viernes, 26 de octubre de 2012

Cuidado, aviones

Es la guerra? Aviones caza sobrevuelan comarcas catalanas y algunos alcaldes se sobresaltan, según reveló este diario. Un eurodiputado habló de mandar a Catalunya a un general de la Guardia Civil y excitó al personal. El señor Puig afirma que los Mossos defenderán a la Generalitat e ilustres plumas ven la creación de un ejército defensivo catalán. Un par de militares que no hablan en nombre de nadie dijeron no sé qué de sofocar la rebelión independentista y nadie les hizo caso, como es natural; pero otros eurodiputados piden protección de Europa porque atisban la llegada de los carros de combate dispuestos a disparar contra todo lo que se mueva en dirección secesionista. 

¡Jesús, Jesús, qué cosas hay que leer en este tiempo! Ya sólo faltaba que Rajoy revelara los términos de su conversación con Artur Mas ("atente a las consecuencias") y un guionista mediano de serial televisivo tendría el argumento completo: Artur Mas amenaza, Rajoy responde con las Fuerzas Armadas, Guardia Civil incluida. Un documentalista pondría imágenes de los históricos bombardeos de Barcelona. Un buen agitador asomaría a un balcón municipal a pedir a los vecinos que hagan acopio de víveres, porque el asedio puede ser largo, ya que la resistencia debe ser heroica. Y las más distinguidas plumas del país arengarían a sus lectores a levantarse contra la invasión española.

¿Les parece una barbaridad? Claro que lo es. Y de las peores. Y de las más enloquecidas. Pero es una barbaridad que puede calar en sectores de opinión, porque en este tiempo de agresiones todo es posible. Incluso el imaginar que unas maniobras militares han sido programadas con la intención de acallar el debate soberanista. Empiezo a pensar que estamos a un minuto del desbarre general. Y en el desbarre, el rey de la fiesta es quien dice la frase más contundente o hace la afirmación más increíble. En este lenguaje militar, parece que alguien -insisto, de un lado y otro- ha encontrado el lenguaje para acongojar bien acongojado al personal. Y en una política como la de este país, la barbaridad es rentable: provoca emociones, presenta al adversario como enemigo armado y agresivo y reafirma la propia identidad. La española, cuando se pone en la diana al señor Puig; la catalana, cuando se le da importancia a un par de soldados sin mando en tropa ni control de presupuesto. 

Discúlpenme si ven algo de frivolidad en estas líneas, pero la distancia entre lo sublime y lo ridículo es mínima. La reclamación del derecho a decidir tiene grandeza y grandeza histórica, cualquiera que sea el resultado final. Algunas actitudes de acompañamiento ya rozan el ridículo por su frivolidad o, si ustedes lo prefieren, por su inocente hipersensibilidad. Ni al más osado centralista se le ocurre pensar en la intervención militar, ni el más convencido soberanista cree en serio que se pueda plantear.

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