La muerte de Eugenio Trias ensombrece la tarde de Carnaval. La fecha tiene algo de simbólico, casi de retorno a un cierto origen. A finales de los sesenta escribió unos textos en los que desarrollaba intuiciones de su primer libro, La filosofía y su sombra, y que después recogería, precisamente, en Filosofía y carnaval. Ahí ya dejó escrito, como un relámpago, algo que atraviesa toda su obra: "Yo ya no soy yo, soy ese que se escapa de continuo de sí mismo, ese que no se detiene jamás, que se disfraza una y otra vez hasta el infinito, hasta la locura. Yo es siempre eso: un lugar de dispersión o un recuento inseguro y frágil de recuerdos o impresiones. Un punto entre mil, el estallido de una pulsión". Trias iniciaba aquellos años una aventura filosófica que lentamente, libro a libro, curso a curso, durante más de cuatro décadas, iba a cristalizar en una obra que puede ser considerada en la península como la única aportación sistemática, de indiscutible relevancia internacional, a la filosofía de nuestro tiempo.
A la sombra de Platón y en diálogo con los grandes filósofos de una tradición de veinticinco siglos, Trias consiguió articular, con vocación sistemática, una reflexión inequívocamente filosófica sobre el sentido del ser y del existir. Y ahí surgió, como un concepto clave, su auténtica aportación: la noción de límite y, con ella, la indagación en torno a la condición fronteriza del sujeto. En el año 2009 daba a imprenta una selección reordenada de sus obras, casi una relectura (Creaciones filosóficas, Galaxia Gutenberg, dos volúmenes). Y cerraba el prólogo con una profesión de fe filosófica que es oportuno recordar hoy: "La dignidad de una condición que no se satisface con vivir sin adquirir comprensión y conocimiento de lo vivido, de lo que se tiene todavía por vivir, de lo que acontece al morir; de lo que significa desde el principio nacer; del vivir como nacer y renacer". Dedicó sus últimos años a pensar filosóficamente la música, coda inesperada para una obra de ambición especulativa descomunal. Ambición y rigor, sí: quizás eso señale la obra de Trias en su indiscutible singularidad. La obra de un filósofo, un auténtico filósofo, que no es decir poco.
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