martes, 25 de marzo de 2014

La “cuestión social” no es cosa de economistas

Lo que ahora se llama "desigualdad" es lo que empezó llamándose "cuestión social", allá en el siglo XIX. Pero lo que antes era un debate político en el que participaban multitudes, a través de las organizaciones sindicales y políticas que iban apareciendo, se ha convertido ahora en un debate académico, monopolizado por economistas y científicos sociales. Pero “Paul Krugman no nos salvará”, como titula con mucha gracia el columnista norteamericano Thomas Frank (www.salon.com). Necesitamos hablar sobre la desigualdad, pero esa conversación no puede dejarse en manos de las élites. El debate sobre si estamos o no ante una nueva "cuestión social" está presente en muchos foros americanos y algo menos en los europeos. Sin embargo, esa expresión nació en Europa y se aplicaba al “conjunto de problemas sociales, económicos y políticos que se generan con el surgimiento de la clase obrera dentro de la sociedad capitalista”. Se hablaba de ella desde el punto de vista de la desigualdad, pero también como forma de presión y resistencia, que podía poner en peligro el orden establecido. Ya nadie habla de clase obrera, sino del nuevo “precariado”, jóvenes y mayores que trabajan, pero que lo hacen a tiempo parcial El enfoque actual tiene cosas en común, pero también distintas: por ejemplo, ya nadie habla de clase obrera, sino del nuevo “precariado”, jóvenes y mayores que trabajan, pero que lo hacen a tiempo parcial o por periodos cortos y sucesivos, con gran incertidumbre sobre su futuro laboral y por unos niveles salariales muy bajos. Una nueva clase que, como escribe Andrés Ortega en su recomendable Recomponer la democracia, carece de la experiencia de los sindicatos y de haber tenido un trabajo estable. Además, el enfoque es hoy más transnacional, porque cada vez está más claro que la mejor manera de afrontar esa “cuestión social” es en un marco, como mínimo, europeo. Por eso, quizás, san Precario, el “nuevo santo que nació en una familia de la burguesía italiana”, como rezan las estampitas que circulan por Europa, se celebra con especial devoción en Bruselas. Thomas Frank resalta que cuando The New York Times decidió lanzar este año una serie de artículos sobre lo que denomina “The great divides”, el 80% de los autores eran académicos, y de ellos, el 50% economistas. En los años sesenta y setenta del siglo pasado todavía se hubiera pensado en pedir su opinión a sindicalistas, dirigentes políticos, líderes sociales y empresarios. Es decir, a representantes de multitudes y no solo a expertos universitarios o eruditos. Seguramente, en Europa al menos, ese cambio tiene que ver con la descomposición de la llamada “izquierda” y del movimiento sindical, incapaces de ofrecer una agenda creíble y sobre todo, inhabilitados como movilizadores de multitudes. Los expertos (y Paul Krugman) son necesarios. Sería estúpido no animarles a profundizar en sus estudios sobre las razones y las consecuencias de la “Gran División”. Pero no son ellos los que movilizaran a las multitudes. Claro que quizás es imposible. Otro columnista prestigioso, esta vez conservador y europeo, el alemán Frank Schirrmacher (codirector del Frankfurter Allgemeine Zeitung), cree que se ha producido la “economización de todo y de todos”. En Ego, con más de 250.000 ejemplares vendidos en su país, habla de una “guerra fría” en el corazón de la sociedad, y de sociedades que se organizan como mercados. Para Schirrmacher no es que el debate se haya enquistado entre los economistas, es que los modelos mentales económicos han conquistado al resto de las ciencias sociales, en beneficio del mundo financiero. Se ha llegado a un punto en el que unos modelos matemáticos, que se basan en el principio “egoísta” de que las personas actúan siempre en provecho propio, han alimentado unos ordenadores que ya regulan directamente los mercados, casi sin intervención humana. Haga lo que haga una persona, ese sistema, el capitalismo de información, afirma que lo hace en provecho propio. Los ordenadores operan con esa lógica y calculan el carácter humano en función de esa ley. Lo que eran modelos matemáticos se han convertido en verdades absolutas a las que se enfrentan algunos economistas, pero que los economistas solos no podrán nunca subvertir. solg@elpais.es fuenteshttp://elpais.com/elpais/2014/03/21/opinion/1395415250_250015.html

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