sábado, 21 de septiembre de 2013

Impuesto fallido

Hay consenso en que durante esta crisis tan larga el sector más protegido ha sido el financiero, mientras que todo lo demás (empleo, renta disponible, protección social...) ha participado en una permanente carrera cuesta abajo. A cambio de tan ingentes ayudas, a la banca se le pedía someterse a una regulación más exigente (que volviese a ser el negocio “aburrido” que era), para que no volviesen a repetirse tantos abusos, y que pagase algunos impuestos más. Todo muy minimalista.
Uno de esos impuestos es el de transacciones financieras (ITF) —una versión de la antigua tasa Tobin—, que antes de las dificultades iniciadas en el año 2007 solo demandaban algunas organizaciones de fuera del sistema, como ATTAC, y que poco a poco fue asimilado, por necesidad, por el corazón de las autoridades económicas de muchas partes del mundo. Se trataba de una pequeña cantidad porcentual que grava la compraventa de activos financieros, como acciones, bonos, derivados, futuros de productos básicos, etcétera.
A la luz de las discusiones, parecía que el ITF era cosa hecha; solo quedaba instrumentarlo. Error: las continuas pegas impiden que marche adelante. A pesar de tanta propaganda, todavía no funciona. Está en punto muerto. Es, hasta ahora, un experimento fallido. Por ejemplo, estos días se discute en el Tribunal Europeo de Justicia un recurso del Gobierno conservador británico de Cameron contra el ITF, y también estos días los servicios jurídicos del Consejo Europeo han dictado su ilegalidad tal como quería ser aplicado por la Comisión Europea. En la UE, 16 Estados se quedaron fuera del ITF y 11 a favor (entre ellos, España), con lo que se generaron dudas sobre su aplicabilidad.
La tasa de transacciones financieras sigue sin aplicarse, con abundantes piedras en el camino
Cuenta Bradom Adams, profesor de la Universidad de Harvard, que cuando Obama llegó a la Casa Blanca preguntó qué se podía hacer para aumentar la recaudación. La respuesta de la mayor parte de sus asesores fue el ITF, pero Larry Summers (que ahora aspira a la Fed) no estuvo de acuerdo y nunca se concretó. Pero recuerda Adams que “mucho antes de que Lawrence Summers cobrara 5,2 millones de dólares anuales por trabajar un día a la semana o 135.000 dólares por pronunciar discursos en Goldman Sachs”, escribió un artículo que se podría traducir como “Cuando los mercados funcionan demasiado bien: defensa moderada de un impuesto sobre transaciones de valores”, en el que defendía claramente el ITF. Ejemplo de lo que decía el viejo Marx: la existencia determina la conciencia.
Además de su pequeña capacidad recaudadora, el ITF tiene un gran potencial contracíclico: podría disuadir a las legiones de operadores de alta frecuencia que negocian acciones automatizadas para intentar ganar unos céntimos en cada una de las operaciones, sin comportar ningún beneficio económico más que para ellos y sin crear riqueza.
Como les gusta decir a los economistas, si quieres menos de algo, grávalo con un impuesto.

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