jueves, 6 de junio de 2013

Una bala llamada diálogo

Uno de los aspectos más divertidos del proceso catalán es ver cómo los actores que ocupaban el centro de la escena se han ido atrincherando en la periferia. Nada es lo que era, todo se mueve. Lo inverosímil se hace de repente real, como esta extraña, hilarante y súbita comunión entre Duran y el PSC, unidos en un nuevo frente antisoberanista sobrevenido. Desplazados del centro de la escena, se reúnen semiclandestinamente y se lanzan elogios con la esperanza de desgastar al tándem Mas-Junqueras, el anticristo político que creen que los ha enviado directamente a las trincheras: en realidad, el vuelco en sus vidas no se lo dio ningún político sino una manifestación que a medida que han pasado los meses se ha confirmado como la peor pesadilla que han tenido nunca. Arropados todavía por el viejo poder económico y mediático, se dedican a confabular todo tipo de artimañas para hacer fracasar la consulta o cualquiera de sus derivados.
El último disparo desde lo alto del monte es una bala aparentemente inocua pero cargada de malas intenciones llamada diálogo. La palabra resuena como un eco en todas las reuniones de gente selecta de Barcelona: contra el soberanismo, diálogo; contra la consulta, diálogo; contra la independencia, diálogo. La estrategia parecía perfecta, pero la mala suerte la ha dejado desnuda: fue lanzar el concepto y empezar simultáneamente una traca de misiles nada sutiles: un día eran las sentencias decimonónicas del Tribunal Constitucional, al día siguiente el chiste del lapao, el otro la ley Wert o las invectivas de GuerraBono o González Pons, da lo mismo. En medio de la tempestad de despropósitos, se nos trataba de convencer de que había que separar los temas simbólicos de los económicos y que había que tender puentes, expresión también muy cocinada, para lograr un déficit digerible. Hasta que el martes apareció Montoro rechazando la limosna del 2% en medio de carcajadas, como si estuviera explicando un chiste de Eugenio.
Risas al otro lado del muro
El Govern catalán, que de una manera tan disciplinada había ido siguiendo las sendas imposibles del diálogo, se encontró de repente que en el otro lado del muro infranqueable solo hay risas para sus demandas desesperadas. Estrellado contra la pared del Estado, descubre ahora que aquel diálogo era tan solo un eufemismo de ganar tiempo, o mejor dicho, perderlo. El Govern intenta a la desesperada hacernos creer que se trata de una estrategia consciente para, dicen, cargarse de razones, pero la realidad es que a cada segundo que pasa hay más recortes, menos quirófanos y más sufrimiento. Ante la evidencia de que el diálogo no era tal y que se trataba como mucho de un monólogo, los intelectuales del statu quo ya han empezado a trabajar en el nuevo concepto que despistará los próximos tres meses de nuestras vidas, a la espera del siguiente, y así sucesivamente.
A ver si la próxima vez es la buena y ya no volvemos a picar.

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