domingo, 23 de febrero de 2014

Hablar por no callar?

Como ustedes saben, en la pasada edición de los premios Goya, el director David Trueba, que es un señor sensato que ha vivido en Cataluña y que tiene muchos amigos, hizo un breve discurso en el que invitó a sus colegas a pasear por este curioso territorio ya conocerlo mejor. Este mención, conciliadorament amable, ha motivado una pila de artículos de respuesta en la prensa en catalán. Con alguna excepción, tienen el denominador común siguiente: tratan Trueba con cortesía-porque es una persona muy simpática, que se hace de querer, pero también subrayan que su propuesta llega tarde. Lo señale porque, si algo se podía inferir del parlamento de Trueba, es que era una invitación al diálogo y basta, si acaso con un leve matiz elegíaco. Porque de diálogo, había habido y ahora ha quedado interrumpido, o como mínimo menoscabado. Como el diálogo siempre es útil, no veo que haya nada de reprensible en esto, otra cosa es si vale la pena replicar con tanta profusión un comentario breve que no va más allá del puro sentido común. Se ve que sí, porque lo han hecho. Llegan tarde, entonces, las llamadas al diálogo?
Lo interesante de esto es que la falta de voces españolas dialogantes es una queja recurrente entre los opinadores que defienden posiciones soberanistas. Entonces, no se acaba de entender que se reclame lo que, cuando se produce, llega tarde. Por otra parte, no es cierto que no se hayan escrito, por la parte digamos española, un puñado de artículos dialogantes, con voluntad razonable y constructiva. Está claro que los soberanistas no tienen por qué estar de acuerdo-las premisas suelen ser diferentes; algunos argumentos, superficiales, y las conclusiones, muy debatibles-, pero por algún sitio hay que empezar. También los soberanistas han escrito un puñado de artículos ponderados y útiles para comenzar una discusión civilizada, pero los han escritos en catalán y en unos diarios que fuera de Cataluña no se leen, al igual que parece que ellos no han leído los artículos civilizados los otros. La segmentación de la prensa tiene estas consecuencias: la comunicación se rompe y el griterío se impone.
Y en medio del griterío, los malentendidos van a más. Por ejemplo, el excelente periodista Manuel Cuyàs afirmaba el otro día que Javier Cercas es un escritor afín al partido Ciudadanos. No sé de dónde se lo saca, eso. Cercas es un señor que tiene una posición muy clara y muy coherente. No es soberanista, pero si toda la gente que en Cataluña no lo es sería afín a Ciudadanos, este partido tendría mucho más peso que lo que en efecto tiene. Aquí debo advertir que Javier Cercas y yo somos amigos, y que sobre este punto concreto discrepamos. Esto no tiene importancia, porque en este mundo no hay dos personas que piensan exactamente lo mismo sobre nada. De hecho, como los amigos los conocemos mejor que en el resto de la gente, la amistad nos ayuda a comprobar esta regla universal ya comportarse con más o menos paciencia. De paso, los amigos nos ayudan también a repensar (ya menudo a afianzar) nuestros partidos tomados. Favor que nos hacen.Tampoco quiero convencer yo a nadie de mis convencimientos (y los amigos, menos que a nadie). Me limito a intentar describir lo que pasa, ya aclarar mis ideas, si puede ser.
El caso de Cercas es relevante porque ha intentado dialogar sobre este espinoso asunto-con un tono algo enfático, en algún momento-y ha sido malentendido. Ha llegado tarde, también? En el más reciente de sus artículos, sostiene que querer convertir el catalán en un problema es de necios y que, hablando de problemas, no lo es tanto el nacionalismo catalán como el nacionalismo a secas. También afirma que el soberanismo ha cargado de razones, mientras que quienes, como él, piensan que la independencia no sería una solución, sino un problema más, no lo han sabido hacer (aunque Cercas mismo n'addueix unas cuantas , de razones: algunas me parecen sólidas otros no tanto).
Cercas observa con acierto que la instrumentalización política de la lengua es una de las aristas más hirientes del asunto
Aunque no lo desarrolla en este artículo, Cercas observa con acierto que la instrumentalización política de la lengua es una de las aristas más hirientes del asunto. En eso diría que coincide con un federalista conspicuo-y razonable argumentador-como Xavier Vidal Folch. Este, en un artículo publicado el 15 de febrero en las páginas catalanas de EL PAÍS, afirmaba que "Sólo hay un nacionalismo más insidioso y brutalista-a veces violento-que el catalán: el español", y aducía como ejemplos la nueva ley de lenguas de Aragón-con el indescriptible Lapa - o las constantes andanadas de la Generalitat contra la evidencia de la unidad de la lengua. La voluntad de fragmentar y destruir una lengua que incomoda al nacionalismo español, contra la propia Constitución y contra el Tratado de la Unión Europea, le parece muy clara. Si añadiera que en Valencia hay miles y miles de alumnos que no pueden estudiar en valenciano, a pesar de las reclamaciones de los padres (que no ha escuchado nadie, ni los tribunales ni las portadas de los periódicos), su argumento aún saldría reforzado. Son cosas que los valencianos deberíamos saber de sobra. Hace sólo un siglo, la zona catalanohablante del Valencia era prácticamente monolingüe. Ahora, los valencianoparlantes estamos una minoría cada vez más exigua. Esto no se ha logrado sin violencia, sin menoscabo y sin abuso. Ni sin una voluntad muy firme de conseguirlo. Lo que ha pasado y pasa en este país es una canallada tan flagrante y tan impune que revela con una luz muy cruda a qué tipo de nacionalismo insidioso y brutal nos enfrentamos. Es un ejemplo, no una excepción.
El artículo de Vidal-Folch concluye con una loa a la situación lingüística de Suiza, con la que un servidor debe simpatizar. De hecho, el modelo suizo ha alimentado las aspiraciones de la mayor parte del catalanismo durante décadas. Hay que decir que si, en Suiza, la frontera entre el alemán (que habla el 65% de la población) y el francés (20%) no se ha movido ni un metro en el siglo XX, es porque una legislación muy rígida lo impide. Tan rígida que la mayoría de los españoles (y los valencianos y todo) la encontrarían inimaginable. La aceptación de la pluralidad en la unidad toma en Suiza formas peculiares, pero eficaces, con una voluntad muy firme de respeto mutuo. Justo por ello, la aspiración de una España suiza era bonita. Era factible? Una posible explicación entre otros del auge soberanista actual es que la mayor parte del catalanismo ha desistido de esa aspiración, porque la encuentra mucho más impracticable aunque la construcción de un estado propio, dada cuál es la España realmente existente. Si en esto se equivoca o no, ni lo sé ni me atrevo a conjeturar lo. Lo que sí sé es que le conviene el diálogo con toda la gente civilizada que se encuentre delante porque, cualquiera que sea la opción que el catalanismo tome, el futuro no depende sólo de él.
fuenteshttp://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/02/20/quadern/1392886675_362212.html

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