martes, 9 de julio de 2013

Espiral reincidente

Los ministros de Finanzas del Eurogrupo cumplimentaron ayer ritualmente su papel en la reiterada espiral en la que se ven envueltos los países sometidos a rescate, particularmente Grecia. Ese reiterado guion consta de tres pasos. El primero es la constatación por parte de la troika del incumplimiento de las condiciones pactadas con el Gobierno intervenido. Le sigue el compromiso de este de compensar las tareas inconclusas, con otras medidas —ya recortes, ya reformas, ya ambas cosas— o con una modificación del calendario, al objeto de liberar el tramo pendiente de la ayuda comunitaria. Todo ello desemboca en un regateo entre la exigencia y la comprensión, una afinación de posturas y un acuerdo suficiente para ir desembolsando la transferencia necesaria, en este caso en pequeñas dosis.
Esta vez presionaba además a favor del acuerdo un factor que suele procurar parálisis o aplazamientos: la inminencia de las elecciones alemanas, en septiembre, y el consiguiente interés del Gobierno federal de llegar a ellas sin conflictos mayores.
Sea todo ello en pro de no estropear más aún la situación griega y la estabilidad del euro. Pero que nadie esconda la realidad subyacente a esta perversa secuencia: los países rescatados se ven sometidos a una presión tal que incentiva su tendencia a incumplir (Grecia) y/o provoca estallidos de los Gobiernos que asumen los recortes (Portugal, estos días).
Todo ello se conjuga con una grave incoherencia por el lado de quienes suministran las ayudas: mientras mantienen la austeridad exigida a los rescatados —si acaso con alivios esporádicos en su calendario—, concluyen cada vez más, como el FMI, en que la austeridad recabada no hace sino agravar los problemas.
Los socios del euro también bendijeron la marcha del rescate bancario español y dieron la bienvenida a la recomposición de la alianza de gobierno en Portugal, brindando por la continuidad de su fidelidad a la ortodoxia antidéficit. Una fidelidad tan extrema que tiene bastante que ver con la transición de la economía portuguesa desde el sempiterno estancamiento a la recesión sin horizontes de mejora.
Por eso la Comisión, que preside el portugués Durão Barroso, explora un segundo rescate de Lisboa, más suave en sus formas y con mayor potencia de fuego europea, al involucrar al BCE en compras de su deuda pública. Es una buena vía que, aunque ya tardía, todavía se hará esperar.

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