miércoles, 7 de agosto de 2013

Incendios, ¿tenemos respuestas?

En mi infancia oía una sentencia de la sabiduría popular campesina que me llamaba la atención: “Los incendios se apagan en invierno”. Como todos los años, vivimos el azote destructivo del fuego. Todos los países de la cuenca mediterránea los padecen, y nosotros, los de la península Ibérica, de manera más grave.
 Históricamente era un método de cultivo, para ganar espacio de pastoreo o de siembra. Aún quedan resquicios de eso. Hoy el abandono del medio rural provoca que el matorral y otras especies arbustivas colonicen antiguos espacios cultivados en medio del bosque, facilitando el combustible en las áreas que antes constituían barreras naturales frente al avance del fuego.
Junto a este abandono de las gentes que vivían en el campo y del campo, sufrimos el fenómeno del calentamiento global, que genera las condiciones ambientales para la propagación de los incendios. Temperaturas muy elevadas, baja humedad relativa y fuertes vientos hacen que el combustible existente en nuestros montes, muy abundante y seco —que no se limpió en invierno—, se convierta en una auténtica bomba que, cuando se llega tarde, es casi imposible parar. Pero ni la gente va a volver al campo para instalarse y recuperar viejos espacios para la agricultura y el pastoreo ni el calentamiento global tiene visos de parar.
Ante este panorama, limitados económicamente por la crisis, tenemos la obligación de actuar, intentando reducir los efectos del fuego y enfrentando el fenómeno con los medios más operativos a nuestro alcance.
Lo primero que habría que hacer es ordenar y gestionar adecuadamente nuestros espacios forestales, sustituyendo los efectos de la antigua presencia humana por actuaciones silvícolas destinadas a reducir y fragmentar el combustible existente. Y además, explotar de manera sostenible los productos forestales que obtengamos de esta forma de gestión. El monte puede ser rentable si se gestiona bien, puede crear y mantener puestos de trabajo de manera estable, y diseñada su ordenación con inteligencia, podemos reducir los incendios y, sobre todo, acabar con las grandes superficies arrasadas por las llamas.
El objetivo prioritario es hacer, de manera natural, que nuestros bosques sean mucho más resistentes al fuego de lo que en la actualidad son. Y para eso hay que aprovechar sus posibilidades productivas de manera sostenible, con criterios conservacionistas racionales. Productos típicamente forestales, tradicionalmente aprovechados, como la madera, los derivados de la apicultura, setas, caza, pesca y turismo de naturaleza siguen siendo atractivos económicamente.
Y tenemos que incorporar el que probablemente sirva para asegurar una rentabilidad permanente, la biomasa, aprovechable para la producción energética, ayudando a la inversión más que con subvención permanente. Hay millones de toneladas de biomasa en nuestros montes, justo las que incrementan, por su falta de aprovechamiento, el riesgo de incendios devastadores. Si, en lugar de quemarse en el monte poniendo en peligro patrimonios y vidas, se utilizan para la producción de energía eléctrica, tendremos una solución donde antes había un grave problema.
Ambas cosas —ordenación y aprovechamiento de la masa forestal y utilización de la biomasa como energía— pueden crear y mantener muchísimos puestos de trabajo y serán determinantes para evitar los grandes incendios. Su explotación sostenible es rentable, evitando, por tanto, que las Administraciones Públicas tengan que destinar anualmente ingentes cantidades de dinero para la gestión forestal, que se debería financiar con su propia rentabilidad. Hay mercado para la biomasa e inversores dispuestos a ponerla en valor.
Esta política forestal puede disminuir sensiblemente la amenaza, pero no acabará con ella. Son instrumentos de prevención y explotación racional que harán que el monte sea tan resistente al fuego, o más, como lo era cuando estaba habitado. Además, necesitamos incorporar una respuesta tecnológica y adoptar algunas modificaciones normativas.
La innovación tecnológica ha avanzado mucho en nuestro país en las últimas décadas y hoy disponemos de herramientas que pueden ayudarnos con gran eficacia a enfrentar la lucha contra el fuego.
