domingo, 20 de octubre de 2013

El club de los perdedores

No hay vencedores. Lo ha dicho el presidente Obama, de quien se sabe que es un muy buen analista político, aunque todavía no haya conseguido convencernos de que sea tan bueno como presidente. Y es verdad: todos son perdedores.
El primero de todos, el Partido Republicano. Ha demostrado que no es un partido de Gobierno y que tiene escasas aspiraciones de volver a serlo. Quema a su gente y dilapida su capital político gracias a los extremistas que se han apoderado del partido. Pero ellos tampoco son los vencedores: los chantajistas dejan de serlo en cuanto nadie accede a someterse al chantaje. Les ha doblado el brazo Barack Obama, que no ha cedido ni un milímetro a sus exigencias.
Les ha vencido, pero no es un vencedor. Su gran victoria es haber evitado la catástrofe. No es poco, pero sigue siendo insuficiente. Obama es el gran perdedor de esta historia y desde hace tiempo. Su segundo mandato presidencial se ha convertido en un calvario más penoso que el primero. Si en sus primeros cuatro años consiguió decepcionar a casi todos por los pobres efectos de sus promesas electorales, en el segundo ha sembrado la alarma por los métodos de espionaje universal que practican sus agencias de inteligencia y los expeditivos sistemas de neutralización del peligro terrorista en todo el planeta que utilizan sus militares y espías. El club de los perdedores tiene a Obama de presidente, aunque no sea el más perdedor de todos, pero sí el más destacado y más responsable.
Esta es una crisis optativa, con mecanismo de repetición incluido: tuvimos el abismo fiscal al empezar el año; ahora, el doble pulso del bloqueo presupuestario y de la amenaza sobre el techo de deuda, y a partir de hoy, el horizonte de una nueva crisis para principios de año. Este tipo de crisis, decididas por mentes obstinadas en órdagos, líneas rojas, desafíos y choques de trenes, tienen un retroceso más complejo porque en ellas se juegan la carrera y ven empeñada su palabra quienes las desencadenan, esos políticos que fabrican problemas en vez de resolverlos. Si fueran solo ellos quienes perdieran, por grande que fuera la pérdida, los ciudadanos podríamos quedarnos tan anchos.
Pero no: el mayor perdedor de esta crisis es la superpotencia americana. Es inconmensurable la contribución republicana a su declive, primero metiéndole en dos guerras sin salida y ahora situándola a dos horas de una suspensión de pagos que ha minado su prestigio y su autoridad. Seguro que alegra a quienes desconfían de principio y abominan de la democracia representativa, como son los dirigentes de Moscú y Pekín. Pero en cuanto a los otros, los europeos principalmente, para nada debieran alegrarnos tales debilidades de Washington, porque también son las nuestras y porque sus efectos repercuten obligatoriamente en nuestras economías.

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