lunes, 12 de agosto de 2013

El arte de comparecer

Los políticos hablaban hasta hace poco ante los periodistas en rueda de prensa. Ahora comparecen. Comparecen en un accidente ferroviario, comparecen ante el Congreso, comparecen en el juzgado… Comparecen con preguntas o sin ellas. Pero comparecen.
José Antonio Griñán sí que las admitió el 24 de julio, al presentarse así ante los informadores: “Comparezco ante ustedes para explicarles que renunciaré a la presidencia de la Junta de Andalucía”. Y el hecho de que unas veces se admitan las preguntas y otras no, sirve además para que el sustantivo “comparecencia” y el verbo “comparecer” no se vean dañados por connotación peyorativa alguna.
En el verano de 1975, un redactor de La Voz de Castilla escribió una broma bajo una foto que retrataba al entonces gobernador civil de Burgos, Jesús Gay Ruidíaz, al salir del coche oficial para supervisar las tareas de los bomberos que luchaban contra el fuego en un monte cercano a Oña (donde ardieron 600 hectáreas). El texto del pie decía: “El gobernador civil llega a la inauguración del incendio”. Entonces no se comparecía, pero se inauguraba mucho. La broma no llegó a imprimirse, claro.
El Diccionario definía en 1729 la comparecencia como el acto de presentarse ante el juez
La presencia pública de los altos cargos de ahora recuerda algo a todo aquello, porque el mérito no reside en lo que puedan explicar, sino en el mero hecho de comparecer. Tras la tragedia del tren de Santiago, hubo mucha comparecencia de políticos, que observaron en la misma vía férrea las consecuencias del accidente. Mucha comparecencia y pocas explicaciones. Y llama la atención este cambio en el viejo verbo “comparecer”, antes estrictamente jurídico y ahora polivalente y manejable a gusto del compareciente.
El primer Diccionario académico definía así, en 1729, la voz “comparecencia”: “El acto de comparecer y presentarse uno ante un juez o superior, en cumplimiento del orden que se le ha intimado”. Y similar sentido se daba al verbo “comparecer”. Lejos de diluirse ese barniz legal, fue reforzándose. Así, en 1956 “comparecer” sigue circunscrito al terreno jurídico pero con un matiz adicional importante: se comparece en virtud de un llamamiento.
El Diccionario de 1992 mantiene el uso de “comparecencia” reducido al campo del derecho, si bien añade al verbo “comparecer” la innovadora acepción de “aparecer inopinadamente”, quizás por influencia del inglés to appear, que significa tanto aparecer como comparecer; y que persiste en la vigente edición de 2001 (en la que desaparece por tanto el matiz de que para comparecer hace falta ser convocado). En esa última edición se añade asimismo en “comparecencia” una acepción con el adjetivo “parlamentaria”: “Presentación del Gobierno, de sus miembros, así como de otros cargos, ante los órganos parlamentarios a efectos de informe y debate”.
El corpus académico del español desde los orígenes del idioma hasta el año 1975, que recoge miles de obras literarias y de documentos escritos, y que consta de 250 millones de registros, anota 226 usos de “comparecencia”. Todos se refieren al ámbito del derecho, o al menos a una cierta formalidad legal.
En el corpus del español actual (desde 1975), con 160 millones de registros, el 83% de los 1.712 casos (según la propia estadística del banco de datos) corresponde a “prosa jurídica”, lo que no excluye que en los restantes se use también en un contexto relativo a los juzgados o al Parlamento.
Como consecuencia de todo ello, la voz “comparecencia” en el actual Diccionario ofrece cuatro acepciones, todas con la marca “Derecho”: “Acción y efecto” de comparecer, y “personación” o “audiencia” en un proceso, además de la ya referida “comparecencia parlamentaria”.
Vemos por tanto la evolución experimentada: En un principio, “comparecencia” y “comparecer” se aplicaban a quien acude ante el juez o ante un superior al que se rinden cuentas; más tarde se añadió el Parlamento, y siempre se comparecía después de ser convocado o llamado.
En el último tramo de este trayecto semántico, a los dos poderes anteriores (judicial y legislativo) se ha incorporado otro, “el cuarto poder”: la prensa. Pero no se comparece ya por iniciativa ajena. Así como el juez y el Parlamento convocan, los periodistas son convocados. El compareciente no es llamado, sino que llama. A su voluntad y a su antojo.
Ahora el compareciente no es convocado por otro, sino que convoca él a su antojo y voluntad
Dentro de la misma maniobra, la expresión “rueda de prensa” se va arrinconando para dejar paso a esta “comparecencia” voluntaria. El compareciente, además, suele explicarse de pie, con tribuna o atril, en posición superior. No con la cabeza a similar o inferior altura como sucedería en el juzgado. Para eso es un alto cargo, para estar en alto.
He ahí el remate en la transformación interesada de la palabra, que ahora ocupa íntegramente el espacio —tanto jurídico como general— que antes correspondía a “personarse”. En un principio, comparecía un ciudadano ante un juez que le convocaba y le interrogaba. Y ahora puede comparecer una autoridad ante quien ella decida, sin convocatoria de nadie y acaso sin contestar preguntas, como en las inauguraciones de antaño. Sin embargo, “comparecencia” y “comparecer” guardan el viejo prestigio de la formalidad y la rendición de cuentas. Jugada redonda.

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