lunes, 15 de abril de 2013

Alemania como chivo expiatorio


Alemania es la mala de la película. En el sur de Europa la criticamos mucho porque percibimos que nos impone rescates injustos. Sin embargo, estos rescates tampoco son muy populares en Alemania. Debido al complejo entramado de equilibrios institucionales en Alemania, la canciller Merkel dista mucho de ser la “fascista” que a veces frívolamente se le acusa ser. Al contrario, tiene que operar siguiendo a pie juntillas el sistema democrático alemán, y además tener en cuenta la opinión pública de su país, cada vez más euroescéptica, sobre todo en lo que respecta al euro. Por ello tiene que ganarse el visto bueno de los parlamentarios del Bundestag, rescate por rescate.
La facilidad con que Alemania y su canciller se han convertido en el chivo expiatorio de muchos europeos “del sur” esconde tres hechos clave: primero, que podemos aprender mucho de la cultura política y económica alemana; segundo, que Alemania no es tan intransigente con respecto al euro como se dice; y tercero, que culpando de todo a Alemania se eluden responsabilidades en los países del sur, que convendría depurar para poder pasar página.
Los que vilipendian a Alemania deberían preguntarse si hay algo que aprender de este país, cuyo renacimiento de entre las ascuas de la II Guerra Mundial ha sido espectacular. Para empezar, Alemania goza de una democracia robusta y de instituciones independientes —como el Bundestag, el Bundesbank y el Tribunal Constitucional— que garantizan el imperio de la ley y evitan la excesiva concentración de poderes. De hecho, la canciller ocupa el tercer puesto en la jerarquía del Estado, tras el presidente de la República y el presidente del Parlamento. La calidad de la democracia alemana se nota en la existencia de un rico debate público, inclusive sobre temas de relevancia europea. Por ejemplo, la cuestión del euro ha sido —y es— intensamente debatida entre la ciudadanía, con aportaciones de datos y argumentos. ¿Podemos decir seriamente que las sociedades del sur de Europa tienen la misma cultura política basada en instituciones fuertes y un debate público de alta calidad?
La calidad de la democracia alemana se nota en la existencia de un rico debate público
Lo mismo se podría decir de su economía. La República Federal, cuya economía languideció durante una década conforme digería el coste de la reunificación, supo revitalizarla gracias a una batería de reformas, a sus buenas relaciones industriales, a la cultura de la competencia (garantizada por una autoridad independiente, el Bundeskartellamt), a la priorización de la industria y al vigor de su sector exterior. Muchos países del sur podrían seguir su ejemplo. España ya lo hace en cierta medida, apostando por mejorar la formación profesional siguiendo el patrón alemán, y por reforzar las exportaciones.
En cuanto a las soluciones ofrecidas en el marco de la crisis del euro, las continuas críticas hacia Alemania nos impiden ver dos cosas. Primero, que los rescates, aunque imperfectos, han sacado las castañas del fuego a varios países. Segundo, que Alemania ha cedido en muchas de sus líneas rojas. El apoyo tácito del Ejecutivo alemán —incluso ante las quejas del Bundesbank— al plan de Mario Draghi de activar compras de bonos soberanos, el llamado programa de transacciones monetarias directas, es quizás el mejor ejemplo. El Tribunal Constitucional alemán también dio su visto bueno a la ratificación del MEDE, el fondo de rescate permanente, y además se entiende que el Gobierno alemán ha aceptado suavizar los objetivos de déficit para los países en apuros. En cuanto al reciente rescate de Chipre, poniendo de lado las complejidades de la toma de decisiones a nivel europeo, se ha tenido en cuenta la cuestión del riesgo moral que preocupa a los alemanes. En este caso, en parte por la particularidad del sistema financiero chipriota, Alemania no ha cedido y aunque existan mejores maneras de realizarbail-ins, se ha querido hacer partícipe a la banca.
Algunos han tachado a Berlín de imponer una nueva “hegemonía” germana en Europa. Pero resulta más plausible pensar que tras la política económica alemana existe, no un ansia de dominación financiera, sino una cultura de austeridad moderada, estabilidad de precios y escepticismo ante la deuda. Bien nos hubiera venido en España, endeudada hasta las cejas, este tipo de cultura financiera.
Finalmente, el creciente antigermanismo nos impide concentrarnos en depurar nuestras propias responsabilidades. Sin entrar en esencialismos históricos, varios estudios muestran que en el sur de Europa disponemos de menor capital social que las sociedades noreuropeas. Por tanto, la crisis del euro es una oportunidad para países como España para reinventarnos, fortalecer nuestra sociedad civil, despolitizar nuestras instituciones, reformar los partidos políticos, mejorar nuestro sistema educativo, revitalizar nuestra industria, fomentar la libre competencia, reducir trabas administrativas al emprendedor, asignar mejor nuestros limitados recursos, así como erradicar la especulación, el caciquismo, la oligarquía y el clientelismo sobre el cual se erigió nuestra burbuja inmobiliaria. Ello requiere, como primer paso, admitir nuestras propias responsabilidades antes de mirar la paja en el ojo ajeno.
El verdadero patriotismo no es denigrar a los que pueden ayudarnos
Esto no quiere decir que Alemania siempre tenga razón, que su política económica sea acertada o que su actuación en Europa no esté motivada por el interés nacional. Lo que quiere decir es que no podemos culparla de la debilidad de nuestro gasto en I+D, de las malas relaciones entre sindicatos y patronal o del hecho de que no haya una sola universidad española entre las 200 mejores del mundo.
No queda otro remedio que asumir responsabilidades y tomar medidas valientes para enderezar la situación. Es aquí donde el modelo alemán puede resultarnos útil. No hay nada de malo o vergonzoso en aprender de los demás. De hecho, ahí radica el éxito de China, otro país que se reinventó tras la catástrofe que supuso la Revolución Cultural. Deng Xiaoping no culpó a EE UU del desmadre maoísta; al contrario, se puso un sombrero de cowboy y se fue de gira al “imperio yanqui”. Nosotros podríamos hacer lo mismo con Alemania, porque el verdadero patriotismo es querer mejorar nuestro país, no denigrar a los que nos pueden ayudar.
Julio Arias es diplomático europeo y autor de Naranjas de la China: un español en Pekín.

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