viernes, 8 de febrero de 2013

Esclavos en jaula de oro

Una de las sensaciones más penosas que me ha dado el fútbol, deporte al que amo con locura, es el ambiente que se crea en los equipos formativos de los clubs importantes. Recuerdo que la época en que mis 

dos hijos mayores jugaban en el fútbol base del Espanyol no fue precisamente un disfrute constante. La mezcla de las ambiciones del club con las expectativas de los padres respecto a sus hijos formaban un caldo de cultivo de tensión y en algunos casos de terrible angustia.

Llegar a cualquier equipo base de un club de élite es el sueño dorado de cualquier chaval. Y si acabas en el equipo al que amas pues es el no va más. Pero entonces se inicia un recorrido maquiavélico. Por un lado el club sabe que de todos los miembros de la plantilla, apenas dos y a lo mejor ni uno llegarán al primer equipo. Hay chavales que acaban siendo simplemente el combustible para que otros lleguen. Esto es así y nunca cambiará. Mientras, las familias caen en la tentación de pensar que el futuro está en el hijo. La sociedad premia el que un chaval sepa dar bien patadas a la pelota mediante un reconocimiento social desmesurado. Los canales de televisión crean campeonatos de chavales jovencísimos con buena intención pero que entran dentro de lo que denomino pederastia deportiva. Al final un pequeño renacuajo acaba siendo el representante del barrio. Como la competencia es brutal, todo el mundo quiere instalarse en esa jaula de oro y a veces las mejores prestaciones no pueden durar eternamente, llegan los momentos grises.

Entonces lamentablemente no aparece la sinceridad por ningún lado. El chaval suele acabar sufriendo, no por su ligero declive, que entre la élite supone la pérdida de la titularidad o la ausencia de las convocatorias. Lo hace por la falta de autenticidad de algunos de los preparadores, por la máquina de desechos en que irremediablemente se convierte un fútbol base y por la angustia que le transmiten sus padres al ver que el castillo de naipes se desmonta. Ya no hay futuro, ya no hay prestigio en el barrio.

El club se convierte en una máquina de triturar porque es mucho más fácil, mucho más divertido fichar y viajar viendo jugadores que reconducir jugadores que se han desviado. Siempre digo que los ojeadores se creen buenos en la medida en que son capaces de poner peros. El entendido en fútbol siempre cree que aporta más encontrando defectos que virtudes. Hagan la prueba: si le hablo de un jugador y lo alabo en tres o cuatro aspectos de su juego, el entendido tendrá la necesidad irremediable de hablar de algún defecto. Pues en los clubs pasa eso, cuanto más te han visto, más necesidad tienen de buscar tus defectos.

Luego en algunas entidades como en el patético caso de Baena te ponen encima de la mesa más de un contrato y los padres, pensando que no hay más vida más allá, firman lo que sea. Conozco algún club que hacía firmar los contratos a los padres pero no los firmaba la entidad y los conservaba a la espera de que realmente hiciera falta. Evidentemente los padres no tenían la copia firmada, pero callaban. 

Los padres cometen el error de someterse a lo que haga falta y actúan con cobardía aunque vean al hijo sufriendo porque entienden que estar en una jaula de oro es un lujo, que marcharse es sinónimo de abismo y fracaso. Cuando a un chaval no hay que verlo como un aspirante a la profesionalidad, sino a la felicidad.

Por eso me satisface la resolución judicial sobre el caso Baena. Un ejemplo de esclavitud, en jaula de oro, pero esclavitud. Y seguramente lo celebraré con un gintonic de estos que están tan de moda. E incluso invitaría a ese juez tan perspicaz que había condenado a Baena a pagar 3 millones al Barça para ver si así se le aclara la mente.

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