martes, 27 de agosto de 2013

Elogio del tópico

La opulencia social y económica es elegantemente displicente con los tópicos: nos sobra tanto de todo que los deploramos con el gesto altivo y deportivo de quien tiene mucho de mucho. Pero la opulencia económica y social se ha acabado y no he podido evitar acordarme de Manuel Vázquez Montalbán. Peor aún: no he podido evitar acordarme de algunos de sus tópicos fetiches, sus fósiles verbales, sus latiguillos ideológicos malsanamente repetidos una y otra vez. E increíblemente, con lo mucho que lamentamos tantos sus tantos tópicos, he echado de menos a alguien cuya sobrecarga de tópicos hoy tendría un aire oxigenante y una frescura insólita, retadora.
Uno de los que más le gustaban era que veces es necesario luchar por lo evidente. En su último artículo, Jürgen Habermas describía con libertad la cicatería política de Angela Merkel en relación con la Europa de los pobres (o más pobres que Alemania) y en el fondo en relación con Alemania misma como nación de ciudadanos. No sé si tiene razón, la verdad, pero el argumento sonaba muy bien: reclamaba el regreso a un programa político más justo y respetuoso con los ciudadanos de Europa y menos súbdito de los intereses del partido en el poder en Alemania, y lo hacía apelando a una situación de emergencia social, evidentísima, como mínimo, fuera de Alemania.
Pero suscribía la prevención que todo heredero activo del pensamiento ilustrado asume sin vacilar. Él se alegra, y nos alegramos los demás, de “vivir desde 1945 en un país que no necesita héroes”. La ilustración repudia los héroes, y nosotros también. De hecho, podemos alegrarnos de algunas otras cosas, como nos alegramos de vivir desde hace más de 70 años (y algunos solo la mitad) en Estados que entendieron que la socialdemocracia era una victoria relativa y muy poco heroica, sí, pero insustituible (además de heroica). Atenuaba en algunos casos, o desarbolaba en otros, las diferencias económicas y educativas, sociales y laborales heredadas.

Ser ciudadano europeo todavía significa vivir protegido como ningún otro ciudadano
Aunque el ascensor social funcione mejor que nunca en cualquier país europeo, sigue siendo verdad inconcusa que la posición económica asociada genética y culturalmente a la familia nativa es determinante como ninguna otra, en términos estadísticos, para prefigurar la calidad de vida que le espera a un ciudadano de Europa, haga la vida que haga y se dedique a lo que se dedique. Las clases sociales no han desaparecido ni cabe prever que vayan a desaparecer, tanto si la lucha de clases ha desaparecido como si no.
Ser ciudadano europeo todavía significa vivir protegido como ningún otro ciudadano de la historia de los avatares imprevisibles de las sociedades y los poderes económicos, las guerras, los odios tribales y nacionales y el puro azar. El Estado es una institución pensada precisamente para garantizar formas de estabilidad social a través de la continuidad histórica. La primera vía de acceso a la felicidad normal es la capacidad de prever y confiar en un futuro rutinario y no incierto o esclavo de la pura fortuna. Por eso la ausencia de héroes es una bendición de la modernidad (y de la posmodernidad).
Pero el artículo de Habermas dice otra cosa más. Aunque los individuos no hacen la historia, al menos no en circunstancias normales, “hay situaciones extraordinarias en las que la capacidad perceptiva y la fantasía, el valor y la disposición a asumir responsabilidades de los individuos marcan la diferencia en el curso de los acontecimientos”. Ya sé que es evidente, pero a veces da gusto repetir lo evidente para salir de la nube narcótica de impotencia y resignación. La socialdemocracia nació para mitigar sin rupturas ni traumatismos sociales la evidencia asumida desde el marxismo, sin que sea necesario ser marxista, de las desigualdades profundas en las que nacen los sujetos.

Nada de héroes: ideólogos, e ideólogos
sin miedo a la palabra
Y esa es una diferencia de clase en el sentido duro, fuerte, de la palabra. La socialdemocracia ha perdido empuje y convicción en buena parte por ser víctima de la misma opulencia que hoy se volatiliza a marchas forzadas en los países no sé si latinos o mediterráneos, pero desde luego más pobres. Hoy parece noqueada por la evidencia del fin del sueño conquistado y casi parece dudar de la misma conquista de aquel sueño, que fue un Estado de bienestar capaz de contener a los poderes económicos y de clase.
Las clases existen, y existen de forma hoy, de nuevo, violenta, coercitiva, restrictiva y por tanto hoy de nuevo el Estado es la única y mejor garantía de contención de la desigualdad de la naturaleza (en la cual incluyo como predador mayor al propio hombre, como es natural). Nada de héroes: ideólogos, e ideólogos sin miedo a la palabra ni a la asociación turbia y derogatoria que se han ganado a pulso a lo largo del siglo XX. El ideólogo no es necesaria y fatalmente un villano incendiario ni un enloquecido dogmático y despótico, sino alguien que aporta análisis de fondo a problemas de fondo y respuestas de forma a problemas de forma. Y el escarmiento salvaje del siglo XX aporta lo suyo, por fortuna, que es no estar demasiado seguro ni de sus respuestas ni de sus preguntas, pero a cambio de que no se las calle por vergüenza, por conveniencia o por faltar al buen tono del-fin-de-las-ideologías.
La socialdemocracia tiene respuestas clásicas a problemas clásicos, y elevar a categoría de clásica una respuesta y una pregunta no es hacerlas ineficientes o rancias, sino todo lo contrario: es hacerlas vivas y actuales para otros tiempos y otras gentes. Contra la mala conciencia de los tópicos, albricias, volvamos a los tópicos y uno rotundo: el Estado como institución equilibradora es el instrumento más poderoso de los pobres de nacimiento y desde el nacimiento frente al uso del Estado como explotación intensiva de los ricos de nacimiento y desde el nacimiento. No todos ni en todos los casos, desde luego, pero eso ya escapa al tópico y, de momento, por mi parte, me basta con el tontísimo tópico de que sí, existen las derechas y las izquierdas.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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