sábado, 2 de noviembre de 2013

La rebaba

La economía del pan, del bonobús, la del café con leche y la de las verduras de la cena, conocida también como economía real, es ya la calderilla que se le cae a la economía financiera de los bolsillos cuando los tiene llenos. Primero, viene a decir el ministro, que suba la Bolsa, que se forren los bancos, que vomiten dividendos las eléctricas, y que crezca el número de ricos. Los beneficios de todos esos movimientos especulativos alcanzarán a las clases trabajadoras en forma de espuma sucia, como la contaminación de la industria química llega a los ríos.
Visto de esta forma, que es como nos lo muestran, la economía real es la flatulencia de las digestiones pesadas del Ibex y el eructo del mafioso ruso a la salida de la marisquería. Es esa adherencia fibrosa que el carnicero quita al solomillo y arroja al contenedor de plástico. Son las tripas del besugo, las partes no comestibles del centollo. La economía real —nos aseguran sin pudor— es la rebaba sobrante de la tarta, los restos que se les da de comer a los perros, el hueso del churrasco, las monedas de las que se desprenden los millonarios porque les deforman la chaqueta. Es la colilla del puro habano, la madre del vino en el fondo de la botella, la caspa que cae sobre los hombros de los presidentes de las grandes empresas financieras. Cuando estos individuos se cortan las uñas, escupen de lado o se afeitan sobre nuestras cabezas, usted y yo, si somos hábiles en la recogida de esos retales, podremos volver a hacer tres comidas al día.
No se va, pues, de la economía productiva a la financiera, como creíamos ingenuamente. Antes de sembrar el trigo, especulamos con él en los mercados globales. A veces se gana tanto dinero con esta operación que finalmente da igual sembrarlo o no. Nuestros salarios son los restos de toda esa combustión imaginaria.

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