sábado, 7 de febrero de 2015

La ilusión callejera

Incluso para quienes nunca o casi nunca hemos votado a los socialistas, su debilidad actual es una mala noticia, su actitud a la defensiva un mal augurio e incluso su nerviosismo episódico un angustioso indicio. Pero nada es demasiado sorprendente desde hace unos meses, o desde las elecciones europeas. Lo que pudo haber quedado sólo como etapa grogui del socialismo, ahora tiene otro diagnóstico o incluso otro pronóstico. Lo que hace un tiempo podía parecer etapa en barbecho para rehacerse, ahora puede leerse como tiempo perdido y quizá incluso como error político de gravedad.
Cuando los socialistas escogieron a su secretario general y optaron por Alfredo Pérez Rubalcaba contra Carme Chacón, en febrero de 2012, lo hicieron por un margen muy pequeño y después de un tira y afloja probablemente durísimo. El observador que pensase en el futuro de la izquierda sentía entonces que Carme Chacón encarnaba algo parecido a un impulso testimonial o difuso, primero, pero quizá después real y potente de revitalización de constantes vitales hundidas, moralmente, políticamente, parlamentariamente.
Sí, por supuesto que se trataba de un ejemplo de camaleonismo político lo que intentaba hacer Chacón, porque liderar la izquierda socialista renovada después de haber gobernado como socialista parecía un contrasentido. Pero no había contradicción alguna ante el significado de preferir a Pérez Rubalcaba. Es probable que la vieja guardia de votantes del PSOE, buena parte de sus cuadros e incluso los meros simpatizantes identificasen en él la continuidad de la solvencia profesional. Incluso el PP prefería a Rubalcaba, lo cual es una pista por definición peligrosa.
Hace ya tiempo de eso, pero no una era geológica, como podría parecer. Puede que alguna parte del sonambulismo actual de PSOE nazca de aquella decisión, o a menudo me lo ha parecido. “El vértigo pudo más que el deseo de cambio”, tituló entonces el diario Público, un 5 de febrero de 2012. Tres años después tiene algo de agorera premonición sobre un aplazamiento equivocado o un paso atrás de los socialistas mal decidido. Los miedos que pudieron frenar aquel tímido relevo en favor de Chacón hoy se revelan monstruosidades incontenibles, pero entonces ya estaban latiendo, los avisos llegaban por todos lados, la evidencia de una desmovilización también y hasta era flagrante la nebulosa tangible de un algo-hay-que-hacer.
La tendencia a infravalorar a la ciudadanía es propia de regímenes autoritarios y democracias débiles
Y lo hicieron, desde luego, pero lo hicieron otros. Y quizá entre los que lo han hecho estén algunos que confiaron en un relanzamiento de los socialistas tras pasar por la UVI en que los metió la mayoría absoluta del PP en noviembre de 2011. La lección había sido dura y directa. El PSOE necesitaba escapar como fuese y sin cálculos de la inercia para frenar una caída estruendosísima. Pero aún no tenía en frente un enemigo real. Tenía, a su izquierda, un crecimiento significativo pero no intimidatorio de IU, tenía alternativas testimoniales, pero no tenía lo que hoy tiene: una movilización ciudadana que sin moverse de su casa siente que el tiempo del PSOE ha dejado de ser el tiempo de hoy, aunque no necesariamente de mañana.
La tendencia a infravalorar a la ciudadanía es propia de regímenes autoritarios y democracias débiles; tienden a creer que los mensajes volátiles y los eslóganes funcionan solos y la ciudadanía vota lo que uno quiere que vote con las armas del marketing y la publicidad. Pero esta democracia ya empieza a mostrar signos de una madurez insólita, que es lo mismo que sucedió en la insólita madurez de entregar diez millones de votos a los socialistas en 1982. Para muchos fue el principio del infierno, y es normal, pero para la mayoría de los ciudadanos significó la consagración de una democracia real y por fin desde la izquierda, por muy dulcificada que esa izquierda fuese en relación a sus años de formación marxista y antifranquista.
Hoy la analogía es válida, pero lo es introduciendo los correctivos que treintaytantos años de experiencia democrática exigen. La deserción del electorado y el descrédito del socialismo frente a la poderosa movilización de Podemos, también argumental y programática, no prejuzga el final ni condena a la extinción al socialismo. Sí significa un castigo cruel y casi despiadado a la larga duración de una decadencia, a la ausencia de motores convincentes de relanzamiento y quizá incluso a la cautela interesada y autoprotectora con que asumieron resultados a todas luces catastróficos en noviembre de 2011.
Hoy Podemos es marca imbatible en atractivo y emotividad tanto por méritos propios como por el autismo social e involuntario de aquel socialismo y la insuficiencia de una respuesta propiamente política a la crisis institucional del Estado, al fin de ciclo anunciado ya múltiples veces y a la misma mayoría absoluta del PP.
Y no parece que la negociación de un pacto antiterrorista con la derecha que dice adiós al poder sea el mejor mecanismo para recuperar credibilidad o asegurar la lealtad del electorado que sigue incómodo con la ilusión, como dice este periódico, callejera.
Jordi Gràcia es profesor y ensayista
fuenteshttp://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/02/04/catalunya/1423077894_868224.html

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