sábado, 21 de septiembre de 2013

Cuánto dura el verbo “me equivoqué”

No todos los verbos duran lo mismo. Los gramáticos agarraron el cronómetro para examinarlos; y luego los han agrupado con nombres divergentes, pero válidos en su conjunto para entender que sus acciones ofrecen muy distinta condición temporal.
Así, podemos apreciar (mezclando conceptos y gramáticos, y en líneas generales) que los verbos incoativos reflejan el comienzo de una acción (“partiré mañana”), los durativos implican que la acción permanece una vez iniciada (“viene hacia acá”), los iterativos muestran una acción repetida (“martilleó durante una hora”), los semelfactivos se reúnen como verbos de una sola acción (“encontré un anillo”), los desinentesmuestran algo que solo ocurre una vez (“nací en febrero”) y lospermanentes carecen de principio o final (“el oro brilla”).
Todo esto del desarrollo de la acción verbal importa mucho. Si oímos “el conductor duerme”, nos quedamos tranquilos. Pero si nos dicen “el conductor se duerme”, nos pegamos un susto.
Y si alguien confiesa “me equivoqué”…, ¿en qué categoría de duración o frecuencia colocaríamos el verbo “equivocarse”? ¿Cuánto dura esa acción errónea?
Recordemos las últimas equivocaciones que hayamos cometido: decir un nombre en vez de otro, calcular mal una cuenta, marcar otro número, tomar un desvío incorrecto... El verbo “equivocarse” se aplica en tales calamidades a ocasiones en las que el fallo se concreta en un momento determinado (no antes ni después): en el acto de decidir. Desde ese punto de vista, el verbo dura poco: el instante en que hacemos algo. Y para aplicarlo con rigor, hace falta que en el momento de esa acción no sepamos que nos estamos equivocando.
¿Tenemos casos en que el acto de cometer una equivocación se pueda clasificar como iterativo o como permanente?
Para empezar, no significaría lo mismo “estaba equivocado al nombrar a Fulano” que “me equivoqué al nombrar a Fulano” o que “me equivoqué al mantener la confianza en Fulano”. En el primer caso (“estaba equivocado”), la equivocación no reside en el nombramiento, sino en el juicio erróneo formado con anterioridad a él. En el segundo (“me equivoqué”), el error puede darse al adoptar la decisión (al nombrarle me equivoqué, porque el elegido era en realidad otro). Y en el tercero (“me equivoqué al mantener a Fulano”; es decir, “he venido equivocándome”), la equivocación era continuada: por tanto, un martilleo de errores que no refleja con exactitud un verbo que corresponde a un instante.
Esa elección (“en dos palabras”) de la forma “me equivoqué”, cuyo tiempo verbal (pretérito perfecto simple) presenta además la acción como terminada hace mucho, modifica nuestra percepción subliminal de lo ocurrido. Al ser expresada de ese modo, se reducen los daños al momento en que una persona decide apoyar a otra porque confía en ella. Y se diluye la circunstancia de que el nombrado defraudó una y otra vez esa confianza, y no de repente ni de forma inopinada, sino martilleando. Y a la vista de quien lo nombró.
En definitiva, el verbo empleado como semelfactivo (semel en latín: por una vez) lo era realmente cuando la acción se produjo: con el nombramiento de un tesorero, por ejemplo: al ejecutar el error. Pero ya había dejado de tener esa aplicación cuando la frase “me equivoqué” fue pronunciada en las Cortes años más tarde, pues para entonces solo habría sido exacta una fórmula con verbos durativos: “He estado equivocándome todo este tiempo al tolerar lo que iba sabiendo”. Y en ese caso ya no se puede decir que el autor se equivocaba sin saber que se estaba equivocando.
Podemos aplicar también todo esto al sinónimo “confundirse”: “Me confundí” de día, “me confundí” de calle, “me confundí” de traje. Pero si uno se confunde de vivienda y reside tres años en una casa que no es la suya, le resultará difícil convencernos cuando, al cabo de ese tiempo, y una vez descubierta la “confusión” por todos, intente justificarse y diga con esta técnica de manipulación lingüística: “Lo lamento. Me equivoqué de portal”.

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