lunes, 6 de mayo de 2013

@marianorajoy


La idea de respeto suele sugerir reciprocidad. Es difícil respetar a quien te trata despectivamente. No ha habido respeto en el hecho de que, el día en que se anunció que el paro ha llegado al 27,19% de la población activa, fuera un portavoz de segunda fila del PP quien apareciera en las pantallas de televisión para asegurar que no debíamos “cegarnos” porque “la política económica da buenos resultados”.
Lo que realmente importa, sin embargo, no son los portavoces del PP, sino el presidente del Gobierno: es él quien lidera el partido a quien votaron hace un año y medio más de diez millones de ciudadanos y es él quien dirige hoy un Gobierno que representa a toda la sociedad. Es a él a quien hay que pedirle, y no a la oposición, por muchas críticas que merezca, que saque a este país del hoyo en el que se encuentra.
No se trata de que el presidente no esté gobernando. En absoluto. Seguramente, si mañana ocurriera una catástrofe natural, Rajoy se pondría al frente de la emergencia y aparecería en TVE explicando cuántos medios había puesto en marcha para paliar los efectos. De hecho, lo hizo cuando ocurrió el hundimiento del Prestige y él era vicepresidente. Apareció en televisión, concedió una decena de entrevistas y se sometió a las preguntas de los periodistas. Incluso sufrió sin alarmarse un escrache (entonces no se llamaba así) ante su domicilio en Pontevedra.
Mariano Rajoy dirige hoy la política económica y las relaciones con la Unión Europea y es el responsable también de la situación política y social. Pero rehúsa comparecer en conferencias de prensa (con preguntas) para explicar qué medios ha puesto en marcha para hacer frente a la catástrofe del paro, qué resultados se obtienen, qué modificaciones piensa incorporar y qué futuro ofrece a este país.
Rajoy cree que no ha contraído ninguna responsabilidad en ese plano, fuera de los debates formales sobre el estado de la nación y unas ridículas comparecencias parlamentarias en las que contesta durante unos minutos con menudencias, como si se tratara de repartir chucherías a la oposición.
Esta semana, finalmente, el presidente acudirá al Congreso, a un pleno monográfico y extraordinario. Acude de forma voluntaria, pero hubiera sido realmente inconcebible seguir ignorando al Parlamento cuando ha enviado a Bruselas un Plan de Estabilidad en el que reconoce sin tapujos que acabará esta legislatura con una tasa de desempleo aproximadamente tres puntos por encima de la que recibió en 2011.
La cuestión ahora es: ¿qué hará el presidente? Hace solo un mes, en una de esas absurdas sesiones de control del Congreso, anunció que la economía estaba a punto de crecer y crear empleo. ¿Respetará esta vez a los ciudadanos, ofrecerá una información completa? ¿Dará datos razonados sobre los nuevos recortes previstos? ¿Asumirá el liderazgo para anunciar un cambio de política que permita hacer frente a la realidad?
Nadie le pide que renuncie al control del déficit, necesario en cualquier caso. Pero una cosa es mantener esa filosofía y otra supeditar el futuro del país a una idea. ¿Cómo piensa el presidente hacer compatible el control de déficit con políticas de estímulo que permitan centrar todas las fuerzas en el objetivo esencial: lograr revertir esas terribles cifras del paro? Con pacto político, o sin él, ¿piensa renunciar a llegar a 2015 con menos desempleo que en 2011?
La segunda pregunta es: ¿qué puede hacer la ciudadanía si el presidente sale del Congreso sin asumir responsabilidades y sin anunciar un cambio de política? ¿Qué puede hacer si el presidente, al ignorar a los ciudadanos, les falta al respeto y se limita a hablar de herencias?
Lo primero, no perderse el respeto ella misma. Protestar. Exigir que el presidente cambie esa actitud. Y hacerlo utilizando todos los sistemas legales de que disponga, los antiguos, como la calle o los medios de comunicación, y los modernos, como Twitter (@marianorajoy). No dar ella también por perdido el objetivo esencial de cambiar la curva del desempleo, porque no es cierto que no exista más que resignación, paciencia y mansedumbre.

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