Las fotocopias de unos asientos contables que no son los originales de la cuentas del PP han servido para que Mariano Rajoy viera cómo le disparaban (informativamente) desde la derecha y desde la izquierda, en un fuego cruzado del que resulta difícil escapar. Esa coincidencia en cazar la presa desde ángulos distintos ha conseguido que el escándalo adquiriera desde el minuto uno proporciones planetarias. Una vez metido el presidente en territorio comanche, que en las guerras "es donde oyes crujir los cristales bajo tus botas y, aunque no ves a nadie, sabes que te están mirando", según Arturo Pérez-Reverte, resulta difícil volver atrás, que es lo que aconseja el instinto. Rajoy, al advertir que le apuntaban por todos lados, debería saber que no basta con agachar la cabeza y meterse en la primera trinchera, sino que hay que buscar una salida.
La respuesta al embrollo de los papeles de Bárcenas ha sido lamentable. Desde la sorprendente salida a pie de calle del presidente ante la pregunta de si había cobrado sobres con dinero negro -"sí, hombre!"- hasta la contestación en Berlín a unas preguntas autorizadas sobre el tema -"todo es mentira, menos algunas cosas"- , pasando por la prohibición de darle la palabra al periodista de El País (que ha publicado las fotocopias) en la comparecencia de María Dolores de Cospedal, todo ha sido un disparate. Estoy convencido de que en las cátedras de Comunicación se estudiará dentro de unos años como ejemplo de cómo no se aborda un problema político.
Aquellos que conocen al presidente del Gobierno aseguran que siente pánico escénico a la prensa. Otros consideran que simplemente es alergia. A Rajoy le molesta que le marquen las hojas de ruta sus adversarios, pero también sus colaboradores. En las últimas semanas hemos visto imágenes desconcertantes, como la del presidente saliendo por una puerta falsa del Congreso para no tener que explicarse. El resultado de esta política huidiza y distante no es sólo que deja con muchas dudas a los ciudadanos, incluidos los que le han votado, sino que desconcierta en los mercados internacionales. Diarios conservadores como Financial Times o Le Figaro han sido muy críticos con el Gobierno.
No tengo dudas sobre la honestidad de Mariano Rajoy, pero la honorabilidad no debe ser una cuestión de fe. Uno debe alumbrar toda sombra y despejar cualquier desconfianza. Es posible que la filtración sea un intento desde el propio PP de moverle la silla al presidente. Y que las fotocopias como prueba sólo las sustente el testimonio de Jorge Trías, colaborador de la FAES. Pero la cuestión no es pensar que al final todo se aclarará en favor de Rajoy, sino que hay que ser más hábil en la gestión de las crisis, más directo en las explicaciones y más ágil en la elaboración del relato. El presidente puede que tenga alergia a la prensa, pero eso se soluciona con antihistamínicos.
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