martes, 18 de junio de 2013

El eterno

Aznar, por así decirlo, es un estado de ánimo. Cada cierto tiempo los columnistas tienen su día Aznar y desearían hacerlo público, pero contienen su impulso porque son conscientes de que a este hombre es al que más artículos se le habrán dedicado en los años que llevamos de democracia. Flota en el ambiente la idea de que cuando al columnista no se le ocurre nada, tira de Aznar para salir del atolladero. ¡Maledicencias! Aznar se merece todas las columnas que sobre él se han escrito. Las hagiográficas, porque reflejan el sentir de una España eterna; también aquellas que representan a los que tiemblan ante una posible vuelta de este Cid redivivo. Según las encuestas, no son demasiados los españoles que desearían confiar en él la salvación de esta patria maltrecha. Imagino que a quien tiene vocación de salvapatrias le tiene que sacar de quicio que no haya un clamor que reclame su vuelta. Será por eso que en los últimos tiempos el ex ha entrado en bucle e imparte doctrina sobre lo que él haría si fuera presidente. Esperanza Aguirre, que comparte la condición de ex, aprovecha la ocasión para banderillear a Rajoy y asegura que las medidas que propone Aznar son las únicas que pueden rescatarnos de la ruina en la que nos sumió Zapatero. Con lo que a Rajoy, rodeado de tantos puñales, solo le queda llamar a las puertas del PSOE; al menos se encontraría con Rubalcaba, que busca desde hace tiempo un pacto de Estado.
De cualquier manera, no se comprende cómo alguien tan pro americano como Aznar no contempla el emular el comportamiento de su gran amigo Bush, que si algo bueno ha tenido desde que pisó la arena política es la discreción tras la retirada. Su paso por la presidencia ha quedado en manos de cronistas. En el caso de Aznar es él mismo el que se encarga de celebrar sus méritos. No parece tener problemas de autoestima. ¿O sí?

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