lunes, 11 de febrero de 2013

Cese temporal de confianza

Entre otras muchas cosas, Napoleón tenía claro que nada puede ir bien en un sistema en el que las palabras contradicen a los hechos. Y hasta se acabaría el misterio sobre el origen de sus úlceras si hubiera topado con el estado de degeneración del sistema político español en el siglo XXI. Ese en el que el anuncio de hechos, no palabras, se puede presentar como supuesta oferta electoral con atractivo y el incumplimiento de las promesas se torna en norma de la acción de cualquier nivel de gobierno. La devaluación del contenido de los discursos políticos lleva a la desconexión entre representantes públicos y ciudadanos, normaliza un vocabulario ajeno al escenario natural de la representación del pueblo y remite, lamentablemente, a otro poder del Estado, coercitivo por naturaleza.

La convivencia de la actividad política con términos como prevaricación, tráfico de influencias, cohecho impropio o imputación y el novedoso sistema de cese temporal de la actividad política como sustitutivo a medio camino de la dimisión, desemboca en una demanda obligada regeneración de un sistema que lanza señales día sí y día también de descomposición. La evidencia es tal en las últimas semanas que no hay necesidad de esperar mayor degradación ni de confirmar la situación con micrófonos bajo la mesa de ningún político.

A estas alturas, hacer bandera de la transparencia se queda corto cuando se presenta sólo como cura paliativa ante la, ya no tan circunstancial, convulsión ciudadana y el desapego hacia la política. La información económica y financiera sin ambages, las auditorías externas y los controles exhaustivos están aún lejos de ser práctica regular de higiene institucional. En cambio, se esgrime la palabra transparencia -se presume de ella- de la mano de hechos que contradicen la intención buscada y acaban por devaluar el contenido de la misma. Las cuentas de los partidos son fiscalizadas con cinco años de retraso por un órgano que exaspera incluso al Tribunal Supremo por su excesiva politización; la generosa publicación del resumen del estado de las cuentas de una formación política sin detallar el origen de los donativos ni los receptores y sistema de retribuciones sólo alimenta un bosque que, con cifras, dificulta la detección de los árboles carcomidos; el striptease fiscal del presidente de un gobierno en busca de apuntalar su voluntad de servicio al frente del Ejecutivo ante la peor crisis económica no hace más que despertar preguntas sobre el origen y motivo de tal desfase de retribuciones, pese a perder elecciones, respecto a las recibidas con su llegada a la Moncloa...

Hechos que contradicen las palabras en un sistema irremediablemente bajo sospecha y que confirman sin remedio un lamentable cese más que temporal de la confianza.

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