martes, 7 de enero de 2014

El espejo griego

Grecia ha asumido la presidencia de la Unión Europea (UE) hasta el mes de julio. Aunque no es la primera vez que un país intervenido desempeña ese papel (Irlanda fue presidenta de la UE en el primer semestre del año pasado), es una paradoja que ahora le corresponda el turno a Grecia, el país que más ha sufrido las consecuencias de la gestión de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) desde que fue intervenido por primera vez, hace tres años y medio. Y el país que más se ha degradado.
Los resultados de la política económica impuesta son conocidos: 21 trimestres seguidos de brutal recesión (desde mucho antes de los acontecimientos descritos), una tasa de paro superior incluso a la española, de más del 27% de la población activa (y 52% entre los menores de 24 años), casi el 40% de los griegos en situación de pobreza y exclusión, 350.000 hogares sin luz por impago de las facturas, más del 30% de la población sin acceso a la sanidad pública (entre otras razones, por haber tenido que dejar de cotizar o haber rebasado el periodo de subsidio de desempleo), etcétera. Recuérdese que Grecia no pertenece al Tercer Mundo, sino que es un país europeo del club del euro, que organizó hace poco unos Juegos Olímpicos por los que se ganó el reconocimiento internacional y que ha sido pieza clave de la UE en los conflictivos Balcanes.
Uno de los miembros de la troika, el FMI, a través de un estudio de dos de sus principales economistas (Olivier Blanchard y Daniel Leigh), reconoció su “error” al valorar tenuemente los efectos de las medidas implantadas en Grecia en la contracción de su PIB, con consecuencias desastrosas (el “error” ha sido aún superior en otro país intervenido como Portugal). Pero ello no ha significado un cambio en la política económica, como parecería de sentido común.
Ahora la presidencia de la UE puede servir para situar a los responsables ante su acción: el mundo puede ver, en primera instancia, lo que ha ocurrido en Grecia en los últimos años. Por ejemplo, lo que está pasando con el incremento del impuesto sobre el gasóleo, al que obligó la troika: el consumo de este producto se desplomó y muchos griegos están pasando el invierno sin calefacción central. Los bosques situados en el entorno de las zonas urbanas han sufrido un impacto enorme, puesto que se vieron invadidos por personas desesperadas en busca de madera con la que proporcionar calor a sus familias, y las condiciones atmosféricas en las ciudades se han deteriorado con rapidez, dado que ha habido quienes quemaron todo lo que encontraron a mano para calentarse. El análisis coste-beneficio de la medida está en entredicho: lo que se recauda por este aumento del impuesto es mucho menos que lo que se pierde. Pero la medida es ejemplar en ese mecanismo del dolor que se ha puesto en marcha como castigo, y que ha generado tanto sufrimiento (El síntoma griego, de Badiou, Rancière y otros. Editorial Errata Naturae).

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