martes, 19 de marzo de 2013

Y las bombas continuaron cayendo sobre Barcelona


as el duro ataque aéreo del 16 al 18 de marzo de 1938, la Defensa Pasiva redobló esfuerzos con cursillos para captar voluntarios y consejos para las familias | El reconocido editor Santiago Albertí recopiló los detalles de cada alarma y cada ataque durante toda su vida, que fueron hallados póstumamente por su hija Elisenda y transformados en una cuidada monografía

Barcelona | 19/03/2013 - 00:10h | Actualizada a las 06:32h
Y las bombas continuaron cayendo sobre Barcelona
Uno de los bombardeos del 18 de marzo de 1938, fotografiado, como todas sus operaciones, por la Aviación Legionaria italiana Centre d'Història Contemporània de Catalunya (CHCC)
Meritxell M. Pauné
Meritxell M. Pauné | Sigue a este autor en Twitter
Este lunes terminaba la efeméride –de tres días de duración, del 16 al 28 de marzo– de uno de los episodios más duros de la Guerra Civil en la ciudad de Barcelona. Hace 75 años la aviación de Benito Mussolini, aliada del bando colpista, atacó masivamente Barcelona, sin discriminar objetivos civiles y militares. Durante las 41 horas que duró la ofensiva se sucedieron 14 alarmas y doce bombardeos, que causaron un millar de víctimas, más de 1.500 heridos y un centenar de edificios destruidos. Este intenso bombardeo aéreo, muy recordado este fin de semana con homenajes y los recuerdos de los supervivientes, es un símbolo de la resistencia de la Barcelona republicana como epicentro de la retaguardia.
Sin embargo, la ciudad recibió bastantes más ataques aéreos tras aquellos fatídicos tres días. La tecnología bélica avanzaba y el uso de las sirenas de aviso, la construcción de refugios y la consigna de apagar todas las luces de la ciudad –desde farolas hasta lámparas de comedor o faros de coche– resultaban insuficientes ante el recrudecimiento de los ataques. El marzo de 1938 y la incapacidad republicada para impedir los ataques aéreos reforzó el papel de la prevención, orquestada a través del Instituto de Defensa Pasiva de Catalunya. Nuevas recomendaciones, cursillos y manuales intentaron insuflar ánimo a la resistencia barcelonesa, muy desmoralizada tras aquellos imborrables tres días.
La evolución de las ofensivas sobre Barcelona y los preparativos de la población los recoge al milímetro el libro Perill de bombardeig! Barcelona sota les bombes (1936-1939), que la editorial Albertí relanza coincidiendo con la efeméride y tras el éxito de ventas de su primera publicación, en 2004. El fundador del sello, el reconocido abogado y escritor Santigo Albertí, recopiló durante toda su vida los detalles de cada alarma y cada ataque, ordenados en cientos de minuciosas fichas que alimentaba con testimonios orales, informes de Bomberos y recuerdos personales. Esta valiosa documentación fue hallada póstumamente por su hija, que se hizo cargo de la editorial y y transformó aquellas fichas en una completa monografía, la única dirigida al gran público y que documenta cada uno de los ataques.
Además de los pormenores de cada embestida, el libro recoge también las medidas preventivas del Instituto de Defensa Pasiva de Catalunya, formado por multitud de juntas locales. Aunque sus directrices y consejos salvaron multitud de vidas, han recibido poca atención histórica. Los manuales que repartía, por ejemplo, promovieron la generalizada colocación de cinta adhesiva en los cristales de casas y tiendas, que evitaban heridas graves por la explosión del cristal con la onda expansiva de las bombas. Se usaron tanto, que acabaron formando parte de la decoración comercial. También aconsejaban el precinto de chimeneas y puertas, que reducía los fallecimientos a causa del humo. Uno de los manuales más extendidos fue Ciutadà, què has de fer davant la guerra aèria, que ilustraba los consejos con dibujos didácticos.
