jueves, 13 de junio de 2013

El gran pacto

Europa. Como problema o como solución. Detrás de la propuesta de pacto que ha lanzado Alfredo Pérez Rubalcaba y que Mariano Rajoy parece haber aceptado está el asunto de Europa. La negociación con Bruselas sobre un amplio catálogo de problemas que en unos casos hemos provocado y en otros estamos padeciendo a causa de las políticas que se nos ordena poner en marcha desde la capital de la Unión.
De ahí surge el primer obstáculo para alcanzar un pacto de la suficiente envergadura. Que el Gobierno español acuda en pleno para entrevistarse con los comisarios, apoyado por el primer partido de la oposición, solo significa que hay un país europeo al casi completo que pide, o exige, un cambio radical en esas políticas para no verse en el fondo del pozo, como ya les ha sucedido a otros países más pequeños, Grecia y Portugal, sin ir más lejos. A finales de junio, ante los jefes de gobierno, la cita tendrá más importancia.
Eso no es poco para la política doméstica, aunque habrá de explicarse bien a los ciudadanos. Pero sí es poco para Europa. La pregunta fundamental es si el acuerdo cuenta con la simpatía de otros países importantes, como Francia o Italia. Un frente común de los tres no podría dejar a Bruselas encerrada en su habitual frialdad. Un frente interno español no parece suficiente. Es de suponer que, sobre todo desde las relaciones de Rubalcaba con los socialistas franceses, el frente común sea solo el primer paso para provocar un efecto de arrastre que comprometa a Gobiernos con auténtica capacidad de influencia.
Cuando se escucha a los dirigentes, pero también a los periodistas y a muchos ciudadanos alemanes, hablar sobre las políticas en relación con la crisis, lo primero que hacen es aclarar que esas políticas no las fija Merkel, sino Bruselas. Y tienen razón, aunque todos sabemos que es Merkel quien las marca desde la sombra.
El más importante objetivo de la derecha española es conseguir una puesta en marcha de mecanismos que mejoren la situación financiera. Política fiscal y unión bancaria, flexibilización del déficit, dar fluidez al crédito. Son fórmulas que caben dentro de la ortodoxia dominante impuesta por los dirigentes económicos alemanes. Y ninguna de esas cosas pueden repugnar a la izquierda que representa el PSOE, porque son mecanismos que ayudan a mejorar el funcionamiento del sistema.
Pero hay otra serie de argumentos que no pueden quedar fuera de un amplio acuerdo. Porque para los ciudadanos a los que representa Rubalcaba están en juego cuestiones de gran calado que no se arreglan solo con la limpieza y el engrase del sistema financiero.
Los representantes del Gobierno y los dirigentes de instituciones como el Banco de España juegan ahora con enorme dureza en dos terrenos básicos para el Estado del bienestar: el aumento de la competitividad a base de reducir los salarios, y la amenaza cierta de recortar las pensiones. Ambas políticas tienen una incidencia crucial para los ciudadanos, porque pretenden ahondar en lo que ya vemos en la calle a diario, en la miseria (¿por qué le vamos a llamar de otra manera?) de millones de personas, no solo de los parados, que pueda garantizar una oferta extraordinariamente barata de nuestros productos y servicios.
Sobre esas políticas va a ser más difícil el acuerdo, por mucho que desde posiciones de izquierda se haya reconocido que sí, que posiblemente el mercado laboral era demasiado rígido, o que el pasivo de las pensiones tiene que ser gestionado de forma que sea sostenible (dos apuntes: uno, en teoría, los pensionistas reciben del Estado algo que se han ganado a lo largo de los años; dos, en la comisión de expertos que va a dictaminar sobre ello no hay ningún demógrafo).
Europa (la Europa merkeliana) nos dice con persistencia que hay que destrozar ese mercado laboral, que hay que hundir más los salarios. Y nos ofrece a cambio un milagro: se va a crear empleo. Por la acción del mercado. Un empleo que el gobernador del Banco de España ya ha salido a defender que debe ser miserable, competitivo con el mercado chino. Es una avanzadilla de lo que Fátima Báñez, Esperanza Aguirre y otros nos van a ir soltando a la cara en los próximos tiempos.
Sobre ese asunto no parece posible que se cierre un gran pacto. Porque lo que desea el Gobierno, lo que está en su ideología profunda, es que se nos aplique un merkelismo suavizado. ¿A alguien en Europa se le va a ocurrir alguna política eficiente de activación del mercado laboral? Eso no lo podemos esperar del pacto que hay sobre la mesa. Todavía no.

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