martes, 18 de junio de 2013

Tensiones con China

Las crisis económicas acaban aflorando tensiones proteccionistas dormidas durante las fases expansivas. La depresión en la demanda interna de buena parte de las economías avanzadas obliga a las empresas a proyectar su actividad hacia los mercados internacionales y a las autoridades económicas a instrumentar políticas monetarias expansivas que, entre otras consecuencias, favorecen la depreciación del tipo de cambio y con ella la competitividad de sus exportaciones. En ocasiones son políticas poco respetuosas con el juego limpio. A los riesgos de guerra de divisas como los que emergieron en los primeros años de la Gran Depresión se añaden subidas de aranceles o restricciones de todo tipo a las importaciones. El resultado es un clima que deprime el crecimiento del comercio internacional, condición para la extensión de las oportunidades de crecimiento económico entre un número mayor de países.
Las últimas tensiones en China y la UE, encareciendo algunas importaciones como las de tubos de acero inoxidable procedentes de Europa o restringiendo las compras de vino europeo, son los casos más recientes, aunque de ningún modo los únicos. Más allá del desencadenante concreto, lo más relevante es que tienen lugar entre las dos potencias comerciales más importantes del planeta. No es la primera vez que tienen lugar y su recurrencia es por sí sola una expresión de la limitada capacidad de disuasión que tiene hoy día la Organización Mundial de Comercio (OMC). Creada en 1995, su tardío nacimiento estaba precisamente justificado para evitar estas tensiones generadoras, en el mejor de los casos, de una peligrosa incertidumbre en una economía mundial cada día más interdependiente.
La rápida irrupción de China como principal potencia comercial y segunda economía con mayor dimensión del mundo ha socavado algunas ventajas competitivas que se suponían estrechamente vinculadas a las economías avanzadas. A pesar de su pertenencia a la OMC, no todas las prácticas comerciales de las empresas de aquel país se ajustan al juego limpio. Lo nuevo es que ahora es mucho más puntillosa con las malas prácticas que se observan en otros bloques comerciales. Son respuestas que crecen proporcionales a la detección de anomalías en ese gigante asiático, como las vinculadas a la falta de transparencia, a la existencia de manipulación de medios o al respeto a los contratos por parte de las empresas chinas.
El problema es que la extensión de ese tipo de comportamientos al margen de las normas internacionales están hoy más extendidos. La economía china dispone de un peso específico singular en la tracción de la economía mundial y en el volumen de intercambios de bienes y cada día más también de servicios y de capitales. La capacidad de intimidación, en definitiva, es notable. Por eso, lejos de acentuar el enfrentamiento, la UE debería eliminar cualquier atisbo de justificación a la actitud proteccionista de las autoridades chinas y apelar directamente al dominio del arbitraje de la OMC. Con ello, además de fortalecer las hoy muy erosionadas instituciones multilaterales, se legitimarían las razonables reclamaciones para que China avance en la completa homologación de sus instituciones y normas con las vigentes en las naciones respetuosas con la ley, el ordenamiento internacional, y no menos importante, los derechos humanos.

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