sábado, 2 de noviembre de 2013

Víctimas

Tenemos un problema. Serio. No sabemos gestionar los conflictos. Mientras que para explicar un asunto como el de Cataluña se apela abusivamente a los desencuentros sentimentales con el resto de España, como si habláramos de una crisis amorosa, cuando lo que abordamos es una cuestión política; se hace justo lo contrario para manejar las relaciones de la sociedad civil con las víctimas del terrorismo. Y es que se les negó el cariño y la solidaridad pública durante tantos años que al final los acabamos lanzando en brazos de los partidos políticos.
Decía Dolores de Cospedal al hilo de la manifestación del domingo que su partido sí que estaba del lado de las víctimas, mientras que otros unas veces estaban y otras no. Me niego. Me niego a que se hable de este asunto siempre en términos partidistas. Estoy convencida de que somos muchos los ciudadanos sin partido que quisiéramos expresar nuestro apoyo, reconocimiento, consideración hacia todos aquellos que tan cruelmente vieron truncadas las vidas de sus seres queridos, las suyas propias. En un principio (es nuestro pecado original) se les negó el consuelo por miedo, por cobardía, por mezquindad. Y la Iglesia vasca predicó con un vergonzoso mal ejemplo. Pero luego, cuando algunos asesinatos hicieron reaccionar a una sociedad elusiva, cuando unos zapatos de bebé asomaron entre las ruinas del Hipercor y el impacto de esa imagen rompió la coraza de algunos corazones de hielo, fueron los partidos los que además de no saber articular el apoyo a las víctimas lo empañaron, lo ensuciaron, hasta conseguir que el ciudadano estuviera más pendiente de cuál iba a ser el lema de una manifestación que del motivo de la misma.
Ellas, las víctimas, no responden a una sola ideología, pero los que querríamos arrimar el hombro a su dolor tampoco. Y es una vergüenza que seamos incapaces de entenderlo.

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