martes, 10 de septiembre de 2013

Las salidas estadísticas de las crisis

No se sabe bien si la economía es una ciencia triste llena de profesores respetables y políticos espabilados, como decía un pensador norteamericano de principios del siglo XX, que animaba, ya entonces, a estar muy alerta frente al discurso exclusivamente económico, o si realmente no hay nada que hacer, porque, como asegura un proverbio búlgaro muy a la moda en los países del Este, “la economía es la madre de la pobreza”.
La cuestión es que una vez más se nos pretende hacer creer que estamos teniendo éxito económico porque los salarios son más bajos, las prestaciones sociales más pequeñas, el acceso a la educación está más restringido y la sanidad es más lenta. Hemos ganado competitividad, nos aseguran, porque exportamos más y las cifras y los parámetros de la macroeconomía empiezan a estabilizarse. No se trata de negar el alivio que producen esas noticias, por supuesto, pero sí de estar muy atentos no vaya a ser que, como dice el economista Emilio Ontiveros, salgamos estadísticamente de la crisis… y eso sea todo.
Que salgamos de la crisis y que tengamos durante años el mismo número de parados (doscientos mil arriba o abajo); que salgamos de la crisis y que los que conservan o acceden al empleo acepten condiciones laborales insoportables, humillantes, que no están motivadas por necesidades empresariales reales sino que responden a un convencimiento ideológico, al muy agresivo sentimiento, muy arraigado entre los “indudablemente ricos”, definición de Krugman, de que cuánto más dinero acumulen ellos y más débiles sean sus trabajadores, mejor le irá a la sociedad. Que salgamos de la crisis y que no se recupere la inversión pública en educación y en sanidad, porque lo que está sucediendo no es temporal, sino que se está aprovechando la crisis para introducir cambios perdurables que afectan fundamentalmente a las rentas bajas y medias endeudadas, que quedarán ya en una posición de debilidad y manipulación considerables. Que bajo una montaña de términos y análisis técnicos que se nos viene encima se esté sepultando, como escribía el recientemente fallecido Mario Trinidad, una realidad muy antigua y muy simple: el rechazo de las élites a contribuir a las arcas públicas y a los gastos comunes.
La economía española, y la sociedad española, necesita cambios, por supuesto. No se puede pretender cambiar un modelo basado en la construcción y la especulación financiera por otro más sano y sostenible sin introducir cambios, sin favorecer la claridad en el modelo impositivo y sin preservar la competitividad. Por supuesto. Y seguramente esos cambios exigen un cierto sacrificio y un gran compromiso de la sociedad. El problema es que se pretende hacer buena parte de todo eso ignorando totalmente el análisis social, la variable imprescindible de los indicadores que la situación de las familias españolas. No es posible que el éxito consista en empobrecer sustancialmente a las clases medias y bajas y que eso se pretenda presentar como el gran cambio, la gran reforma.
Es muy difícil creer en el mensaje optimista que intenta hacer llegar el gobierno porque el campo de análisis sigue estando estrechado artificialmente: incluyan indicadores sociales fiables, solventes, y entonces podremos empezar a hablar de la salida de la crisis. Veamos cuál está siendo el impacto de la crisis según rentas, que se está detrayendo, que se está restando o desviando de las clases medias y bajas hacia otros sectores y veamos cuál es el compromiso de devolución y en qué plazos. Entonces podemos hablar de la salida de la crisis con un mínimo de honestidad.
Es cierto que las desigualdades no dejaron de aumentar durante los gobiernos socialistas, pero eso ocurría cuando la economía crecía y la calidad de vida de esos sectores sociales mejoraba sustancialmente. El fuerte incremento de desigualdad que se registra en los últimos años se acompaña de un deterioro muy marcado de esas condiciones de vida y, lo que es peor, con un horizonte de empobrecimiento duradero.
Pongamos atención cuando hablan de brotes verdes: hay que estar alerta para ver quién se lo come.

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