La utilización de equipos de alta tecnología aplicada a la detección de incendios y la simulación de su evolución sobre el territorio pueden contribuir a localizar, en tiempo real, el inicio de cada incendio y prever, según las condiciones climáticas y ambientales, lo que el incendio hará en las horas siguientes. Así sabremos desde el primer momento a qué nos enfrentamos y cómo y dónde podemos hacerle frente de manera eficaz.
Como saben los que tienen responsabilidad en la lucha contra el fuego, la rapidez en atacarlo es fundamental. Las estadísticas demuestran que si llegamos a un incendio en la primera media hora desde su inicio, aun en las peores condiciones climáticas y ambientales, la superficie final quemada no superará las 20 ó 30 hectáreas. Y cada minuto que reduzcamos a esa primera media hora disminuirá la superficie final quemada a la mitad. Sin embargo, cada minuto en que superemos ese índice multiplicará por dos la superficie final quemada, con una dramática progresión geométrica.
Por eso los sistemas de detección son cruciales. Hay que vigilar todo el territorio de manera automática y permanente, de día y de noche. Y los equipos que vigilan tienen que tener capacidad de analizar toda la superficie forestal que esté en riesgo, sean cuales sean las condiciones ambientales. Por tanto, las torres de vigilancia deben contar con sistemas de detección térmica, detección de humo y cámaras de visión diurna y nocturna de largo alcance enlazados. Funcionarán barriendo todo el territorio sobre el que operan de manera permanente, grabando imágenes y transmitiéndolas, en tiempo real y con referencia geográfica exacta, a los centros operativos regionales. Con esta tecnología se detectará inmediatamente el inicio del fuego, sabremos dónde está y estaremos en condiciones de movilizar los medios de pronto ataque distribuidos estratégicamente por todo el territorio forestal considerado de alto riesgo.
El funcionamiento de los medios de pronto ataque debe ser el despacho automático. El sistema, que incluirá un software diseñado al efecto, alerta en cuanto detecta el incendio, sabe dónde están los medios operativos más próximos y ordena su salida inmediata, sin más comprobaciones. Si hay una alerta de incendio, lo más probable es que sea un incendio. Y si es verano, hay altas temperaturas y está próximo, o en medio del monte, lo lógico es que requiera atención inmediata para evitar que se convierta en un problema serio. Por tanto, no es necesario que ninguna autoridad valore y decida si los medios de pronto ataque tienen que salir. Deberán hacerlo de forma automática, porque más vale una falsa alarma que un incendio incipiente que en pocas horas pueda convertirse en un gran incendio imposible de parar.
Para cerrar el círculo de capacidades tecnológicas contra el fuego, los centros operativos regionales deben contar con un instrumento de gestión y simulación de incendios que incorpore los datos reales de temperatura, humedad, viento, combustible existente, orografía, red de caminos, puntos de agua y lugares habitados por personas, como mínimo. Así es posible anticipar la evolución del incendio en las siguientes horas, decidir por dónde y cuándo hacerle frente con garantías de éxito. Y, por supuesto, decidir evacuaciones necesarias en viviendas y cuánto tiempo tenemos para realizarlas.
Por último, habría que modernizar el equipamiento y actualizar la normativa para los medios aéreos que se utilizan en esta lucha contra el fuego. A estas alturas es inaudito que no puedan volar de noche, cuando la tecnología hace tiempo que resolvió ese problema. Es justo de noche cuando la temperatura es más baja, la humedad más alta y suele amainar el viento. Es decir, cuando es más fácil combatir el fuego es cuando menos capacidad de atacarlo tenemos por no poder contar con los medios aéreos.
Por eso vemos que cada amanecer nos informan de un próximo control del incendio de turno y cuando avanza el día la esperanza se desvanece en cuanto temperatura, viento y humedad vuelven a sus parámetros normales en esta época del año.
Hay respuestas contra el fuego. Ordenar el monte, gestionarlo, aprovecharlo de manera sostenible y aplicar los medios tecnológicos que tenemos cubren la fase preventiva y la de lucha eficaz contra este azote destructivo que padecemos.fuenteshttp://elpais.com/elpais/2013/08/02/opinion/1375466576_620394.html

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