuego por nadie
La expresión "poner la mano en el fuego" significa empeñar la palabra por alguien.Las pruebas del fuego eran un modo medieval para demostrar la inocencia. Este "juicio de Dios" partía de la creencia de que el Creador protegía de las llamas a los inocentes, de tal modo que, si sujetando hierros candentes o introduciendo las manos en la lumbre el acusado no se quemaba (o sufría escasas quemaduras), entonces no recibía ningún castigo.
En realidad, es una expresión común en política, cuando algún dirigente es acusado de corrupción. El propio Mariano Rajoy aseguraba poner la mano en el fuego por su tesorero Luis Bárcenas en el 2009, cuando el juez Baltasar Garzón destapó el caso Gürtel. Seguramente esta semana le hubiera gustado borrarla de las hemerotecas, tras la publicación de los apuntes contables que revelan entregas de sobres a sus dirigentes. Sin embargo, en los últimos días todavía hemos oído la expresión en boca de Juan Ignacio Zoido, haciendo un acto de fe por Javier Arenas, o de Oriol Pujol, rechazando las denuncias sobre sus hermanos.
Últimamente ha entrado en desuso esta expresión tan contundente, porque la política es un mundo cada vez más minado y la honradez, un valor claramente en crisis. Con el tiempo, son más los dirigentes que se arrepienten de haber puesto la mano en el fuego, pues muchos de ellos han acabado en la unidad de quemados. De hecho, les ha sucedido algo que le ocurrió al joven romano Gayo Mucio, quien se infiltró hace 2.500 años en el campamento de los etruscos, que habían sitiado Roma, para matar a su rey Lars Porsenna. Mucio se equivocó de víctima y asesinó a un escriba. El valeroso soldado fue apresado y, al ser llevado ante el líder de los etruscos, puso la mano en el fuego para demostrar que había cientos que jóvenes conjurados para matarle, afrontando el fuego y la muerte. La historia cuenta que Mucio vio cómo se consumía su mano sobre las ascuas sin emitir un gemido y que Porsenna se horrorizó con la escena, así que no sólo le perdonó la vida, sino que levantó su campamento. A partir de entonces el joven fue conocido como Mucio Escévola, que quería decir Mucio el Manco.
Buena parte de los que han puesto oratoriamente la mano en el fuego en los últimos años, tarde o temprano podrían acabar convirtiéndose en mancos, a la vista de los hechos. Posiblemente por ello Soraya Sáenz de Santamaría fue prudente cuando el pasado día 18 la prensa le preguntó por Bárcenas tras el Consejo de Ministros: "Yo no pongo la mano en el fuego por nada, ni por nadie. Son los tribunales los que están para evitar tener que poner la mano en las brasas". Sin embargo, al PP ahora le toca algo más que jugarse las extremidades o esperar las sentencias. Debe explicarse, depurar responsabilidades (si las hubiere) y pedir perdón. El fuego podría servirles para iluminar el camino.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20130204/54365053419/unidad-de-quemados-marius-carol.html#ixzz2JuWYxhrH
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En realidad, es una expresión común en política, cuando algún dirigente es acusado de corrupción. El propio Mariano Rajoy aseguraba poner la mano en el fuego por su tesorero Luis Bárcenas en el 2009, cuando el juez Baltasar Garzón destapó el caso Gürtel. Seguramente esta semana le hubiera gustado borrarla de las hemerotecas, tras la publicación de los apuntes contables que revelan entregas de sobres a sus dirigentes. Sin embargo, en los últimos días todavía hemos oído la expresión en boca de Juan Ignacio Zoido, haciendo un acto de fe por Javier Arenas, o de Oriol Pujol, rechazando las denuncias sobre sus hermanos.
Últimamente ha entrado en desuso esta expresión tan contundente, porque la política es un mundo cada vez más minado y la honradez, un valor claramente en crisis. Con el tiempo, son más los dirigentes que se arrepienten de haber puesto la mano en el fuego, pues muchos de ellos han acabado en la unidad de quemados. De hecho, les ha sucedido algo que le ocurrió al joven romano Gayo Mucio, quien se infiltró hace 2.500 años en el campamento de los etruscos, que habían sitiado Roma, para matar a su rey Lars Porsenna. Mucio se equivocó de víctima y asesinó a un escriba. El valeroso soldado fue apresado y, al ser llevado ante el líder de los etruscos, puso la mano en el fuego para demostrar que había cientos que jóvenes conjurados para matarle, afrontando el fuego y la muerte. La historia cuenta que Mucio vio cómo se consumía su mano sobre las ascuas sin emitir un gemido y que Porsenna se horrorizó con la escena, así que no sólo le perdonó la vida, sino que levantó su campamento. A partir de entonces el joven fue conocido como Mucio Escévola, que quería decir Mucio el Manco.
Buena parte de los que han puesto oratoriamente la mano en el fuego en los últimos años, tarde o temprano podrían acabar convirtiéndose en mancos, a la vista de los hechos. Posiblemente por ello Soraya Sáenz de Santamaría fue prudente cuando el pasado día 18 la prensa le preguntó por Bárcenas tras el Consejo de Ministros: "Yo no pongo la mano en el fuego por nada, ni por nadie. Son los tribunales los que están para evitar tener que poner la mano en las brasas". Sin embargo, al PP ahora le toca algo más que jugarse las extremidades o esperar las sentencias. Debe explicarse, depurar responsabilidades (si las hubiere) y pedir perdón. El fuego podría servirles para iluminar el camino.
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