lunes, 29 de octubre de 2012

El salvavidas de los bancos

Creo que era El Roto quien ironizaba hace unos días acerca de que el nombre de banco malo era una denominación equivocada, porque no está claro que el resto sean buenos. El informe de la Comisión Nacional de la Competencia que se acaba de dar a conocer revela que la banca acaparó el 99,59% de las ayudas de 2010 destinadas a superar la crisis económica. Dicho de un modo más inteligible: cada ciudadano de este país aportó casi 2.000 euros para la recuperación de las entidades bancarias. La cuantía de esta ayuda equivale al 8% del PIB, lo que supuso uno de los mayores esfuerzos llevados a cabo por un país de la eurozona para sanear su banca. Algo que el propio Alfredo Pérez Rubalcaba, que era vicepresidente del Gobierno que las estableció, calificó de estéril, pues la gestión de la burbuja inmobiliaria fue poco menos que un fiasco. El que se suponía que era "el mejor sistema financiero del mundo", según Zapatero, demostró ser una caricatura irreconocible un año después.

No todos los bancos son iguales, ni han salido igual de tocados después de esta crisis. Pero es indudable que nos deben su agradecimiento por soberano esfuerzo colectivo. Sin embargo, esta misma semana el sector anunciaba nuevos incrementos en las comisiones por los servicios que suministra, sin entender que nos deben una. La malas prácticas de algunos bancos y cajas en estos últimos años han salido poco menos que gratis, como lo demuestra que sólo en casos especialmente escandalosos se han exigido responsabilidades, mientras el riego de millones a los bancos con problemas que va a conceder el Banco Central Europeo cargará de nuevo en la deuda de España, que, hasta que no se demuestre lo contrario, somos todos.

Será difícil que los ciudadanos recuperen la confianza en un sector que se saltó todas las normas de la ecuanimidad, la honestidad y el buen gobierno con las llamadas preferentes, que han arruinado el ahorro de centenares de miles de familias que se habían fiado de los consejos de los empleados de las sucursales, que no advirtieron de los riesgos de estos productos. Algunos bancos han empezado a cambiar no sólo el argumentario de su publicidad, sino incluso la relación con sus impositores a fin de demostrar acto de contrición y voluntad de cambio. E incluso se da el caso de entidades que están buscando fórmulas aceptables para compensar a los perjudicados. Cada vez más la banca necesita acudir al discurso de los valores al lado de las bondades de sus ofertas.

No será fácil volver al punto de partida, como si nada hubiera ocurrido. De momento, nos merecemos que cuando entremos en nuestro banco nos canten poco menos que el Magníficat o, como exigía Richard Gere en una tienda de Rodeo Drive en Pretty Woman después de que hubieran maltratado a Julia Roberts, ha llegado el momento que nos hagan la pelota.

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