jueves, 1 de agosto de 2013

La gasolinera

En la persecución y caza del exministro José Blanco parecía haber una estrategia que incluía, al final de todo, cuando ya el Tribunal Supremo le levantó las sospechas, la reasunción de los fundamentos de aquella inquina. En última instancia, deliberado ya el asunto hasta su conclusión procesal favorable al implicado, han regresado los guiños: “Ah, ¿y de la gasolinera qué?”.
Porque cuando ya lo habían retratado en piscinas turbias, acompañado de relaciones peligrosas, cuando ya se había establecido que él era tan oscuro como aquellos que supuestamente se habían asociado con él, algunos medios habían conducido a los jueces y a la opinión pública a fijarse en un detalle que en ese momento parecía fijo y concluyente: el exministro, entonces aún en funciones de su cargo, se había reunido en una gasolinera gallega con el extorsionador implicado en el caso. Si se encontró en una gasolinera, parecían decir, ya se sabe qué pudo haber pasado.
No sirvió de nada que en Galicia explicaran que es muy habitual que allí la gente se cite en las zonas de servicio de las gasolineras, pues allí es más práctico el encuentro entre personas que se tienen que desplazar de lugares limítrofes pero lejanos. Las distancias entre pueblo y pueblo, entre ciudades, aconsejan a muchos a citarse en esos lugares; el ministro fue allí como muchos gallegos cuyos encuentros no son señalados con el dedo como si las gasolineras mancharan por sí mismas, incluso a la luz del día.
Lo que ocurrió con este caso, no solo fue ignorar adrede los tiempos procesales, sino provocarlos.
Ahora que ya pasó el trago y estaba más relajado, Blanco dijo en una entrevista que si se hubiera encontrado en un hotel de cinco estrellas seguramente no se habría armado ese guirigay. Ah, la gasolinera. Una vez salvado, desde el Tribunal Supremo, el honor del exministro, esa pregunta ha surgido otra vez: ¿qué hay de la gasolinera?. Miquel Roca, el abogado que fue padre de la Constitución, escribió el último martes en La Vanguardia un suelto muy instructivo al respecto. “La justicia no existe hasta que ha pronunciado la última palabra. No esperarla”, añadía el jurista, “es lo mismo que no respetarla”. Lo que ocurrió en este caso, con piscinas, gasolineras y otros ingredientes, no solo fue ignorar adrede los tiempos procesales, sino provocarlos. “Es una forma”, como dice Roca, “de presionar y de forzar la decisión de los jueces, para crear un clima que dificulte su acción objetiva e independiente”.
Ese clima parte siempre de un detalle, sea cierto o no. Y a partir de ese detalle, en este caso la gasolinera, que es como el macguffin de Hitchcock, se amplía la trama. El detalle se presenta como perturbador, incriminatorio. Y se muestra como prueba incontrovertible, antes de que la analicen los jueces. Pasa con la SGAE, y con Teddy Bautista sobre todo: la sociedad de autores de su época desmintió que cobrara derechos por el concierto benéfico de Lorca, y en Lorca lo desmintieron también. Pero el desmentido no surtió efecto y aún hoy esa sombra gravita como una realidad que alimenta cualquier guiño. Y gravitará cuando ya sea cosa del pasado la cosa juzgada. Será el macguffin de esta historia, como la gasolinera de Blanco. En el caso del exministro, afirma Roca, “ahora los acusadores callan (…); no estaban preparados para aceptar la razón de la justicia”. Pero les queda el guiño de la gasolinera. Y manchan, siguen manchando.

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