sábado, 23 de febrero de 2013

Periodismo y pobreza


era difícil. De los más difíciles de escribir. La pobreza se ha convertido en un tema que ahora interesa mucho a los editores pero carecemos de una cartografía (un plano donde se cruce la ética, la semántica, la iconografía) para describir el conflicto correctamente.
Por ejemplo: ¿qué límites tiene la intimidad en una persona que hace cola en una calle para comer? ¿La bondad de los voluntarios y de sus buenas intenciones es siempre incuestionable? ¿El voluntario debe ser un personaje relevante de la historia? ¿Cuál debe ser la posición del periodista ante la necesidad (debemos mantener la misma neutralidad que teóricamente mantenemos respecto a otros asuntos)? ¿La compasión es un activo en nuestro relato? ¿Debemos recordar que la necesidad encubre a menudo la renuncia del individuo a ser autosuficiente?
Aún carecemos de la gramática periodística de la pobreza.
Hace algunos días nos impresionó Joan Cortadellas, el director de la Xarxa Alimentaria de Vic (una experiencia que debería repetirse en Barcelona) cuando nos decía que en su ciudad hay gente que se niega a ponerse en la cola de los víveres gratuitos aunque los necesita.
Ramon Noró, el director de Arrels, en el Raval, hace tiempo que trata de convencer a sus usuarios para que utilicen otras palabras: no son pobres, son afectados por la crisis. Es el principio de un lenguaje. Cada uno deberá elaborar el suyo. Nunca creímos en el diccionario de las palabras políticamente correctas. Pero sí, sin duda, en el valor de las palabras que empleamos.
fuenteshttp://blogs.lavanguardia.com

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