jueves, 11 de abril de 2013

Simulacro de guerra fría


La guerra fría empezó en Corea de forma incandescente y devastadora: dos millones de muertos en tres años, entre 1950 y 1953. Estados Unidos perdió 33.000 hombres y tuvo más de 100.000 heridos. Pero los ejércitos asiáticos, los dos coreanos y el chino, hicieron la aportación más sustancial: 415.000 surcoreanos y un millón y medio de combatientes norcoreanos y chinos. “La brutalidad de aquella guerra nunca penetró en la conciencia cultural de Estados Unidos”, escribió el periodista David Halberstam en su último y magistral libro sobre la contienda de Corea, de publicación póstuma y titulado El invierno más frío.
Según aquel excepcional reportero, fallecido en 2007, “fue una guerra de papel impreso, explicada en los periódicos en blanco y negro, y permaneció en la conciencia de la nación en blanco y negro”, la última antes de que la televisión se impusiera en los hogares. Para Halberstam, no tuvo ni la gloria ni la legitimidad de la Segunda Guerra Mundial: “Los soldados que combatieron en Corea se sentían separados de su país, con sus sacrificios poco apreciados y su lejana guerra sin apenas importancia a ojos de sus contemporáneos”.
Terminó con la península coreana dividida y sentó un precedente que marcó la historia hasta nuestros días. Fue la única ocasión en la que soldados chinos y estadounidenses se enfrentaron directamente en las trincheras y en la que pilotos de la Unión Soviética, entonces aliada de China, entraron en fuego con pilotos de Estados Unidos. Moscú acababa de alcanzar a Washington en la carrera nuclear. Se calcula que contaba con cinco artefactos como máximo, frente a los 369 de la primera superpotencia, según el historiador John Lewis Gaddis (La guerra fría). Inauguró una era: la de la disuasión atómica y la destrucción mutua asegurada, puesto que dos potencias nucleares como la URSS y EE UU pudieron implicarse en una guerra sin necesidad de utilizar la nueva arma de destrucción masiva.
Parece una historia remota, pero es de actualidad gracias a la escalada, de momento verbal y gestual, con la que el joven líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, pretende reavivar aquella vieja contienda, que no tuvo acuerdo de paz, sino un mero cese de las hostilidades o armisticio, ahora denunciado por el régimen norcoreano. Las dos Coreas nominalmente vuelven a estar en guerra. Las armas, teóricamente, están preparadas a uno y otro lado del paralelo 38, que establece la línea divisoria para empezar las hostilidades. Todo es un simulacro de la guerra fría por parte de la dictadura hereditaria de Pyongyang, incluso en el tipo de armas inservibles heredadas de la desaparecida Unión Soviética con que pretende alcanzar las bases estadounidenses. Pero no está de más recordar que incluso las escobas las carga el diablo.

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