Quedarse en casaY es que, con el paso de los meses y los ataques, cada vez eran más las familias barcelonesas que optaban por resguardarse de los bombardeos en su propio domicilio. Aunque había muchos refugios y de meritoria construcción por parte de vecinos y voluntarios, no tenían suficiente capacidad para albergar a toda la población amenazada. Los andenes del metro amparaban cada vez a más ciudadanos y quedaban desbordados durante los ataques. Los dos primeros años proliferaron los cobijos improvisados en las plantas bajas y sótanos de los edificios, como bodegas, huecos de ascensor y trastiendas. Pero dejaron de usarse también por el miedo que causaban las nuevas bombas, capaces de derruir edificios enteros y dejar atrapados a los que se había ocultado en las plantas inferiores. La aviación italiana había perfeccionado la artillería y aumentó la potencia de las bombas arrojadas sobre la trama urbana: si en 1936, al empezar la guerra, utilizaba proyectiles de hasta 10 kilos, en 1938 usaba ya artefactos de 200 e incluso 500 kilos.
Proliferó una mezcla de resignación y cinismo ante la constante destrucción de casas de su barrio y el exilio, las heridas o la muerte de conocidos y familiares. Las mudanzas abundaban y los inquilinos de pisos altos, más expuestos a las bombas, enseguida que tuvieron oportunidad se trasladaron a viviendas de familiares exiliados o amigos con habitaciones de más. Incluso la Junta local de Defensa Pasiva recomendaba quedarse en casa, si no se disponía de una alternativa segura, y buscar una habitación lo más aislada posible, con pocas ventanas, lejos de la calle y cerca de paredes maestras. El tiempo de reacción rondaba la hora, entre el avistamiento de aviones enemigos y el impacto de los proyectiles, con lo que había poco tiempo para cruzar el barrio en busca de un buen refugio. “Vale más un lugar no muy bueno en vuestra casa que uno de mejor fuera; los desplazamientos son un trasiego desmoralizador que solo se puede utilizar a cambio de un refugio de total garantía”, sostenían las normas de la junta. Y de estos, había pocos.
Muchos refugios de barrio habían quedado a medio construir, por imprevistos geológicos, disminución de las aportaciones económicas del vecindario o simple relajación del entusiasmo inicial. La Junta de Defensa Pasiva de Barcelona así lo recriminaba a la población en una nota aparecida en el periódico La Humanitat el 20 de julio de 1938: “Es preferible un refugio acabado que diez a medio hacer”. Hacía referencia a “muchas docenas prácticamente inutilizables” y recordaba la buena disposición de la Junta “a impulsar la tarea de acabamiento de los refugios, siempre que los ciudadanos le presten la ayuda y la colaboración indispensables”.
Aprender a defenderseAquella letal semana de marzo la Junta barcelonesa había anunciado en los medios impresos la convocatoria de cursillos de capacitación para “perfeccionar” la defensa pasiva de los ciudadanos. Tras los ataques, se apresuró a concretar los detalles de la nueva Escuela de Capacitación para la Defensa Pasiva, llamada a reducir las víctimas de los bombardeos y agilizar las tareas de rescate justo después.
Estas clases, que se impartían a las siete de la tarde en la facultad de Química de la Universitat Autònoma de Barcelona, eran gratuitas y contaban con profesorado voluntario. Los asistentes recibían formación teórica y una especialización según las tres brigadas a las que se incorporarían luego los alumnos: antigases, sanitarios y salvamiento. Para participar en las brigadas, abiertas a hombres y mujeres, era imprescindible no estar llamado al frente y poseer un aval político. Los estudios del Instituto de Defensa Pasiva eran muy seguidos en el extranjero, en especial en Gran Bretaña, y fueron de vital ayuda ante los bombardeos nazis de la II Guerra Mundial, que azotaron ciudades como Dresde, Londres o Rotterdam de una forma muy similar a la de aquellos días de marzo en Barcelona.


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